El sueño de Putin de convertir a Rusia en una potencia global que recuperase el anhelado esplendor de la URSS está cada vez más lejos. La crisis económica que atraviesa el gigante euroasiático, determinada por la caída de los precios del petróleo y del gas y un contexto geopolítico convulso, forman un cóctel que ha generado la paulatina pérdida de presencia global de Rusia.
De un valor de poco más de 465 puntos en 2014 –cuando la escalada de tensiones derivadas del conflicto de Ucrania culminó con la imposición de sanciones económicas desde Estados Unidos y la Unión Europea (UE)– ha pasado a 419,4 en 2016, dando lugar a la pérdida de un puesto en el ranking de presencia global.
Tras un periodo de subida de los precios del petróleo y del gas que parecía no tener fin, en 2008 se produjo un punto de inflexión. La revolución del gas y el petróleo no convencional en Estados Unidos, el auge de las energías renovables y la caída de la demanda de gas de la Unión Europea –principal mercado de exportación de petróleo y gas ruso–, golpearon duramente a este sector, iniciando una nueva tendencia de reducción de los precios energéticos y poniendo fin al acelerado crecimiento del PIB en Rusia. La caída de ingresos por exportación de hidrocarburos dio lugar a una drástica reducción de la variable de energía en la proyección exterior rusa, que ha pasado de contribuir un 13,5% en 2014 a un 9% en su presencia global de 2016.
Durante el apogeo económico ruso, el Kremlin se embarcó en numerosos proyectos de desarrollo de infraestructuras gasistas y aumento de las capacidades productivas de hidrocarburos, buscando aliados en diferentes regiones para diversificar sus fuentes de suministro. Una estrategia ambiciosa, con un trasfondo económico y político, cuyo fin último era convertir a Rusia en una superpotencia energética que le permitiera ganar mayor influencia en el tablero mundial, y que, sin embargo, se le ha vuelto en su contra.
El lanzamiento en 2009 del Tercer Paquete de la Energía de la UE, puso en entredicho la viabilidad de algunos de los proyectos que el Kremlin estaba llevando a cabo en Europa, dando lugar a la paralización de la construcción del gasoducto South Stream. Las sanciones entorpecieron diversos acuerdos firmados entre empresas rusas y extranjeras, ahora en el aire. Entre ellos, los acuerdos firmados en 2012 y 2013 entre Rosneft y las europeas Eni y Statoil, la americana ExxonMobil y la compañía estatal china CNPC para la exploración de yacimientos en el Ártico. También el acuerdo firmado en 2014 entre la compañía francesa Total y la rusa Lukoil para la exploración de recursos no convencionales y entre ExxonMobil, Shell, BP y varias empresas rusas con el mismo fin. Además, las dificultades financieras rusas, agravadas desde 2014, han obstaculizado aún más la puesta en marcha de estos proyectos.
A las restricciones contempladas en las sanciones, se le unió la menor confianza de otros países para llevar a cabo inversiones en Rusia y los intereses de cada uno de ellos, obligados a priorizar entre sus relaciones comerciales con el país euroasiático o con Estados Unidos y la UE. La falta de financiación externa, unida a la difícil situación económica y financiera para hacer frente a todos los proyectos puestos en marcha, ha dado lugar a una caída de las inversiones rusas en el extranjero. El impacto en su presencia económica ha sido notable: desde 2014, la contribución a la presencia global rusa de las inversiones se ha reducido en 2,2 puntos porcentuales.
Todos estos factores han llevado a Putin a repensar su política económica. La respuesta del gobierno tras la imposición de sanciones de Estados Unidos y la UE fue la sustitución de importaciones procedentes de occidente, con el fin de reducir su dependencia importadora y potenciar otros sectores que aporten mayor valor añadido a la economía, y así poder salir de una crisis económica sin precedentes. Sin embargo, los resultados de este giro en la política económica tardarán en reflejarse en el Índice Elcano de Presencia Global y dependerán, a su vez, de la evolución del panorama internacional.
Por el momento, la reducción del valor de las inversiones y de las exportaciones de productos energéticos, ha impactado duramente en la presencia económica rusa. Su valor índice se ha reducido en 111,2 puntos y su contribución en 7,3 puntos porcentuales en tan solo dos años, volviendo a ser la dimensión que menos contribuye a la presencia global rusa, algo que no ocurría desde 2005.
Su presencia global, desconectada de la energía, recae más en la dimensión blanda –24,4% en 2016, frente a un 23,3% de la económica– y sobre todo en la militar. A diferencia de lo ocurrido en la mayoría de países, la presencia militar rusa ha aumentado hasta suponer el 52% de su presencia global, colocando al país en el segundo puesto del ranking de esta dimensión. La guerra de Ucrania y el papel jugado en la guerra en Siria han sido, sin lugar a dudas, dos de las principales razones de este aumento.
La estrategia de Putin, por lo tanto, no ha conseguido hasta ahora lograr sus objetivos. En contra de lo que se pueda pensar, el gran número de acuerdos firmados y proyectos puestos en marcha del sector energético, han dado lugar a un sector sobredimensionado que, en vez de potenciar la presencia global rusa, la ha mermado.