Trump, por su actitud de rechazo al acuerdo de París contra el cambio climático, socavó el G7 (que ya antes había expulsado a Rusia). En Hamburgo, su actitud nacionalista y proteccionista de America First no ha paralizado el G20, pero en buena parte lo ha vaciado pese a la profusión de contenidos en la declaración final y otros documentos que condenan el proteccionismo, el terrorismo internacional, ponen en pie un plan de acción para el crecimiento y una iniciativa para África, o incluso, entre otras propuestas acordadas, se comprometen a luchar por el empleo juvenil en las zonas rurales o con la formación de las mujeres jóvenes. Pero el problema del G20 no ha sido nunca lo que dice –aunque negociarlo cueste muchos esfuerzos diplomáticos–, sino más bien lo que no dice y, sobre todo, lo que no hace. En parte se ha evitado que la cumbre de Hamburgo quedara en un acuerdo de G19, es decir, sin Estados Unidos. Pero nada garantiza que no estemos, realmente, ante un G-Cero. “El mundo no ha estado nunca tan dividido”, dijo el presidente francés Emmanuel Macron en Hamburgo. Si lo ha estado, pero éste es otro mundo mucho más interconectado –lema de este G2–-, para lo bueno y para lo malo.
Pues, ¿quién manda en el mundo? En estos momentos nadie. Ni siquiera en grupo. Trump había lamentado antes en Varsovia que Occidente pierda pie, pero Occidente no sólo se ha quedado sin líder –nadie se fía de Trump– sino que es un concepto esencialmente globalizador y el actual presidente de EEUU es un desglobalizador. Puede ser algo temporal, lo que dure Trump en la Casa Blanca, aunque no hay que olvidar las causas de Trump, pues hay tendencias subyacentes que muestran que las raíces son profundas y le anteceden.
La cuestión es si puede haber gobernanza global sin Estados Unidos, la mayor economía del planeta, el mayor poder militar, tecnológico y cultural, aunque en estos cuatro aspectos esté perdiendo terreno. ¿Pueden los demás seguir gestionando el mundo sin el concurso estadounidense y puede EEUU actuar como le plazca? Es posible que los términos del Acuerdo de París se mantengan si los demás cumplen. El comunicado de Hamburgo dice que “los líderes de los otros Estados miembros del G20” aseguran que dicho acuerdo “es irreversible”. Incluso que EEUU podría acabar cumpliendo en parte porque algunos de los Estados federados, ciudades y grandes empresas están comprometidos a ello, en una suerte de una gobernanza global subestatal. Pero en éste y sobre todo otros terrenos, difícilmente se logrará algo sustancial sin el concurso de EEUU.
Para empezar, porque “los otros”, el resto, no forman una unidad, sino que tienen intereses muy diversos. Se ha visto, por ejemplo, entre Pekín y la UE, al no aceptar ésta última otorgarle a China el estatus de economía de mercado en la Organización Mundial del Comercio, pues ello limitaría la capacidad europea de abrir procedimientos antidumping contra importaciones de productos chinos. Están también las medidas de la UE contra la penetración excesiva del acero chino. Hay otras diferencias, como las resistencias francesas y alemanas a algunas inversiones chinas en sectores estratégicos (como la robótica o la energía). Por no hablar de las libertades y del trato al Premio Nobel de la Paz Liu Xiaobo.
Es, sin embargo, importante, que “los otros” mantengan encendida la antorcha del sentido común y la integración comercial. El acuerdo político entre Japón y la UE para un acuerdo comercial de envergadura, aunque a falta de flecos importantes, es un gran paso adelante. Entre ambos representan un 19% del PIB mundial y un 38% de las exportaciones de bienes. Japón también está intentando recuperar Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP), al que EEUU ha renunciado, y Europa está impulsando acuerdos con, por ejemplo, Mercosur o África. Pero incluso juntos, Japón y Europa carecen de una suficiente capacidad estructuradora global.
Está al caer –se ha retrasado hasta después de la cumbre del G20– que EEUU tome medidas contra las importaciones de acero, que afectarían esencialmente a China y a los europeos, obligados a responder en lo que puede ser una escalada. La espiral proteccionista de EEUU no ha empezado con Trump, pero se está, preocupantemente, acentuando con él. Según un informe de Global Trade Alert, que monitorea al G20, en los seis primeros meses del año, es decir, con la Administración de Trump, EEUU, a todos los niveles, ha introducido un 26% más de medidas contra los intereses de otros países que en el mismo periodo del año anterior, mientras el resto del G20 no ha seguido una línea similar contra intereses estadounidenses. Pero también, según el informe, a finales de 2016, aún estaban en vigor 2.420 medidas proteccionistas que dañaban los intereses comerciales de EEUU. Es decir, que, pese a los años que lleva hablando del tema, el G20 ha hecho poco por el comercio mundial. De hecho, según este estudio, desde 2008 los países del G20 han introducido más de 11.000 medidas proteccionistas.
Más no es sólo cuestión de comercio y proteccionismo, o lucha contra el cambio climático. Todo esto, y el retraimiento de EEUU del escenario mundial con Trump, puede tener consecuencias geopolíticas. En estos momentos, por ejemplo, con la crisis con Corea del Norte (en la que Trump ha vuelto a la posición de que necesita la cooperación de China), de Qatar, de Siria (para lo hay un acercamiento entre EEUU y Rusia con el anuncio de un alto el fuego en el suroeste), o el ISIS y el terrorismo yihadista, sí hubo coincidencia en el G20, y, sobre todo, en las cruciales reuniones bilaterales paralelas. El G20 se creó sobre todo para abordar –de forma coordinada, no integrada– asuntos económicos, y sus primeras cumbres, reuniones de jefes de Estado y de Gobierno, se empezaron a celebrar a raíz de la crisis desencadenada por la caída de Lehman Brothers. Casi una década después, muchos de sus integrantes parecen distanciados en sus posiciones económicas, y quizás no sea éste el mejor foro para abordar las geopolíticas.
A Trump no ha parecido importarle demasiado esta reunión –ha estado más pendiente de sus encuentros con Vladimir Putin, con Xi Jinping o con Theresa May– que del G20 como tal. Como habían señalado con anterioridad H.R. McMaster, su asesor de Seguridad Nacional, y Gary Cohn, su consejero económico, Trump no ve el mundo como una “comunidad global”, en la que hay que cooperar, sino como una “arena” en la que hay que pelear. Hoy por hoy, a la luz de este G20, parecemos estar ante lo que Ian Bremmer llamó hace seis años, y en condiciones muy distintas –no se debía a la actitud de un presidente de EEUU y de las bases ciudadanas que le apoyan como ahora–, un G-Cero. Situación preocupante ante el alcance de los problemas que se están acumulando.