El término “fuga de cerebros” o braindrain fue utilizado por primera vez en el Reino Unido en los años 50 del siglo pasado para describir la emigración de científicos y tecnólogos desde Europa hacia EEUU. En aquellos años menos del 10% de los jóvenes europeos llegaban a la Universidad, reservada a las clases medias y altas, y la gran mayoría se limitaba a acabar la enseñanza obligatoria que entonces terminaba a los 10 o los 14 años. Por tanto, en los años 50 los universitarios formaban una elite cuya pérdida por la vía de la migración tenía efectos notables sobre las capacidades del país de origen. Algo más adelante, en los años 60, el término comenzó a aplicarse a la salida de licenciados universitarios de países del entonces llamado Tercer Mundo para trasladarse a los ricos EEUU, Europa o Canadá. También en ese caso el braindrain se producía sobre un colectivo relativamente muy pequeño, el de los escasos individuos que conseguían en Kenia o en la India una licenciatura en medicina o en ingeniería, por poner un ejemplo.
El braindrain y sus efectos han recibido mucha atención en las últimas décadas por parte de investigadores académicos y han causado preocupación en los organismos internacionales interesados en el desarrollo de los países más pobres. Como resultado, las políticas migratorias de muchos de los países que atraen más inmigración suelen ahora incluir medidas (poco concretas) para evitar el braindrain que provocan o para disminuir o compensar sus efectos sobre los países de origen.
También en España ha comenzado a hablarse de “fuga de cerebros” a raíz de la reciente emigración de jóvenes españoles universitarios. Pero en España, como en la mayoría de los países ricos, los universitarios ya no son una pequeña minoría sino un gran grupo. Según los datos más recientes de la OCDE, del 2011, el 39% de los españoles de entre 25 y 34 años tienen un título de educación superior, un porcentaje idéntico a la media de los países de la OCDE. Por otra parte, sabemos que los universitarios son los más propensos a emigrar, a pesar de que el paro les afecta menos, quizá porque tienen un nivel más alto de inglés y otros idiomas, y mejores expectativas respecto al tipo de trabajo que pueden encontrar. Así lo muestran las encuestas sobre disposición a emigrar realizadas por el CIS o por el Eurobarómetro y lo confirma la primera encuesta europea a emigrantes post-crisis procedentes del sur de Europa y de Irlanda, de la que el RIE ha publicado una nota de prensa con un primer avance de resultados relativos a España.
Puesto que los que se van son sobre todo los universitarios ¿podemos denominar a esto una fuga de cerebros? Difícilmente. Según el Diccionario de la Real Academia Española un “cerebro” es una “persona sobresaliente en actividades culturales, científicas o técnicas”. Si cuatro de cada 10 españoles en las edades más móviles (entre los 25 y 34 años) tienen un título de educación superior, no todos ellos pueden ser “personas sobresalientes”, aunque indudablemente tengan una formación mayor que la del resto. Por otra parte, esta salida de licenciados no está teniendo efectos negativos sobre las capacidades de las empresas españolas: las entrevistas realizadas desde el Real Instituto Elcano con empresas del sector tecnológico muestran que no existe en este momento en España una carencia de talento; las empresas no encuentran dificultades para contratar al tipo de especialistas que necesitan. Lo que limita la capacidad empresarial es la sequía del crédito, pero no la falta de individuos cualificados.
De la abundancia de licenciados universitarios en nuestro país se deduce que deberíamos dejar de usar la expresión “fuga de cerebros” para referirnos en general a la emigración actual y limitarla a la mucho más reducida salida de España de individuos que están en la carrera universitaria o investigadora, esos cuya vocación es la investigación, la ciencia y la tecnología, y cuyo tamaño podría evaluarse a partir del número de personas con un doctorado entre los que se van. En la encuesta citada, los doctores representan el 10% de los licenciados que han emigrado recientemente desde España (a partir del 2007), por tanto una pequeña minoría dentro de la minoría formada por los licenciados universitarios que dan el paso de emigrar. Sin duda en este caso lo más relevante no es la cifra sino la calidad, porquela pérdida de cualquier investigador en un campo líder del avance científico y técnico es una mala noticia. Por otra parte, la salida de investigadores desde España no es un fenómeno nuevo ligado a la crisis, aunque ésta la haya aumentado. Se trata de un viejo mal del sistema universitario y de investigación español, que comparte con muchos otros países europeos y del resto del mundo en los que los recursos dedicados a la ciencia son escasos en comparación con el que ha sido el gran polo de atracción mundial del talento durante décadas, EEUU. En cualquier caso, saber que esos cerebros sólo representan un 10% del total de los licenciados que deciden marcharse ayuda a poner las cosas en perspectiva.