El paso de Mahmud Abbas por la Asamblea General de la ONU no ha dejado titular alguno, como una señal más no solo de la situación personal del alicaído rais sino también de la creciente marginación del tema palestino en la agenda internacional. Por el contrario, el discurso de Benjamin Netanyahu no ha pasado desapercibido. En su afán por captar la atención internacional, y aprovechando sus recursos teatrales, trató de impactar a su amplia audiencia con el anuncio de que Irán dispone de un almacén nuclear secreto en pleno Teherán y de tres bases en las inmediaciones del aeropuerto internacional de Beirut (gracias a la cortesía de su aliado local, Hezbolá) donde alberga misiles de largo alcance.
Pero, como ya le había ocurrido el 30 de abril de este mismo año –cuando anunció que sus servicios de inteligencia habían logrado hacerse con infinidad de documentos secretos archivados también en Teherán, que demostraban que Irán había desarrollado un plan secreto para hacerse con cinco bombas nucleares de 10 kilotones cada una (el Proyecto Amad)–, su golpe de efecto sin quedó en agua de borrajas. De inmediato su microterremoto mediático quedó en nada, en cuanto las fuentes de inteligencia estadounidenses dejaron claro, como en ocasiones anteriores, que no había nada nuevo en lo que Netanyahu afirmaba y que en esa instalación ya conocida previamente no había las 300 toneladas de material radioactivo que el primer ministro israelí sostiene, sino archivos y papeles. Todo ello, mientras la AIEA sigue confirmando, hasta el 30 de agosto, que Irán está cumpliendo con lo acordado en 2015.
En todo caso, la performance de Netanyahu puede haberle reportado beneficios en otros terrenos. Por un lado, le ha servido para consolidar su alineamiento con un Donald Trump que ha reconocido reiteradamente la influencia de su aliado en la ruptura del acuerdo nuclear con Irán y en el traslado de la embajada a Jerusalén. Su mensaje belicista encaja perfectamente con el plan de Trump de castigar a Irán. No por casualidad en esa misma semana el mandatario estadounidense se encargó de presidir una reunión del Consejo de Seguridad para recabar apoyos internacionales a su plan y para evitar que decisiones como la promovida por la Unión Europea –creando, junto a Rusia y China, un “special purpose vehicle” para circunvalar las amenazas de represalia estadounidense contra las empresas que mantengan relaciones con Irán a pesar de las sanciones que va a aplicar ya plenamente a partir del 4 de noviembre– puedan dar algún alivio a Teherán.
Por otro, mientras aumentan los rumores sobre un posible adelanto electoral para el próximo mes de febrero, la plataforma onusiana le ha servido para protagonizar un acto electoral. Así se entiende que incluso se esforzara en alterar el complejo protocolo de la Asamblea General para hacer coincidir su presencia en la tribuna con el inicio de los informativos televisivos de las 20 horas, dirigiéndose a una opinión pública que lleva mucho tiempo inmersa en un permanente (y artificialmente fabricado) estado de terror y que, por tanto, es muy receptiva a este tipo de mensajes. Convencido de que, a corto plazo, su histrionismo le reporta beneficios, debe resultar ya muy difícil a Netanyahu salirse de su papel, sin entender que, como el protagonista del cuento infantil “Pedro y el lobo”, puede acabar provocando un desastre para su propio pueblo.
Del mismo modo, al redirigir la atención hacia este tipo de cuestiones, Netanyahu también consigue desviar las miradas críticas sobre la operación de castigo que sigue desarrollando en Gaza. El pasado viernes se contabilizaron otros 7 muertos y más de 90 heridos por fuego real, sin que, por un lado, ceje la movilización de los gazatíes y, por otro, Israel parezca interesado en salirse de la vía violenta.
En paralelo, otro de los apuntes que deja esta Asamblea General sobre el conflicto palestino-israelí es la afirmación de Trump a favor de una solución de dos Estados. A la espera de que, previsiblemente antes de final de año, se decida a desvelar su supuesto plan de paz, la clave para interpretar esas palabras no está en su imprevisibilidad o credibilidad sino en lo que se quiera entender por Estado. Y a la vista de las filtraciones que su propio equipo ha ido realizando, nada indica que vaya a posibilitar la existencia de un Estado palestino viable ni una solución justa, global y duradera.
Por último, la noticia de que en una reunión paralela a la Asamblea General la UNRWA ha conseguido movilizar a nuevos y tradicionales donantes para que compensen en lo posible la bofetada que la administración Trump ha dado tanto a la Autoridad Palestina como a la propia Agencia no basta para contrarrestar el sombrío panorama que caracteriza a Palestina. Es cierto que se ha logrado abrir todas las escuelas y reducir el déficit de la UNRWA a 68 millones de dólares. Pero también lo es que la viabilidad de la Agencia sigue estando en el aire más allá de finales de este mismo año y que, aun en el hipotético caso de que lograra equilibrar sus cuentas, la solución al conflicto solo puede venir de una voluntad política que, hoy por hoy, brilla por su ausencia.