Han pasado seis años del devastador terremoto de 2010 y Haití, el país más pobre de América, no levanta cabeza. Los efectos del seísmo fueron desastrosos: la cifra de fallecidos ascendió a 222.570, la de heridos a 310.928 y se estima que más de un millón de haitianos quedaron sin hogar. Además, una epidemia de cólera sacudió a la población. Estos datos convirtieron a Haití no sólo en un país en plena crisis humanitaria, sino también en una puerta abierta al conflicto y al caos. A día de hoy, ciertamente, se cumple el pronóstico. En 2015 la revista Foreign Policy, que edita anualmente el Failed States Index, sitúa a Haití en el puesto número 11, con un elevado riesgo de convertirse en un estado fallido. El país está en estado de “alerta” y es el único de todo el continente americano que se encuentra en esa situación.
Según el Informe Anual de Cruz Roja, 2011 supuso una leve mejora en la situación haitiana. Casi un millón de desplazados habían dejado los campamentos, había un nuevo gobierno en el poder, se había registrado un descenso general en el número de casos de cólera y se habían recogido unos 10 millones de metros cúbicos de escombros. Sin embargo, un año después, la situación humanitaria, social y política seguía siendo precaria. De acuerdo con el informe sobre Retos y Oportunidades en Haití de Brookings Institution, en 2014 el 74% de los que perdieron su hogar se seguían definiendo a sí mismos como desplazados a pesar de haber abandonado los campamentos. Este dato subraya la importancia de dar soluciones duraderas al desplazamiento, atendiendo el desafío de construir viviendas, más allá de cerrar los campos de refugiados.
Hasta 2012 se habían desembolsado 7,5 millones de dólares para la reconstrucción. Sin embargo, sólo una pequeña porción del total había sido asignada a la edificación de viviendas seguras y permanentes. Lamentablemente, se ha optado por soluciones a corto plazo. Este ha sido el mayor error de Haití y esta situación aparentemente insostenible se ha mantenido en el tiempo, agravando la crisis social y aumentando la precariedad, la pobreza y el descontento.
En el plano político, la situación es conflictiva. La oposición al débil gobierno actual denuncia una supuesta manipulación de los resultados electorales en las sucesivas elecciones y temen nuevos fraudes. Estas voces críticas, junto con las protestas callejeras, han sido de tal magnitud que las elecciones previstas para el pasado enero fueron pospuestas a abril por el Consejo Electoral Provisional (CEP) ante la situación de violencia que vive el país. El conflicto político se tensó aún más con la llegada de una misión de la Organización de Estados Americanos (OEA), con el objetivo de “buscar entendimiento” entre las partes implicadas. Su visita también fue objeto de protestas pues fue tachada de injerencia externa en el proceso.
Los partidarios de la oposición han protagonizado hechos de violencia que incluyeron el incendio de un destacamento de la Policía Nacional haitiana o el bloqueo de la ruta nacional número uno que conecta la capital con el norte del país. Así pues, todo indica que la transición de Haití se alargará en el tiempo y está lejos de concluir.
La oposición haitiana es quien alienta y apoya las protestas callejeras como medio de presión ante un escenario donde sólo vislumbran continuismo en el poder y fraude electoral. Desde el parlamento, la oposición pidió que la misión principal del gobierno de transición fuese garantizar la paz, crear una comisión que investigue las supuestas irregularidades cometidas en la primera ronda de las elecciones presidenciales del 25 de octubre y crear un clima de confianza que permita celebrar la segunda vuelta de unos comicios libres y democráticos. El gobierno de Estados Unidos no se posicionó respecto a uno u otro candidato, simplemente defendió que todos los actores se pusieran de acuerdo en favor del interés nacional así como deseó continuar trabajando con Haití en el fortalecimiento de su democracia.
Han pasado seis años del terremoto y a pesar de la ayuda humanitaria recibida Haití sigue sumido en la pobreza, miles de haitianos continúan en campos de desplazados y no se ha superado la inestabilidad política. Normalmente existe una correlación directa entre las crisis económicas y sociales con las crisis políticas. Según los datos, Haití se encuentra en esta triple crisis. Ante este escenario, no habría que descartar una posible ruptura política con complejos e inciertos resultados. Además, es probable que muchos de los problemas subyacentes tras el temblor sigan lastrando al país en los próximos años. Si la situación no cambia, en un futuro próximo podríamos asistir a un nuevo terremoto, esta vez social.