El acoso sexual a mujeres ha entrado en la agenda global. El despertar de las acosadas en EEUU por famosos, o no tan famosos, previsiblemente va a cundir en otros países, y puede empezar a tener repercusiones geopolíticas. Una primera ha sido la derrota del juez republicano Roy Moore, denunciado por acoso, en la elección senatorial en Alabama, un estado habitualmente dominado por el partido de Donald Trump. La victoria del demócrata Doug Jones –que ha logrado no sólo movilizar el voto afroamericano sino también el de votantes blancos acomodados, especialmente mujeres– reduce la mayoría republicana en el Senado a un escaño (más el del vicepresidente), lo que dificulta la labor legislativa de los republicanos y de la propia Administración Trump. Abre perspectivas de que éstos pierdan el control de la Cámara Alta del Congreso en noviembre de 2018 en las elecciones a mitad de mandato. Ello podría hacer inviable una buena parte de las iniciativas de Trump (como en su día les pasó a Obama o a Clinton), aunque le quedaría un margen nada despreciable como Poder Ejecutivo.
Además, el propio presidente está siendo apuntado por mujeres que le acusan de acoso en el pasado, aunque él lo rechaza como “conspiración demócrata”. Todo esto puede afectar a la agenda internacional de esta Administración, y desde luego hacer que pierda fuelle. Supone una primera derrota al tipo de populismo que llevó a Trump a la Casa Blanca, aunque no quepa descartar su reelección, casi tanto como un posible proceso de destitución (impeachment) por otros motivos que tienen más que ver con las relaciones con Rusia en la última campaña presidencial. Cabe recordar que el proceso de impeachment contra Bill Clinton, que paralizó su Administración, lo inició Paula Jones por acoso sexual.
En EEUU están señaladas gentes del mundo de los medios de comunicación, e incluso de un lugar dominado por hombres como es Silicon Valley (en febrero la ingeniera Susan Fowler denunció a un directivo de Uber). En cuanto a políticos, no se trata sólo de republicanos. También el senador demócrata Al Franken se ha visto obligado a dimitir de su escaño por Minnesota. Pero el caso que ha desbordado la presa de la campaña #MeToo (#YoTambién) ha sido el del productor de cine Harvey Weinstein, y otros personajes de ese mundo.
Que este vendaval haya surgido en EEUU no es casualidad, sino que viene al amparo de una más laxa libertad de prensa, frente a las leyes anti-libelo que imperan en Europa, y en especial en el Reino Unido. Para acusar, hay que demostrar, algo que no ocurre tan claramente en el sistema estadounidense.
La Organización Internacional del Trabajo (OIT), que había entrado en esto, define el acoso sexual como “comportamiento en función del sexo, de carácter desagradable y ofensivo para la persona que lo sufre”. Para que exista el acoso sexual, añade, “estas dos condiciones deben estar presentes”. Precisa que el acoso sexual puede tomar dos formas: “1) Quid Pro Quo, cuando se condiciona a la víctima con la consecución de un beneficio laboral –aumento de sueldo, promoción o incluso la permanencia en el empleo– para que acceda a comportamientos de connotación sexual, o; 2) ambiente laboral hostil en el que la conducta da lugar a situaciones de intimidación o humillación de la víctima”. Y puede ser físico, verbal, y no verbal.
La OIT señala que en la UE un 40%-50% de mujeres han informado de algún tipo de acoso sexual en el lugar de trabajo. En la India han crecido las protestas no ya contra el acoso, sino contra la práctica de la violación callejera de mujeres pese a las duras leyes en contra. En la ONU se han llevado a cabo estudios sobre el acoso sexual en Asia, donde aparentemente ha crecido de la mano de la incorporación de la mujer al mundo laboral. Esto puede ser parte de una nueva disciplina que se ha venido en llamar “geopolítica feminista”. Aunque no hay que confundir feminismo con lucha contra el acoso o abuso sexual, sí hay una reclamación creciente en todo el mundo por las mujeres de sus derechos, incluso a conducir, como se va en breve a autorizar controladamente en un país como Arabia Saudí. No obstante, la OIT también apunta a una “tendencia reciente pero creciente”: el acoso sexual entre personas del mismo sexo.
Algunas sociedades –como la rusa– son aun especialmente resistentes a presiones para cambiar en esta materia. El auge profesional de la mujer, o el coste reputacional para empresas de estos casos, están alentando estas denuncias y consiguientes dimisiones en buena parte del mundo. Además, la influencia cultural global de EEUU es patente, y lo que viene de allí se transmite con facilidad, más cuando las primeras denunciantes –“las que rompen el silencio”– han sido designadas como personajes del año por una revista como Time, entre otras publicaciones. Hay un cambio de cultura que se abre paso en buena parte del mundo. En aquella “cultura anterior” se ha refugiado Harvey Weinstein.