En el reciente foro en Pekín sobre la iniciativa “Una Franja, Una Ruta”, también conocida como “Nueva Ruta de la Seda”, hubo presencias, pero también ausencias significativas, o delegaciones que no estuvieron al nivel que se merecía la ocasión. Entre las ausencias destaca la de la India, que se opone por cuestiones de soberanía e integridad territorial (el disputado Cachemira con Pakistán, muy próximo a este plan). Entre las presencias, las de una treintena de mandatarios, entre ellos el presidente ruso, Vladimir Putin, y el presidente del Gobierno español, Mariano Rajoy, además de las cabezas de Naciones Unidas, del Fondo Monetario Internacional, del Banco Mundial y de importantes empresas. Y entre las delegaciones de bajo nivel, la de EEUU, que parece volver a errar en sus actitudes, y la alemana, dada la no participación de Merkel. Por detrás de la cartografía con la que se aborda este plan hay toda una serie de resquemores geométricos encubiertos.
La Nueva Ruta de la Seda es un megaproyecto a varias décadas vista para construir carreteras, ferrocarriles, puertos, oleoductos y gasoductos y otras infraestructuras para unir China a Asia Central y del Sureste, Europa y África por tierra y por mar. Sesenta países involucrados en total. El “proyecto del siglo” lo lanzó el presidente chino Xi Jinping en septiembre de 2013 por dos razones principales. Una interna, para encontrar salida al exceso de capacidad y de producción de acero, cemento y otros elementos de construcción e industria de China, y para el desarrollo de sus 15 regiones del interior, cada una de las cuales han desarrollado su propio plan complementario. Otra exterior, geopolítica y geoeconómica, para abrir y acercar mercados, conscientes de que estos, más allá del comercio electrónico y de los e-productos, necesitan, aún, proximidad geográfica y medios de transporte para acortar ese distancia geográfica que resulta esencial en el movimiento de bienes físicos. Es lo que Alessia Amighini llama “una nueva geografía del comercio”.
Todo con un billón de dólares de inversiones previstas, aunque haya cierto escepticismo sobre su plasmación real.
El desarrollo de plan ha venido a coincidir con algo inesperado cuando empezó hace cuatro años: el vacío que, con Donald Trump, está dejando EEUU en Asia al retirarse del tratado de Asociación Transpacífica (TPP) y adoptar una posición generalmente proteccionista. No deja de ser significativo que Trump hable de America First e intente lanzar un gran plan interno de infraestructuras (aunque muy necesario), también de un billón de dólares (menos que el New Deal), mientras China se lanza con este plan de infraestructuras a vertebrar a medio mundo y lograr una nueva globalización en la que pese más. Pues al final, la “Nueva Ruta de la Seda”, más que proyecto de desarrollo, como lo ponía un editorial del Financial Times es un “estímulo para el comercio”, cuando éste languidece.
Naturalmente, y pese al citado escepticismo, el negocio que hay detrás llevó al foro de Pekín a muchos gobiernos y empresas que no quieren perder este tren. Pero, por detrás, hay también algunas preocupaciones sobre las intenciones chinas. El más patente, el de Putin, que ve que la iniciativa puede socavar su proyecto predilecto de Unión Económica Euroasiática (UEE), pues en ambas participan países como Kazajistán y Kirguizistán, y China penetra así en esferas de influencia tradicionalmente rusas. Putin, que pudo dar un concierto de piano con ocasión del foro de Pekín, calificó públicamente ambos planes de complementarios y se anunció la creación de un Fondo bilateral de Inversión en Cooperación para el Desarrollo Regional que impulse los vínculos entre el norte de China y el extremo oriente de Rusia.
También Turquía está preocupada por si la “Nueva Ruta de la Seda” resta posibilidades o capacidades a su intento de crear un “Pasillo Intermedio” para enlazar con otras zonas de habla turca. Se extendería del Mar Caspio a través de Turquía y Azerbaiyán a Asia Central. Es una forma de reforzar los lazos y profundizar las relaciones por medio de nueva logística y actividad comercial en el mundo turco, como lo presenta uno de sus responsables. De nuevo, aparece Kazajistán en este proyecto.
En cuanto a los europeos, tardaron en entrar en la lógica de la ruta de la “Ruta de la Seda”, pese a que sus dos ejes principales –la Franja Económica a través de Asia Central, y la Ruta Marítima del Siglo XXI a través de Asia del Sur y del Sureste– vinculan a China y Asia con el Viejo Continente. No lo hicieron hasta 2015, y ahora, junto a gobiernos, hay ayuntamientos muy activos al respecto, como los de Madrid, Hamburgo y Ámsterdam entre otro. Los del sur están más abiertos que los del norte, entre los que, como Alemania, preocupa que China cambie las reglas de inversiones y solidaridad política entre Estados miembros. Sobre todo, inquietan los intentos chinos de cautivar a Europa del Este a través de las reuniones regulares 16+1. Esos países buscan en China un contrapeso a su dependencia de Rusia, sobre todo cuando ven a una UE ensimismada en sus problemas internos y el desafío del Brexit. Además, está el interés por las infraestructuras con, por ejemplo, la alta velocidad de Budapest a Belgrado (que aún no se ha empezado a materializar) y el desarrollo del puerto griego de El Pireo, ahora propiedad china. Pero más allá de las instalaciones físicas, como ha indicado Martin Sandbu, Europa debería participar más no sólo por negocio, sino para influir más en la definición de las reglas del comercio internacional porque “al final, el software del comercio va a conformar lo que el hardware pueda hacer”.
China percibe todo esto, y por eso sus dirigentes, con Xi Jinping a la cabeza, insisten en que la Iniciativa “Una Franja, Una Ruta” no busca socavar otros proyectos regionales. Por ello, el comunicado final de la reunión de Pekín defendía las consultas paritarias, beneficios mutuos, armonía e inclusión, la operación basada en el mercado y equilibrio y sostenibilidad, y se declaraba a favor del comercio internacional, cosa que no ocurre ya en otros foros en los que participa EEUU. La visión de China es siempre a muy largo plazo. En eso nos ganan.