Con el título de “El talento quiere volver a casa”, publicaba hace unos días el diario El País un artículo sobre el incipiente proceso por el que profesionales españoles que se marcharon al extranjero en los años de crisis han empezado a regresar a España. Algunas administraciones autonómicas y municipales estarían creando incluso programas para favorecer este retorno, programas que podrían llegar a incluir subvenciones para empresas que contraten a trabajadores retornados.
¿Tienen justificación estos programas? En mi opinión existen diversos motivos para que sean contemplados con serias reservas.
El peligro de la discriminación
De entrada, estos programas para incentivar el retorno pueden suponer una discriminación en contra de los trabajadores que están en España. Si una empresa tiene que contratar a alguien, y tiene un candidato que viene de fuera, que probablemente tiene buen nivel de idiomas, una formación complementada por su experiencia en otros países y culturas, y encima la empresa recibe una subvención por contratarle, pues la decisión que tomará está muy clara. Podría llegarse al caso en que las empresas, para contratar gente, recurrieran de forma sistemática a trabajadores retornados, con el fin de beneficiarse de las ayudas públicas.
Estirando un poco las cosas, este tipo de incentivos podría tener un efecto contrario al buscado: muchas personas podrían llegar a la conclusión de que tendrían que irse fuera para poder beneficiarse posteriormente de esos incentivos y mejorar sus perspectivas de contratación en España.
Por otro lado, hay que desmitificar la idea, tan extendida, de que la marcha de profesionales españoles –jóvenes y no tan jóvenes– ha supuesto una “pérdida de talento” para el país.
No se puede hablar de pérdida de talento cuando la alternativa a la marcha al extranjero hubiera sido quedarse en España en situación de desempleo, sin tener ingresos, sin adquirir experiencia, sin progreso en una carrera profesional. Sin duda, la situación más deseable es que estos profesionales tengan la opción de elegir si se quedan en España o si prefieren irse al extranjero. Pero no ha sido el caso, esa opción no ha existido. Para numerosas personas la única vía para encontrar un trabajo ha sido marcharse fuera. No cabe hablar por tanto de pérdida de talento para la economía española, puesto que ésta se mostraba incapaz de utilizar este talento.
Los efectos positivos de la experiencia en el exterior
Por otra parte, se minusvaloran los efectos positivos que la experiencia en el extranjero tiene para estos profesionales.
Está claro que la marcha al extranjero puede tener aspectos negativos. En primer lugar, para muchos de los que se han ido no ha sido una opción voluntaria, sino que se vieron empujados a ello por la necesidad. En segundo lugar, España ha invertido un dinero en la formación de estos trabajadores; es una inversión desaprovechada, de la que se benefician en cambio los países que los reciben. En tercer lugar, muchos de estos profesionales han tenido que trabajar, en los países a los que emigraron, en puestos por debajo de sus cualificaciones.
Pero la experiencia de trabajo en el exterior tiene también importantes efectos positivos.
En primer lugar, contribuye a mejorar la formación de estos profesionales en diversas vertientes: no solo les permite adquirir nuevos conocimientos técnicos relacionados con su ocupación, sino también adquirir experiencia en otras culturas de trabajo. Ello supone un enriquecimiento de sus capacidades profesionales, empezando por algo tan esencial en España como los idiomas.
Muchos españoles que, por ejemplo, han ido a trabajar a países del norte de Europa o Norteamérica, han podido conocer una cultura de trabajo que es mucho más práctica que en España, con una organización menos jerárquica, un espíritu igualitario que fomenta la participación de la gente. La comunicación es más directa, la gente dice lo que piensa sin el respeto o temor a los “jefes” que existe en España. Es una cultura de trabajo que favorece la innovación y de la que España está necesitada.
Como ha sucedido en otros países que han tenido fuertes flujos migratorios al exterior, una buena parte de estos profesionales regresará en el futuro a España y traerá consigo estos conocimientos y esta nueva mentalidad, que pueden contribuir positivamente a mejorar el funcionamiento de las empresas españolas.
Como señala una psicóloga en el artículo citado de El País, que se fue a Reino Unido,
“Mi etapa como emigrante es lo peor que me pasó en la vida, porque hubo momentos muy duros. Pero también ha sido lo mejor. Hoy no sería la que soy si no me hubiese ido”.
El activo de la diáspora
En segundo lugar, los trabajadores españoles en el extranjero pueden contribuir al desarrollo de negocios con España. Estos profesionales, asentados en sus países de emigración pero con conocimientos y contactos en España, están inmejorablemente situados para colaborar con empresas extranjeras que quieran desarrollar su actividad en España o para ayudar a empresas españolas que quieran desarrollar negocios en sus países de residencia. Pensemos, a modo de referencia, en el papel clave que han tenido las diásporas china e india en el proceso de internacionalización de las dos grandes potencias asiáticas.
España debería plantearse realizar un esfuerzo para movilizar y utilizar de alguna manera este importante activo con el que cuenta en muchos países: miles de profesionales españoles que están bien posicionados para hacer de puente entre empresas españolas y empresas de sus países de residencia.
En resumen, es necesario prudencia con los programas para incentivar el retorno, y una valoración mucho más positiva de la experiencia en el exterior y del activo que supone la diáspora española para la internacionalización de nuestra economía.