Las palabras de Donald Trump condenando la atrocidad supuestamente cometida por al-Assad utilizando armas químicas contra civiles parecían sinceras. Conmovido por las imágenes que había visto en televisión, él mismo dijo que su actitud hacia Siria y hacia al-Assad había cambiado. Hasta entonces, la nueva Administración repitió que no intentaría echar presidente sirio, que no priorizaría los derechos humanos, que su interés en la región se centraba en acabar con el Estado Islámico (EI), y que no actuaría cuando los intereses de EEUU no estuvieran directamente amenazados. Si al-Assad usó armas químicas era porque pensaba que a EEUU no le importaba.
En 2015, ante la imagen de un niño sirio tumbado boca abajo en una playa turca que se hizo viral, Donald Trump también se conmovió, al menos temporalmente. Su retórica anti-inmigración ya era una piedra angular de su campaña pero llegó a afirmar que, si bien, odiaba la idea de permitir la entrada de refugiados sirios, por razones humanitarias quizás había que hacerlo. La idea le duró muy poco.
Esta vez no se ha quedado sólo en las palabras de condena sino que ha lanzado un ataque militar, dando preferencia a su instinto antes que a cualquier reflexión política. Obama también actuó instintivamente en Libia en 2011. Estaba en contra de una intervención pero cuando intuyó un posible desastre humanitario en Bengazi decidió apoyar la imposición una zona de exclusión aérea. Pensó que sería una acción fácil y limitada. No fue así y un par de años más tarde decidiría no arriesgarse en Siria.
Trump, sin embargo, y a pesar de su inicial impulso escogió la opción más cauta. Sus opciones eran más limitadas que las de Obama en 2013, ya que por entonces no había fuerzas rusas implicadas en el terreno. Ahora sí. Había que ser cauto, no infringir daños a los rusos, pero de cara a la galería demostrar fortaleza dentro y fuera de EEUU. Un presidente fuerte, con decisión, y todo ello en un momento clave para Trump que celebraba una histórica reunión en Mar-a-Lago con Xi Jinping. Tenía todas las de ganar.
Fue, por tanto, un ataque muy medido, muy proporcionado, contra una base militar —hay seis grandes aeródromos relacionados con las armas químicas en Siria— y sin autorización del Congreso. Fue lo que el Pentágono denomina un ataque “one off”, lo que significa que no existe ningún plan con una posterior escalada militar. Se pueden buscar analogías en el ataque que autorizó Bill Clinton en 1998 contra bases en Afganistán y en Sudán como represalia por los atentados contra las embajadas norteamericanas en África oriental. También con la decisión de Ronald Reagan en 1986 de lanzar un ataque aéreo contra bases militares en Libia por su vínculo con el atentado terrorista cometido en una discoteca de Berlín donde murieron dos soldados norteamericanos. En ambos casos ataques medidos, contra bases militares, sin autorización del Congreso, y con el objetivo de mandar un fuerte mensaje. Pero fueron acciones más meditadas, más contundentes y pensando en el día después.
¿Hay que aplaudir esta vez la impulsividad de Trump? De forma indirecta parece que ha limpiado muchas conciencias tanto en EEUU como en los gobiernos occidentales. Aunque servirá de poco consuelo para los familiares de los cientos de miles de sirios que han muerto hasta ahora y que seguirán muriendo. También ha sido bien recibido en muchos países vecinos. Nada nuevo porque ya sabíamos que la victoria de Trump en Oriente Medio fue recibida con mucho agrado. Su idea de acabar con el EI, su dureza frente a Irán, y el no ser un adalid de los derechos humanos y de la democracia decían mucho a su favor. Además, Obama había acumulado mucha desconfianza en los años pasados.
Pero tomar una decisión de esta envergadura sólo por unas imágenes, sin debate político ni coordinación diplomática, hace saltar muchas dudas y miedos sobre qué es lo que verdaderamente mueve al actual presidente de EEUU; dudas también sobre lo que puede venir después y si ha pensado en ello; y dudas sobre si abandonará su idea de vetar la entrada a los refugiados sirios ahora que parece conmovido con la situación.
Por ahora todo indica que no habrá ningún cambio en la estrategia de EEUU hacia Oriente Medio ya que la idea era sólo mandar el mensaje sobre la tolerancia cero de Washington ante el uso de armas químicas y armas de destrucción masiva, en clara alusión a Corea del Norte. Una región —Oriente Medio— en la que la prioridad es la lucha contra lo que él denomina el “Islam radical” y que incluye a Estado Islámico, a al-Qaeda, a los Hermanos Musulmanes, y a otros muchos. De hecho hemos asistido en los últimos dos meses a un creciente ritmo de las operaciones en Oriente Medio, en gran medida siguiendo la trayectoria que estableció Barack Obama. Se puede decir que Trump sigue la estrategia de su antecesor pero algo más inflada y acelerada. Así, los ataques contra Al-Qaeda en la Península Arábiga se han incrementado, han sido enviadas nuevas fuerzas especiales a Siria, y se ha vuelto a autorizar a la CIA a lanzar ataques con drones contra sospechosos de terrorismo. Sin embargo, hay muy poco debate y ningún plan en la Administración sobre los que pasará después de que Mosul y Raqqa se hayan recuperado.
La otra gran prioridad en la región es parar la influencia iraní en la región. De ahí la intensificación de los ataques en Yemen, una guerra low cost que puede ayudar a frenar a Teherán. Precisamente la reacción de Irán es quizás, sobre todo a largo plazo, más importante que la de Rusia tras el ataque a la base siria de Shayrat. Si para Rusia Siria es un interés estratégico, para Teherán lo es todo, es una cuestión existencial.
El ataque a Siria no ha hecho a Trump más presidencialista, ni la “normalidad” ha vuelto a la Casa Blanca a pesar de que Mattis y McMaster han llevado cierta cordura. No hay más que ver el desmedido número de competencias que está adquiriendo su yerno Kushner. El ataque ha sido una terapia para Trump después de algunos reveses nacionales y una terapia para las conciencias occidentales. Ha sido tan limitado que difícilmente cambiará de forma sustancial los cálculos de al-Assad. Sin olvidar que Siria es algo más que una cuestión de armas químicas.