Los resultados de las elecciones legislativas celebradas en Montenegro el pasado 30 de agosto auguran un esperado cambio político. Después de 30 años en el poder, el Partido Democrático Socialista (DPS en sus siglas en serbio), encabezado por Milo Đukanović, ha ganado las elecciones, con 30 de los 81 escaños del Parlamento montenegrino, pero no tendrá suficientes votos para formar un gobierno con sus tradicionales aliados. La mayoría imprescindible para formar gobierno –41 escaños– podría corresponder esta vez a una coalición de otros partidos agrupados en tres listas: Por el Futuro de Montenegro, Paz es Nuestra Nación y Negro en Blanco. Si se produce una alianza de gobierno entre ellos, supondría un cambio histórico, pero ¿hacia dónde? Para despejar esta incógnita, habría que comprender cuáles han sido las claves de la victoria de los partidos de la oposición.
“La polarización social y política junto con la corrupción representa la mayor vulnerabilidad de Montenegro, y la clave de la injerencia serbia y rusa en el país”.
Claves de la victoria de la oposición
Esta se debe al desgaste del gobierno del DPS por los casos de corrupción y al enorme error de plantear estas elecciones como una cuestión identitaria, como un plebiscito sobre los bienes de la Iglesia Ortodoxa Serbia, cuando la Iglesia Ortodoxa de Montenegro no está reconocida canónicamente como autocéfala.
No es exagerado afirmar que en Montenegro no se ha producido alternancia de poder desde 1943, toda vez que los líderes comunistas, entre ellos Milo Đukanović, cambiaron el nombre del Partido Comunista por el de “Partido Democrático Socialista” en 1991, conservando la “nomenclatura del” poder y las redes del clientelismo y de la corrupción de la época anterior.
Đukanović ha permanecido en el poder durante 30 años (seis legislaturas como primer ministro y dos como presidente) gracias al nacionalismo y al apoyo externo de los líderes occidentales. Entre 1991 y 2000 apoyó fervientemente al gobierno de Slobodan Milošević y fortaleció los vínculos entre el Estado, el partido y el crimen organizado. En 2006 Montenegro se independizó de Serbia, y, desde entonces, el antiguo dirigente comunista ha conservado su poder mediante el dominio de una parte del electorado cuyo control ha asegurado polarizando la sociedad en torno a cuestiones de identidad provocadas por la ruptura con Serbia. Desde 2008, tuvo amplio apoyo externo gracias al compromiso estratégico del su gobierno con la integración euro-atlántica. Durante décadas, EEUU y sus aliados europeos pasaron por alto las corruptelas de Milo Đukanović en atención a su voluntad de llevar a Montenegro hacia la OTAN y hacia la adhesión a la UE, incluso mientras consolidaba un sistema de padrinazgo y corrupción partidista que consagraba el poder del DPS y erosionaba el prestigio exterior de Montenegro.
La polarización social y política junto con la corrupción representa la mayor vulnerabilidad de Montenegro, y la clave de la injerencia serbia y rusa en el país. Hubo tres oleadas en el incremento de tal polarización social y política. En 2006, cuando Montenegro se independizó de Serbia, con el 55,50% de los ciudadanos votando a favor de la independencia y el 44,50% en contra. La segunda se produjo con la entrada de Montenegro en la OTAN, cuando el 46% de los ciudadanos votó a favor de la integración en la Alianza Atlántica y el 42% en contra. La tercera, con el anuncio de la controvertida Ley sobre la Libertad Religiosa, que prevé la expropiación de los bienes de la Iglesia Ortodoxa Serbia si ésta no puede demostrar que 700 lugares de culto le pertenecen desde antes de 1918 (cuando Montenegro se integró en el Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos). Dicha ley sólo cuenta con el apoyo del 20% de los ciudadanos montenegrinos, mientras que el 62% no la apoya. La intención de Đukanović era conseguir la autocefalía para la Iglesia Ortodoxa de Montenegro, y minar así la influencia de la Iglesia Ortodoxa Serbia, que es no sólo religiosa, sino también política, como lo ha demostrado su oposición al gobierno del DPS. Desde la adopción de la Ley por el Parlamento de Montenegro, donde el DPS y sus aliados tenían la mayoría, el pasado 27 de diciembre, la Iglesia Ortodoxa Serbia ha organizado, cada jueves y domingo, litijas –procesiones encabezadas por popes portando iconos, seguidos por los creyentes– en contra de la Ley. Desde mayo, después del confinamiento por la pandemia del COVID-19, las litijas se convirtieron en protestas contra el gobierno.
¿Hacia dónde va Montenegro?
Antes de las elecciones, los partidos de las tres listas habían pactado cuatro condiciones para un gobierno de coalición: conservar el rumbo hacia la integración euro-atlántica (dando continuidad a la política exterior); crear un gobierno de expertos; adoptar con urgencia las leyes de origen de la propiedad; y tender la mano a las minorías.
Los resultados electorales pueden suponer un cambio histórico y democrático y han deparado una oportunidad para combatir la corrupción sistémica. Sin embargo, hay que ser muy prudente ante las expectativas, por varias razones. La primera es el hecho de que Milo Đukanović ejercerá como presidente del gobierno hasta 2023, y durante los últimos 30 años no ha compartido el poder con nadie sin mantener el control personal del mismo.
El Frente Democrático que encabeza la lista Por el Futuro de Montenegro es el segundo partido más votado (obtuvo 27 escaños). Se trata de una fuerza pro-serbia y pro-rusa y, hasta ahora por lo menos, anti-OTAN. Las otras dos coaliciones –Paz es Nuestra Nación y Negro sobre Blanco–, son de claro signo pro-europeo (juntos suman 14 escaños). Los puntos en común entre las tres coaliciones son las decisiones de luchar contra la corrupción y de propiciar un necesario cambio político en Montenegro. Sin embargo, existe un justificado temor a que el Frente Democrático intente aprovecharse de otras dos coaliciones para llegar al poder, e imponer desde el gobierno su política pro-rusa, lo que supondría el bloqueo y retraso en el movimiento de Montenegro hacia la integración en la UE. El tiempo lo dirá.