El COVID-19 está impulsando una desglobalización –o, si se prefiere, una nueva globalización– que en diversas dimensiones ya había empezado antes de la irrupción de la pandemia, con la crisis que se inició en 2008. Como indican Carmen Reinhart, ahora economista jefe del Banco Mundial, y Vicent Reinhart, entre 2008 y 2018, el crecimiento del comercio global se frenó a la mitad con respecto a los 10 años anteriores. De cara a un mundo post-COVID-19, en el que aún no estamos, y, desde luego, para la actual etapa de incertidumbre, puede resultar útil precisar los términos de esta globalización re-imaginada, como la llama un breve informe de la Economist Intelligence Unit que la reduce pero no la anula (“down but not out”), aunque mucho dependerá de la duración y evolución de la pandemia. La globalización re-imaginada será a la vez menos china y menos occidental, más diversificada, menos humana y más tecnologizada, y en un entorno de dispersión de hábitats y de gigantismo de algunas empresas.
Desacoplada: menos china y menos occidental
Vamos a una globalización menos occidental, por el crecimiento de las relaciones entre las economías emergentes y por la crisis del propio concepto de Occidente (aunque en parte dependerá del rumbo de EEUU tras las elecciones de noviembre). Los intereses de las clases medias occidentales se pueden ver afectados en la búsqueda de nuevos equilibrios globales. También vamos a un desacoplamiento (decoupling) tecnológico entre EEUU y China, no sólo por las medidas de Washington contra Pekín, sino también las de autodefensa de este, con repercusiones para Europa.
Aunque de momento no ha habido salida de inversiones estadounidenses ni japonesas significativas de aquella economía, muchos países –incluida, como apuntamos, China– se han protegido frente a inversiones extranjeras depredadoras de sus propias empresas estratégicas. En general los flujos de inversión se están frenando. La UNCTAD prevé que los flujos globales de inversión extranjera directa se reduzcan este año 2020 en un 40%, lo que los situaría por vez primera desde 2005 por debajo del billón de dólares, con una reducción adicional de hasta un 10% en 2021, antes de iniciar una recuperación en 2022.
La globalización que hemos vivido desde 2001 (entrada de China en la Organización Mundial de Comercio) ha sido en buena parte la de la emergencia de ese gigantesco país. Pero ahora, al menos visto desde Occidente, será menos china, aunque aquella economía se está recuperando más rápidamente que las occidentales de la pandemia. Será una globalización en la que las economías emergentes pesarán más. Ya representan un mayor mercado para las exportaciones chinas que el estadounidense. Según un informe del McKinsey Global Institute (MGI), un 26% de las exportaciones globales de bienes podrían desplazarse a nuevos países en los próximos cinco años.
Re-equilibrada y más diversificada
No va a ser inmediato, pues no es fácil cambiar de repente las cadenas globales de valores y de suministros. Pero la pandemia ha puesto de relieve una excesiva dependencia de muchos países en producciones asiáticas y no sólo de medicamentos. China y la India producen la mayor parte de los ingredientes farmacéuticos. Hay unos 180 productos comercializados clave en los que un único país copa el 70% de su exportación, según el MGI. En una tendencia que empezó antes de la extensión del COVID-19, como bien refleja un informe de Natixis (Is the world de-globalizing?: the short answer is yes but important to understand how), vamos a cadenas de suministros más cortas, más próximas, más resilientes, lo que implica el volver a traer (reshoring) o a acercar (nearshoring) algunas producciones, lo que facilita la tecnología.
Esta tendencia, que el MGI considera que afecta a un 12% a 16% de las exportaciones globales, se puede ver reforzada por un aumento de la automatización de tareas propiciado por el COVID-19. Si la nueva globalización será menos de movimientos físicos de personas y más digital, se da la aparente paradoja de que algunos avances tecnológicos, como la automatización, pueden socavar la globalización, como advierten Adnan Seric y Deborah Winkle, y nosotros hemos apuntado. En este sentido, la tecnologización que tanto ha fomentado la globalización puede ahora impulsar un cierto nuevo proteccionismo.
Muchos países buscan reducir mediante la diversificación de los suministros la sobredependencia en productos y en algunas materias primas, como las necesarias para algunos artefactos digitales o baterías avanzadas, y aumentar el almacenamiento (stockpiling) de algunos suministros. Este ajuste del statu quo desde unas políticas responde a un nuevo nacionalismo económico. El nuevo proteccionismo es ya no sólo de aranceles a la importación sino de limitaciones a la exportación de algunas materias y productos, desde los micro-procesadores estadounidenses avanzados a China a las llamadas tierras raras de ésta.
Más dispersión humana
La pandemia ha frenado drásticamente los desplazamientos humanos, algo que también estaba lentamente en curso. El teletrabajo, globalizado, puede cambiar muchas cosas, incluso el atractivo de algunos países o hábitats. Aunque muchas oficinas están vacías, no parece, aún, haberse reducido la importancia de las grandes urbes. Pese a que estas favorecen los contagios y los confinamientos en su seno resultan más duros, la densidad implica que las capacidades de lucha sanitaria son también mayores, al menos en los países desarrollados. Pero si persiste la pandemia, podrían hacerse menos atractivas, sobre todo ante la necesidad de espacio en las casas particulares para el teletrabajo, y los riegos asociados con algunas posibilidades que ofrecen las grandes ciudades como el teatro, el cine, la música o el deporte en directo o los clubes. Podría llevar a una dispersión del hábitat que también juega en contra de la globalización cuyo desarrollo ha ido de la mano de las megaurbes.
Titanes corporativos
También la pandemia está impulsando otro fenómeno que venía de antes y que a su vez influye sobre el tipo de globalización que está entrando: el gigantismo empresarial de algunas compañías (“titanes corporativos”), al menos de EEUU, China y la India, entre otras economías, más no de Europa. En agosto pasado el valor bursátil de Apple superó por vez primera el billón de dólares, doblando así en dos años. Como señala un reciente informe, el valor conjunto de Apple, Amazon, Facebook, Alphabet (Google) y Microsoft (las llamadas GAFAM) es casi siete veces el de capitalización de todo el IBEX español, y Apple “podría comprar Telefónica, Vodafone, Orange, Deutsche Telekom y Telecom Italia utilizando sólo sus existencias de caja”. Este gigantismo plantea un problema añadido de competencia, sí, pero también de gobernanza de la globalización, una gobernanza que, en estas condiciones, necesariamente tiene que ser público-privada.