En la competencia bipolar entre EEUU y China, en la que Europa es más campo que actor, la dimensión ideológica está tomando una creciente dimensión. Por parte china, de EEUU (Trump y Biden) y de Europa. La represión de uigures en Xinjiang y la nueva ley de seguridad en Hong Kong han traído las diferencias ideológicas a un nuevo, aunque no primer, plano. Y son también una palanca para frenar los avances tecnológicos chinos. El tecnonacionalismo se va imponiendo tanto en China como en EEUU.
El factor ideológico puede reforzar el geopolítico, para generar una coalición formal o informal frente a China, aunque Europa busque su Doctrina Sinatra (My Way). Un ejemplo puede ser el Partenariado Global para la Inteligencia Artificial (Global Partnership for AI), desde la OCDE para un uso responsable de esta tecnologías que respete los derechos humanos y la democracia. Europa tampoco es una santa. Amnistía Internacional ha denunciado que tres empresas europeas de inteligencia artificial (IA) exportan a China tecnología de vigilancia. Europa está revisando sus reglas sobre tecnologías de doble uso en este sentido. No cabe ignorar que un 50% de los países del mundo permiten el uso de técnicas de reconocimiento facial, ya sea por administraciones públicas o empresas privadas (o ambas trabajando conjuntamente).
Esta rivalidad ideológica es algo muy diferente de lo que lo fue en la Guerra Fría entre Occidente y la Unión Soviética, en la que, además del enfrentamiento estratégico-militar, hubo competencia por el modelo de economía y sociedad, y Moscú pudo contar, de forma amplia, aunque no unánime, sobre todo en ciertas fases, con la obediencia de algunos partidos comunistas occidentales, organizados de forma internacional. Incluso hubo, cuando las tensiones entre Pekín y Moscú, partidos comunistas pro-chinos. Todo esto viene además tras la ingenuidad y error de análisis occidental de pensar que la apertura y desarrollo económicos de China iban a llevar a una liberalización de su sistema político. Es más, los ataques contra China refuerzan su nacionalismo (uno de los más pujantes, seguido del de EEUU), un factor ideológico utilizado por el Partido Comunista para frenar los limitados brotes liberales.
El modelo chino responde a una realidad histórica y no es exportable, entre otras cosas, porque, como indica Fidel Sendagorta en su Estrategias de poder (China, Estados Unidos y Europa en la era de la gran rivalidad), se basa en un sistema meritocrático, un partido disciplinado, una fuerte ética del trabajo y un énfasis en la educación para ascender en la escala social, aunque haya que añadir que también hay ascensos, como el del propio Xi Jinping, que han resultado permanentes para algunos grupos sociales. La ideología va más allá. También tiene una fuerte componente ideológica la política de sostenibilidad medioambiental, y en esto, pese a ser China gran contaminadora, Europa está más cerca de ella que de EEUU –Xi Jinping se ha puesto de meta 2060 para la neutralidad en carbono–, aunque este desequilibrio puede cambiar si Biden gana la Casa Blanca y los demócratas avanzan más en su control del Congreso.
No hay una internacional de partidos, pero Pekín si está tejiendo una red de intereses e influencias pro-chinos, cortejando (con inversiones y comercio) a algunos países de forma bilateral, o a través del gran programa de infraestructuras, la Iniciativa de la Franja y la Ruta, también conocida como Nueva Ruta de la Seda, una gigante apuesta de ingeniería geopolítica. La influencia de China en Hollywood es cada vez mayor, sobre todo porque se está convirtiendo en el mayor mercado fuera de EEUU para aquellas producciones. Todos tienen enormes aparatos de propaganda, especialmente ahora con el auge de las redes sociales y su manipulación (desinformación). Xi Jinping ha ofrecido el apoyo chino como “nueva opción para otros países que quieren acelerar su desarrollo y al tiempo preservar su independencia”.
Pero si el régimen no es exportable, algunas de sus características sí lo son, como el uso de las nuevas tecnologías en conjunción con lo que van aportando la psicología y las neurociencias, no sólo para vigilar (otros lo hacen), sino para organizar el sistema autoritario. Es el tecnoautoritarismo, un nuevo tipo de gobernanza política. Por eso, además de porque son elementos básicos de la predominancia de uno u otro, la tecnología ha ido adquiriendo también una dimensión esencial en el debate geopolítico, pero también en el ideológico.
Algunos analistas, como Eldbridge Colby y Robert Kaplan consideran que meter la ideología en las relaciones con China puede llevar a EEUU a cometer errores estratégicos, como en su día le llevó, en la Guerra Fría, a la equivocada guerra de Vietnam. Pero a la vez admiten, como hicieron hace un tiempo Kurt Campbell and Jake Sullivan, que “China puede presentar en última instancia un desafío ideológico más fuerte que la Unión Soviética… El ascenso de China a superpotencia ejercerá una atracción hacia la autocracia. La fusión de China del capitalismo autoritario y la vigilancia digital puede ser más duradera y atractiva que el marxismo”.
No es un camino de una sola dirección. China, a su vez, tiene un cierto miedo al contagio, a la penetración, de las ideas occidentales de democracia y de derechos humanos en su propio tejido sociopolítico, y controla para que no sea así. El régimen chino no sólo rechaza para sí la democracia liberal, sino que la desprecia. Es verdad que, en estos momentos, la idea de democracia occidental está pasando por momentos más bajos, ya antes del COVID y más aún con la gestión de los efectos de la pandemia. China va en cabeza en términos de recuperación económica. Aunque con la pandemia y sus orígenes, la imagen de China ha sufrido un importante deterioro en Europa, en encuestas tanto del ECRF como de Pew, a la vez que Europa ha perdido atractivo fuera, por no hablar de EEUU con Trump.
El debate ideológico con China versa cada vez más sobre valores, aunque tras él se escondan las realidades del poder. La batalla de las narrativas y los desequilibrios de percepciones son importantes. Las ideas y las ideologías también pesan.