El ejercicio acaba de empezar y se culminará en la cumbre de noviembre en Buenos Aires. Es importante para Argentina, para su presidente Mauricio Macri, para América Latina y para el propio G20. “El G20 es una oportunidad para Argentina y para la región”, afirmó su jefe de gabinete, Marcos Peña. Aunque haya continuidad con las anteriores presidencias china y alemana, las prioridades han cambiado: el futuro del trabajo en la era digital, unas infraestructuras sostenibles y la seguridad alimentaria, a lo que se puede añadir la lucha contra la corrupción. Son temas que interesan especialmente a Argentina, y a casi todos, por no decir todos. Argentina quiere escuchar a todos –incluido los EEUU de Trump– y se está coordinando a nivel de sherpas con los otros dos países de la región, Brasil y México, presentes en esta formación que representa dos terceras partes de la población mundial y una proporción aún mayor del PIB global. México no lo consiguió en 2012 en la cumbre de Los Cabos, al adherirse a las tesis económicas vigentes en EEUU. Argentina se propone atender más a la diversidad –de problemas y de soluciones– de situaciones nacionales y regionales que presenta el G20.
La agenda del G20 se ha ido ampliando con los años. Argentina se propone volver a limitarla, y, además, aunque las reuniones de ministros produzcan conclusiones más técnicas, aspira a que la cumbre se limite a producir un comunicado de tres páginas y en un lenguaje comprensible para la gente de la calle, huyendo de los tecnicismos. El G20 no está hecho para la coordinación geopolítica ni para tratar en su seno de Venezuela, por ejemplo. Hay demasiada diversidad. Por eso es bueno ese intento de redimensionar su agenda. Y para llegar a ese comunicado corto y comprensible habrá que trabajar duro. Macri también pretende que se alineen las agendas del G7 y las del G20.
Tomemos el ejemplo del futuro del trabajo y de la educación para ese futuro digital. Es un tema central que interesa a todos. También a Argentina, que lo está preparando a fondo como quedó patente en la reunión de lanzamiento, en esta presidencia, de la red de laboratorios de ideas conocida como T20, ahora conducido por los think-tanks argentinos CARI y CIPPEC. Según el informe Robotlución de Intal-Bid, la automatización puede afectar a 1.100 millones de personas en el mundo. En Argentina, la probabilidad, según este estudio, es que afecte a un 71% de los que únicamente tengan estudios primarios y secundarios, pero “sólo” a un 40% de los titulados universitarios. Es decir, que la educación cuenta. Aunque quizá la educación no lo pueda todo si no se siguen a la vez políticas de generación de empleo. Naturalmente, Argentina no espera resolver el problema, pero sí ponerlo seriamente en la agenda del G20 y que después haya una continuidad, pues este es uno de los temas de nuestro tiempo.
Argentina está también muy interesada en las infraestructuras. Con Brasil, es una potencia agrícola, pero falla en los sistemas de transporte. La conectividad de Internet tiene el reto de la generalización de la fibra óptica y del salto al prometedor (y para el Internet de las Cosas, crucial) sistema móvil 5G. Las infraestructuras son también energéticas y sociales. El G20 es, de una forma general, una oportunidad para reformas internas en Argentina a la luz de la agenda internacional. Argentina, ante esta presidencia del G20, insiste más en la idea de “desarrollo” equitativo y sostenible, que en un mero crecimiento.
Estamos frente a una visión desde el Sur y desde América Latina que interesa también al Norte. Aunque sea un Norte más dividido entre Europa –importante pero que se ha quedado sola– y EEUU, que ha decidido ir a lo suyo (sin importarle lo que se lleve por delante). Sin olvidar que los EEUU de Trump son parte del G20 y con él habrá que pactar también. El G20, como recordó el economista Jeffrey Sachs, sumamente crítico con Trump, también refleja las tensiones existentes entre EEUU, China y Rusia.
Puede ser interesante. También para el liderazgo regional de Macri, idea ante la que hay mucha cautela, aunque quizá lo arrastre el vacío que se ha creado en otros países. Se resiste a la tentación de proponerse como líder regional, para comenzar de Mercosur, sino que prefiere que éste posible estatus se derive de los hechos que logre para su país, para la región, de la gestión del G20 y otros acontecimientos. Argentina es consciente de que la gobernabilidad interna influye en la capacidad de influir en la gobernabilidad global, como lo expresó Sergio Bitar, presidente de la Fundación para la Democracia. En todo caso, como dijo Macri en el Foro Económico Mundial en Davos, “si seguimos aislados, solo agravaremos nuestros problemas de pobreza”. El G20 es una ocasión para salir de ese aislamiento en el que Argentina había quedado con los kirchnerismos. El ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, califica la presidencia del G20 de “uno de los mayores acontecimientos diplomáticos en la historia del país”. Sea como sea, no hay duda de que Argentina parece de vuelta.
La cuestión es si lo está el G20, muy útil en la coordinación para la gestión de la crisis en 2008-2009, pero mucho menos, pese a las buenas y largas palabras de sus comunicados, en lo que ha venido a continuación. Diez años después de esa crisis, el actual crecimiento sincronizado en todas las partes del mundo –pero desigualmente repartido en el seno de las sociedades– y los retos compartidos de futuro pueden constituir una nueva oportunidad. En el G20 cuenta tanto el contenido como el proceso para generar una cultura común de lo que es posible; aunque lo ideal sea un éxito del proceso y un éxito del resultado de este G20 argentino. Esta vez es Argentina la que está en condiciones de pedir a los demás: G20, a las cosas.