En un documento sobre la acción exterior española en un escenario energético en transformación se apuntaba, poco antes del estallido de la crisis de Ucrania, que aunque España cuenta con una buena diversificación de sus suministros de gas, cuestión diferente es si esa diversificación resulta óptima desde la perspectiva de la gestión de riesgos. Por ejemplo, si sigue un patrón geográfico de importaciones alineado con el de la UE y si la distribución del mismo es adecuada. Respecto al primer punto, proveedores como Rusia son mucho más importantes para el conjunto de la UE que para España, mientras que regiones como Oriente Medio, el Norte de África, el Golfo de Guinea y América Latina presentan una mayor intensidad de importaciones por parte española que la UE como un todo. De hecho, aunque Rusia es uno de los principales abastecedores de petróleo de España, no le exporta ni un metro cúbico de gas natural y por tanto no aparecerá en los gráficos adjuntos.
Resultar interesante profundizar en la cuestión de la distribución de riesgos de las importaciones españolas de gas, ahora que el debate europeo sobre hacia dónde debe encaminarse la diversificación de los suministros rusos parece abrir una ventana de oportunidad para que las preferencias europeas en la materia converjan hacia las de España. Los gráficos adjuntos representan el porcentaje de importaciones de gas y el riesgo a corto plazo, aproximado por el indicador de estabilidad política y ausencia de violencia del Banco Mundial; y a largo plazo, aproximado por el índice de buena gobernanza de los recursos energéticos del Revenue Watch Institute.
El primero muestra como España tiende a importar más gas de países más inestables y violentos, un patrón compartido con los demás países consumidores. España incluso mejora su perfil de riesgo comparado, básicamente gracias a la estabilidad de Noruega, Qatar y Trinidad y Tobago. Perú se sitúa por debajo de la recta de ajuste indicativa, pero los países que verdaderamente explican su pendiente negativa son Nigeria y Argelia, que suponen más del 60% de las importaciones españolas de gas. Pasando al largo plazo, el nivel de conflicto esperado puede proyectarse a partir del grado de buen gobierno de los recursos energéticos, que hasta cierto punto condiciona el grado de conflicto futuro. El gráfico siguiente muestra como la situación es similar a la anterior con una única excepción: Perú intercambia su posición con Qatar, pasando aquél a situarse por encima de la recta de ajuste y éste por debajo.
El mensaje es bastante explícito en lo que respecta al gas. Primero, América Latina mejora la distribución de riesgos (aunque a un mayor coste de los suministros) y la aparición de nuevos productores de gas como Brasil puede hacerlo aún más. Segundo, España necesita trabajar en mejorar la estabilidad política y el buen gobierno de los recursos energéticos en el Norte de África (empezando por Argelia y siguiendo por Libia y Egipto) y el Golfo de Guinea. Cualquier estrategia en favor del papel de España como vía de diversificación para los suministros europeos de gas debería abordar en paralelo estas cuestiones. En todo caso, las demás alternativas para Europa (el Caspio, Irán o Irak), con la posible excepción de los nuevos recursos de gas del Mediterráneo oriental, no mejorarían el perfil de riesgo de los aprovisionamientos europeos en términos de estabilidad política y ausencia de violencia y buena gobernanza energética, sino en algunos casos más bien lo contrario.