Después de cuatro resoluciones condenatorias del Consejo de Seguridad entre 2006 y 2013, el cuarto ensayo nuclear en enero de 2016 y su lanzamiento con éxito de un satélite al mes siguiente evidenciaban el agotamiento de la estrategia seguida hasta el momento por la comunidad internacional con el programa nuclear norcoreano.
Aunque casi con total seguridad la bomba detonada a principios de año no fue de hidrógeno, su potencia sí fue probablemente mayor a la de las tres anteriores y su mecanismo de detonación más complejo. Asimismo, el cohete del pasado 7 de febrero fue lanzado con mayor precisión y con menor tiempo de preparación que el de abril 2012, cuando se produjo el que era, hasta ahora, único lanzamiento exitoso de estas características por parte de la agencia espacial norcoreana. Es más, paralelamente el régimen norcoreano introdujo varios cambios internos, como la reforma de su constitución, para aumentar el valor propagandístico de su programa nuclear y su peso como elemento legitimador del liderazgo de Kim Jong-un. Parece, por tanto, que estamos ahora más lejos que hace una década de contar con una península de Corea libre de armamento nuclear.
Los avances del programa nuclear y de misiles balístico norcoreano han aumentado sensiblemente en estos últimos años la sensación de amenaza directa que suponen las capacidades militares norcoreanas en países como Corea del Sur y Japón. De ahí que en Seúl sean cada vez más las voces, incluso dentro del partido de la presidenta Park Geun-hye, que abogan por establecer un programa nuclear propio.
La clave para revertir esta situación de creciente inestabilidad es convencer a las autoridades norcoreanas de que les resultaría más beneficioso renunciar a su programa nuclear que mantenerlo. No es tarea sencilla, pero sí posible, dado que, en contra de lo que suelen proyectar muchos medios de comunicación internacionales, las autoridades norcoreanas son actores racionales, aunque estemos en desacuerdo con muchas de sus decisiones. Es más, resulta imperativo explorar esta vía diplomática con más ahínco, porque un eventual intento de cambio de régimen, sobre el que lamentablemente se frivoliza con frecuencia, podría provocar una crisis humanitaria y de seguridad de enormes proporciones.
Llegados a este punto, tenemos que preguntarnos si la resolución 2270, aprobada el 2 de marzo por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, puede ser un hito significativo en este sentido, o, si al igual que sus predecesoras, no logrará motivar al régimen norcoreano a buscar un acuerdo con la comunidad internacional para abandonar su programa militar nuclear y de misiles balísticos. Sobre el papel, el endurecimiento de las sanciones, especialmente las de carácter financiero, logístico, y comercial, deberían servir para reforzar la idea de que Corea del Norte es bienvenida a beneficiarse de las múltiples oportunidades de desarrollo que le brindaría una mayor inserción en la economía global, sólo si renuncia a su programa nuclear. Esto podría favorecer el deseado cambio de actitud de las autoridades norcoreanas. Sin embargo, sólo podremos comprobarlo si las sanciones se implementan adecuadamente. Esto está lejos de estar asegurado dados los matices introducidos en el texto de la resolución por China y Rusia para hacerla más ambigua, las dificultades inherentes a la aplicación de sanciones tan amplias, la experiencia del régimen norcoreano para sortear las sanciones, y la escasa voluntad de varios de los socios norcoreanos para asumir las pérdidas económicas que les supondría la aplicación de las mismas.
En cualquier caso, hay que recordar que las sanciones no son un fin en sí mismo. El objetivo es la renuncia de Corea del Norte a tener armamento nuclear. En otras palabras, se trata de propiciar que las autoridades se sientan seguras, tanto a nivel interno como internacional, sin tener que depender para ello de armamento nuclear y hacerlo de tal manera que mejoren las condiciones de vida de la población norcoreana.
Para ello, como indica la propia resolución 2270, de forma paralela al establecimiento de sanciones hay que intentar restablecer plataformas de diálogo con el régimen norcoreano. En estas conversaciones habría que plantear incentivos económicos que pudiesen incrementar la popularidad de los líderes norcoreanos dentro de su país, gracias a una mayor capacidad de generar desarrollo socioeconómico; y una hoja de ruta para la firma de un tratado de paz y la normalización diplomática de Corea del Norte, que reasegurase al régimen frente a hipotéticas intervenciones internacionales y contribuyese a la estabilización de Asia Oriental.