La pregunta del título es más bien provocativa, con pretensiones de hacer pensar. De entrada afirmo que el género es una categoría no sólo útil, sino necesaria para la política. Lo es porque los análisis feministas que crecen desde la perspectiva que lo toma en consideración sirvieron a las mujeres, históricamente excluidas del ámbito público, para erosionar su discriminación, reclamar derechos y visibilizar su legado civilizatorio. Lo es porque, como sucedió con las ciencias, la crítica feminista mejoró la política.
No obstante, algunos acontecimientos de la política internacional, en concreto, el triunfo del ‘No’ en la consulta de refrendación de los Acuerdos de Paz firmados por el Gobierno colombiano con las FARC-EP, muestran que la noción de género es un arma de muchos filos: es sabido que la manipulación de la noción de género fue uno de los factores que favoreció el triunfo del ‘No’.
El título hace también un guiño al trabajo de 1986 de Joan W. Scott, introductora del concepto en los estudios feministas con el artículo “El género, una categoría útil para la investigación histórica”. La nueva herramienta caracterizaba las relaciones sociales entre los sexos y denotaba las construcciones culturales relativas a los roles considerados apropiados para mujeres y hombres. El sistema sexo-género explicaba los procesos recursivos de construcción del género, en sus polaridades masculina y femenina, que se plasmaban en la división sexual del trabajo, las dicotomías simbólicas y las características individuales atribuidas a los sexos, así como las relaciones de poder que se establecen entre hombres y mujeres.
Scott enfatizó el carácter relacional y de interacción de la noción de género, por lo que de ningún modo afectaría solo a las mujeres, dado que era y es muy importante sacar a la luz la jerarquización del valor atribuido a lo considerado masculino y femenino. El género es una forma primaria de relaciones significantes de poder, escribió. Transcurridas más de dos décadas se constató que, como todo concepto, el género cobró vida propia. Tanto en la investigación como en la acción social o la política internacional, su aplicación ha estado en manos de los usuarios que lo interpretaron libremente: a menudo, como sustituto de mujeres, otras como sustituto de sexo, y tras las argumentaciones de Judith Butler sobre la fuerza performativa del género, este pasó a ser base para la política LGTBI. Para los más jóvenes, este último es el significado de la política de género.
En el ámbito institucional, el enfoque de género hace años que está presente en todos los niveles de los organismos internacionales. En su web, ONU Mujeres recoge la riqueza y complejidad de su utilización como herramienta de análisis en lo que llama “Glosario de igualdad de género”.
Volviendo a Colombia, fuimos testigos de cómo en el proceso de negociación de la paz en La Habana se acabó haciendo efectivo el clamor de las organizaciones feministas exigiendo participación en la mesa de negociación. La Resolución 1325 (y siguientes) del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas apoyaban su reclamación. Dos Cumbres Nacionales de Mujeres y Paz mostraron la capacidad de las mujeres organizadas, muy potente en Colombia, para la incidencia política, basada en la experiencia de años de trabajo para empujar salidas negociadas al conflicto armado. Con el apoyo de instituciones como ONU Mujeres y países comprometidos con la aplicación de la 1325, las mujeres lograron finalmente estar presentes en las negociaciones de La Habana a través de una Subcomisión de Género. Esta subcomisión revisó los acuerdos ya firmados y veló para que los aún pendientes de acordar incluyeran la perspectiva de género.
Las organizaciones de mujeres colombianas reclamaban que no se les dejara de lado en todo aquello que les afectaba en los distintos puntos del acuerdo. Las líderes no desconocían que la política de género puede ir más allá, subvertir las identidades, pero sus aportaciones priorizaban situar a las mujeres en el centro, sin que esto significara que no quisieran defender los derechos y la dignidad de los grupos LGTBI, cercanos, aunque no confundidos, con los grupos feministas.
La polisemia del concepto, no obstante, dejó un flanco abierto para los enemigos de los Acuerdos de Paz. Un flanco que fue designado como “ideología de género”. Y que se utilizó como caballo de Troya a favor del ‘No’. Caso de triunfar el ‘Sí’, se proclamó, los acuerdos de paz diluirían las diferencias entre hombres y mujeres y erosionarían los valores familiares, sustentadores de la sociedad. Con esta interpretación interesada y manipuladora se neutralizaba y se borraba el grueso de las reclamaciones de las mujeres: contar en la implementación de los acuerdos, acceder a derechos como víctimas principales del conflicto armado, tener derecho a la tierra, reconocimiento de su protagonismo en la construcción de la paz, etc. Por cierto, el debate en torno al género ya se había dado en la 4ª Conferencia Mundial de Naciones Unidas sobre las Mujeres (Pekín) en 1995.
Finalmente, en el referéndum colombiano triunfó el ‘No’, y aunque el enfoque de género se clarificó y se salvó, de la experiencia colombiana podemos extraer conclusiones. Una, la reafirmación de que el género sigue siendo una categoría útil porque conduce a una política más completa e inclusiva, positiva para todos, no sólo para las mujeres. Y dos, la necesidad de que los textos políticos, sobre todo aquellos que son objeto de controversia y conflicto, incluyan un criterio de interpretación del uso que se da al concepto de género para no dejar margen a posibles manipulaciones.