La globalización tiene varias dimensiones. Y estas van cambiando y variando en su composición: comercio de bienes, movimientos de capitales (ambos a la baja en estos momentos), flujos de información (al alza) y de personas (también creciendo, con enormes problemas); con, también, intercambios e incluso mestizajes culturales, entre otros. Como ha señalado Lionel Barber, director del Financial Times (ahora propiedad de la japonesa Nikkei, otro cambio), hemos vivido la globalización 1.0. Y ahora estamos en la 2.0, que significa “la interdependencia de varias identidades o culturas caracterizadas por nuevas formas de modernidad no occidental”. Lo de no occidental es importante, no solo para esta globalización de nuevo cuño, sino también para la gobernanza global y el orden mundial, que Occidente ya no puede imponer. En todo caso, estos años han demostrado que Thomas Friedman se equivocaba al plantear que el mundo era plano. No lo es, sino muy rugoso, aunque la economía mundial en estos últimos tiempos tienda a aplanarse.
Este fue uno de los temas de debate en el II Encuentro Intergeneracional del Foro de Foros celebrado en La Granja del 3 al 5 de marzo de 2016. ¿Es la elección entre globalización o más regionalización? O como lo pone un excelente reciente informe de Crédit Suisse, ¿vamos al final de la globalización o a un mundo multipolar (que no necesariamente, ni mucho menos, multilateral)? Apunta algunos factores que pueden “cambiar el juego” (game changers), entre los que destacan tres (el análisis añade otro, la alimentación y la obesidad).
En primer lugar, el mundo digital. Los servicios, los productos e incluso el dinero son crecientemente digitales. Y la digitalización es uno de los elementos que impulsa la globalización, aunque ahora se muevan más los servicios o los productos que los trabajadores, pese al crecimiento en términos absolutos de las migraciones. Pero aún no estamos en una esfera digital verdaderamente globalizada.
El segundo game changer de la globalización es, aunque pueda sorprender, la creciente automatización y robotización de muchas tareas. Pueden llevar a un mundo más conectado, pero también provocar más fracturas pues no todos los países pueden ni podrán desarrollar industrias robóticas y robotizadas competitivas. En este momento son tres los grandes fabricantes de robots: EEUU, Alemania y Japón. Aunque sea China la que más robots instala en sus fábricas, muy a menudo son de fabricación japonesa u otra. A esto se añade el impacto previsible de las cada vez más sofisticadas impresoras 3D (o “manufactura aditiva”), que puede frenar las necesidades de comercio internacional de productos intermedios o incluso finales. Es decir, trastocar las famosas cadenas globales de valor que están detrás de la globalización. Esta automatización (más los costes laborales en aumento en China y otros países) explica en parte la actual re-industrialización que está experimentando EEUU, por ejemplo.
El tercer factor que puede ir en un sentido o en otro es la seguridad en Internet. Como hemos apuntado, la Red hace el mundo más conectado, aunque algunos países o regímenes, como el chino, tenga sus propios muros para evitar una exposición excesiva e incontrolada de sus ciudadanos a lo que viene de fuera. En Internet la geografía y, por tanto, la geopolítica siguen contando. Por algo Google tiene sus servidores esencialmente en suelo estadounidense y en menor medida europeo, es decir, en territorios fiables, aunque se esté abriendo a otros.
Hace unos años, en 2007, en un libro con ese título, hablé de “la fuerza de los pocos”, a saber, de cómo los nuevos medios de comunicación, de Internet a los móviles, empoderaban a individuos o grupos pequeños para tener un alcance global, a veces con mensajes radicales, como en el caso de al-Qaeda o, en estos tiempos, del Estado Islámico, a la vez conectando y fragmentando el mundo. Daesh y Facebook usan las mismas tecnologías de comunicación. Estas tendencias se han reforzado. Y la próxima guerra puede empezar no por un ataque de un misil, sino por un ciberataque.
No obstante, cuando se habla de la falta de gobernanza global hay que recordar que hay regímenes que funcionan, como el postal, la gestión de Internet, el tráfico aéreo o marítimo, y la Organización Internacional de Normalización, ISO en sus siglas en inglés, esencial para la estandarización de los robots, por ejemplo. Incluso, como refleja la manera en que se han llegado a los nuevos Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU para 2030, y al acuerdo de Paris COP21 sobre lucha contra el cambio climático, podríamos estar ante un nuevo tipo de gobernanza global “desde abajo” o “inductiva”, desde los Estados, pero también desde los ciudadanos, los think-tanks, las ONG e incluso la filantropía al estilo Bill Gates.
El citado informe diseña un “reloj de la globalización”, según el cual estaríamos en una situación a la vez más globalizada y más multipolar, aunque el frenazo de las economías emergentes y el estancamiento de las desarrolladas puede estar cambiando esta situación. Presenta tres escenarios:
(1) una globalización que prospera;
(2) la emergencia de un mundo multipolar a niveles económicos, políticos y sociales, incluidos para empresas campeonas regionales que estarían suplantando a las multinacionales globales; y
(3) el fin de la globalización, al estilo de lo que ocurrió tras 1913, con una menor cooperación entre Estados.
Depende, en buena parte, de cómo actúen los factores señalados. De cómo caiga o se haga caer, la pelota. Como en la película Match Point de Woody Allen.