Escaparate, altavoz y lugar de discretas reuniones, todo eso es el Foro de Davos. En la última edición del Foro Económico Mundial, los protagonistas han sido los grandes Estados –los problemas geopolíticos a veces provienen de otros de menor rango– y las grandes empresas de la tecnología de la información y comunicación (TIC). Todo ello en un momento de crecimiento económico mundial sincronizado, pero con preocupación por la marcha de unas sociedades inquietas. Pues el Foro se abrió con la presentación de un informe de Oxfam sobre una desigualdad que ha hecho que un 82% de la nueva riqueza creada el año pasado fuera al 1% más rico, mientras la mitad de los más pobres no se beneficiaron en nada. La directora gerente del Fondo Monetario Internacional, Christine Largarde, apuntó también en esta dirección al poner de relieve que demasiada gente se queda al margen de este crecimiento (previsto por el FMI en 3,9% para 2018 y 2019). Según sus cálculos, en 2017 una quinta parte de las economías en desarrollo y emergentes han visto reducirse su ingreso por habitante.
Los grandes europeos –entre ellos España, representada por el Rey Felipe VI– se presentaron en formación cerrada para defender la preservación del libre comercio. Si el año pasado contaron con un discurso en este sentido del presidente chino Xi Jinping, en esta ocasión ha sido el indio Narendra Modi el que ha recogido ese guante para alertar de que la globalización estaba “perdiendo lentamente su brillo” y que “las fuerzas del proteccionismo están levantando la cabeza” contra ella, queriendo “revertir su flujo”. “La globalización debe tener sentido para las personas y mejorar sus vidas; de lo contrario, veremos una nueva generación de nacionalistas y extremistas”, advirtió el presidente francés, Emmanuel Macron. Aunque la preocupación por el auge del populismo parece haber retrocedido entre los de Davos, Merkel todavía alertó de su “veneno”, que es “la polarización”.
Frente a ellos, Donald Trump, que llegó precedido por una subida de aranceles a las importaciones en EEUU de paneles solares y lavadoras procedentes de China y de Corea del Sur. Las divisiones en el seno de su Administración se dejaron sentir cuando el secretario del Tesoro, Steven Mnuchin, habló de debilitar al dólar (lo que movió los mercados), para verse corregido por su presidente, que defendió una moneda fuerte. Trump, que intentó desplegar cierto encanto junto a su combatividad, no cayó en un discurso abiertamente proteccionista y aislacionista en este escenario globalista poco propicio a ello, sino que defendió un comercio libre, pero “justo y recíproco”. “América primero”, sí, pero no “América sola”. Su verdadero discurso lo reservaba para el estado de la Unión en Washington, donde se verá si, como lo presenta el analista Robert Kaplan, “ladra más que muerde”. Aunque el canadiense Justin Trudeau aprovechó la plataforma de Davos para anunciar que 11 países habían avanzado hacia el Acuerdo de Asociación Transpacífico del que se había descolgado EEUU con Trump. ¿Una primera respuesta a un orden mundial sin EEUU, del que Davos tuvo poco que decir?
La voz china más potente vino del sector privado, de Jack Ma, el fundador e impulsor de Alibaba, la gran plataforma de venta, para el cual “si se para el comercio, empieza la guerra”. Ma, además, hizo una predicción: “En el futuro no habrá ‘Hecho en China’, no ‘Hecho en América’, no ‘Hecho en Perú’. Va a ser ‘Hecho en Internet’”. La de Ma, que crece fuera de China, y otras grandes plataformas de venta por Internet (y mucho más), como Amazon, están en el punto de mira. Se hacen oír más voces, también de Davos, que piden hacer pasar estas grandes plataformas por el tamiz de la libre competencia, por la ruptura de los monopolios. Lo que se aplica también a otras empresas del sector como Facebook. Para Ma “Google, Facebook, Amazon y Alibaba, somos las empresas más afortunadas de este siglo. Pero tenemos la responsabilidad de tener un buen corazón y hacer algo bueno. Asegurarnos de que todo lo que hacemos sea para el futuro”.
Quizá fue George Soros el que más abiertamente clamó en Davos contra las redes sociales y los monopolios en este campo. Para el financiero y filántropo de origen húngaro, “las empresas de redes sociales engañan a sus usuarios manipulando su atención y dirigiéndola hacia sus propios fines comerciales. Deliberadamente diseñan la adicción a los servicios que brindan”. “Algo muy dañino y tal vez irreversible”, añadió en una cena en el pueblo alpino, “le está sucediendo a la atención humana en nuestra era digital. No sólo distracción o adicción. Las empresas de redes sociales están induciendo a las personas a renunciar a su autonomía. El poder de conformar la atención de las personas se concentra cada vez más en manos de unas pocas empresas”, con el peligro de un futuro orwelliano, cuando se juntan estas capacidades con las de un Estado autoritario, como ya ocurre en algunos lugares, a comenzar por China. Fuera de Davos, Alemania está estudiando el modo en que Facebook acumula datos de millones de usuarios para frenarlo, en lo que sería una intervención sin precedentes en el modelo de negocio de la red social. Algunas de estas grandes empresas del sector pidieron disculpas en Davos, y se mostraron dispuestas a rectificar parcialmente. Sundar Pichai, director ejecutivo de Google, se mostró abierto a los comentarios, y dispuesto a pagar más impuestos si lo regulaba la OCDE. Desde los Estados, desde estas empresas, y desde las sociedades, algo se está moviendo. Quizá mucho.