Los kurdos han sido un pueblo castigado por la historia (y por los diseños británicos y franceses de “la paz para acabar con toda paz” en los años 20 del pasado siglo como lo calificó David Fromkin en un libro esencial). En el dibujo de fronteras que siguió a la Primera Guerra Mundial y a la caída del Imperio Otomano, el Tratado de Lausana de 1923, y pese a las promesas anteriores, los dejó sin Estado, repartidos entre Turquía, Siria, Irán y ese país ficticio que es Irak. Pero la estabilidad de este último se ha vuelto esencial para toda la zona.
Tras la guerra del Golfo de 1991, EEUU protegió de Sadam Hussein a los kurdos iraquíes con una zona de exclusión aérea y una amplia autonomía de facto, reforzada y oficializada tras la invasión norteamericana de 2003 y el desmantelamiento del Estado baasista. Entonces el Kurdistán iraquí comenzó la des-arabización, frente a la política que había emprendido a la fuerza el régimen de Bagdad. Hoy son pocos los kurdos que hablan árabe. Su propia lengua se ha impuesto. Y el Estado iraquí, si así se puede llamar, no llega realmente allí.
De forma unilateral, el gobierno del Kurdistán iraquí convocó un referéndum sobre la independencia. Su Comisión Electoral afirma que el 25 de septiembre votó un 80%, con un 92% a favor de esa opción. No es que inmediatamente se haya proclamado la separación. El presidente Masud Barzani del Gobierno Regional del Kurdistán sabe que tiene que negociar con Bagdad, pero el primer ministro iraquí, al-Abadi, que tiene elecciones el año que viene y al que sus oponentes han criticado que dejara celebrarse este referéndum, se niega a negociar y ha exigido que se desestime el referéndum para empezar a hablar.
Estos kurdos iraquíes andan casi solos en sus propósitos. Salvo Israel, nadie de fuera apoya su reivindicación, ni siquiera EEUU porque la prioridad de Washington es mantener la estabilidad de Irak y acabar con Estado Islámico (IS o Daesh), lucha en la que los soldados kurdos, los famosos peshmergas, tienen un papel decisivo, junto al ejército iraquí. Tampoco los países de la UE ni Rusia simpatizan con esas ansias independentistas, mientras Turquía e Irán están absolutamente en contra, pues temen que sus minorías kurdas, y los territorios donde viven –a su vez con reclamaciones de independencia–, se vieran atraídos o succionados por un Estado kurdo iraquí, para cambiar las fronteras y formar un nuevo país de más de 40 millones de habitantes. Irán, que se llevaba bien con esos kurdos de Irak, ha cerrado la frontera área con el Kurdistán iraquí, Bagdad ha suspendido los vuelos y Turquía también sopesa medidas. Asfixiar las exportaciones de petróleo kurdo, que también se puede dar, iría en contra de los intereses turcos, pues las necesita.
El terrorismo, el petróleo, la crisis de Irak, la guerra civil en Siria y el gran peso de la geopolítica están contra el nacimiento de un nuevo Estado kurdo, siquiera fuese desgajado sólo de Irak. El reparto de cartas no favorece a los kurdos iraquíes. Y eso que en su manga tienen algunos ases (por los que, justamente, Bagdad no quiere ceder), como las reservas de petróleo y gas y de ese elemento esencial en la zona que es el agua. Un Kurdistán amplio dispondría de las mayores reservas de crudo en Irak, Siria y Turquía. Más aún tras la captura de la rica ciudad de Kirkuk, pero allí viven también árabes y turcomanos que no desean verse integrados en un Estado kurdo. Barzani es consciente de la necesidad negociar con Bagdad sobre “fronteras, agua y petróleo”. Tiene sus propios problemas en su Kurdistán: divisiones y enfrentamientos entre los partidos kurdos (Partido Democrático, Unión Patriótica y Gorran), corrupción y nepotismo. Y una economía endeudada tras la caída del precio del crudo y que importa entre un 80% y un 90% de los bienes que consume.
Los kurdos van a seguir perseverando en su empeño, pues no andan faltos de perseverancia. En Irak y también en Turquía. Han sobrevivido con un sentido de comunidad a lo largo de siglos, repartidos entre países desde hace tiempo. No cabe subestimar su resistencia, su resiliencia. Menos aún cuando parece que las fronteras en Oriente Medio se van a redibujar antes o después. El famoso mapa dibujado en 1916 con tiralíneas por los funcionarios Sykes y Picot, británico y francés respectivamente, está cuestionado, aunque hoy predomine el deseo de estabilidad. No sólo pesa la geografía sino los mapas diseñados encima de ella por los occidentales, como ocurre en África. “Hemos acabado con Sykes-Picot”, proclamó Estado Islámico en 2014. Todavía no.
El papel de EEUU, aliado a la vez de Bagdad y de Erbil, será decisivo para impulsar un diálogo entre ambas realidades. Los kurdos iraquíes que entonaron el bye-bye Irak antes del referéndum tendrán que esperar. Quizá bastante. No parece llegado el momento de esa estatalidad. Pero sería arriesgado afirmar que nunca surgirá un Estado kurdo, más aún en ausencia de toda organización regional.