Tras el Congreso del Partido Comunista que acaba de celebrarse, China inicia una nueva etapa que se anuncia de gran trascendencia (se habla incluso de una nueva “era”). ¿Hacia dónde va China? El objeto de este post es comentar de manera resumida las grandes tendencias o cuestiones que se plantean en la evolución futura de China, que va a girar en torno a tres grandes ejes.
1. Fortalecimiento del poder del Partido Comunista, involución en derechos y libertades
El Congreso ha confirmado el fortalecimiento del poder de Xi Jinping, el Secretario General del Partido (y también presidente de la República Popular). La constitución del Partido ha incorporado incluso una referencia al “pensamiento de Xi Jinping”, algo que le sitúa casi al nivel de Mao, y por encima de los anteriores secretarios generales. Según algunos analistas, Xi se presenta como el tercer gran “transformador” de la República Popular China, tras Mao Tse-tung (el fundador de la República), y Deng Xiaoping (el impulsor de las reformas económicas).
Xi tiene como un objetivo central el fortalecimiento del poder del Partido Comunista Chino. Ello ha ido acompañado de una involución en la política de libertades y derechos humanos, que previsiblemente continuará, o se reforzará, en el futuro.
La represión de los considerados como disidentes o críticos hacia el sistema ha llevado a que se crucen algunas líneas cualitativas. Por ejemplo, por primera vez la autonomía de Hong Kong no ha sido respetada, con el secuestro y traslado a China continental de personas que Pekín consideraba hostiles. Por primera vez también se ha condenado y encarcelado en Hong Kong a políticos de la oposición.
El panorama pues no es positivo para el marco de libertades.
2. Una política exterior asertiva, que potencie la influencia de China en el mundo
Con Xi Jinping se ha producido un cambio en la política exterior china: la política de perfil bajo que preconizó Deng Xiaoping ha dado paso a una política mucho más firme y asertiva.
China quiere influir en los asuntos globales, en consonancia con su peso económico. Ha lanzado una iniciativa como la Nueva Ruta de la Seda, que pretende desarrollar un gran corredor económico euroasiático (con una amplia prolongación a otras zonas, como Oriente Medio y Africa oriental). Conocida también por las siglas en inglés OBOR (“One Belt, One Road”), esta iniciativa va afectar directamente a más de 60 países. Ha creado nuevas instituciones financiera multilaterales, como el Banco Asiático de Inversiones en Infraestructuras, que representan una alternativa, bajo liderazgo chino, a las instituciones financieras “tradicionales”, controladas por los países occidentales, como el Banco Mundial o el Banco Asiático de Desarrollo.
Xi Jinping se ha presentado como campeón de la globalización (algo que entra en contradicción con las dificultades que las empresas extranjeras encuentran en el mercado chino) y de la lucha contra el cambio climático.
Incluso se habla del resurgimiento de la idea del Consenso de Pekín: China ofrecería un modelo de desarrollo alternativo al que se ha ofrecido desde el mundo occidental, un modelo que compatibiliza autoritarismo político y eficiencia económica y que puede ser mucho más efectivo (según sus defensores) para los países en desarrollo.
3. Reforma económica, con condicionantes y un reforzamiento del papel del Estado
En el terreno económico es en donde se pueden encontrar mayores incertidumbres. China afronta serios problemas económicos, desde el fuerte crecimiento del endeudamiento (que ha sobrepasado el 250% del PIB, frente a un 140% en 2008), hasta las ineficiencias de las empresas estatales.
Preocupado por fortalecer el poder del Partido, Xi Jinping ha relegado en alguna medida las reformas económicas en su primer mandato. ¿Adoptará, como algunos observadores pronostican, una política más activa en este campo en el nuevo mandato que se abre ahora?
En todo caso, las reformas se abordarán probablemente con prudencia, con el fin de minimizar los efectos negativos (desempleo) que pudieran poner en peligro la estabilidad social. Luchar contra las desigualdades y la corrupción continuará siendo un objetivo prioritario.
Un tema de creciente importancia es el descontento en la comunidad internacional por determinadas actuaciones económicas chinas. Muchas empresas extranjeras se enfrentan a obstáculos y discriminaciones en el mercado chino (en el último estudio de la Cámara de Comercio americana en China, por ejemplo, un 81% de las empresas encuestadas opinaban que las empresas eran menos bienvenidas en China que antes).
Crecen asimismo los recelos frente a las inversiones chinas. En algunos países se ha vetado la venta de empresas a inversores chinos, y en la Unión Europea se ha planteado adoptar medidas de control de las inversiones extranjeras que apuntan claramente a las inversiones chinas.
En todo caso, el reforzamiento del poder del Partido Comunista tiene su correlato en el reforzamiento del papel del Estado en la actividad económica, incluyendo a las empresas privadas.
El contexto económico continuará marcado por la transformación del modelo productivo, con énfasis (y grandes inversiones) en innovación y sectores de tecnología avanzada. A nivel macroeconómico continuará aumentando el peso del consumo y los servicios.
Una nueva autoconfianza
En el trasfondo de los desarrollos mencionados en los párrafos anteriores se percibe una reforzamiento de la autoconfianza de China, y en especial de sus dirigentes políticos. Estos piensan que su sistema político funciona de forma eficiente, en contraste con las disfuncionalidades y alteraciones que han aparecido en muchos países occidentales (desde el Brexit hasta la elección de Trump, “algo que no hubiera podido producirse en China”, como señalan muchos chinos).
Por otra parte, y en contra de las teorías de muchos analistas políticos, China ha demostrado la capacidad para compatibilizar un sistema político autoritario con el mantenimiento de una senda de crecimiento económico y de avances en innovación y tecnología.