Si la primera vuelta de las elecciones presidenciales ha enfrentado más que a la derecha contra la izquierda una concepción abierta de Francia frente a una cerrada, la segunda el 7 de mayo entre Emmanuel Macron y Marine Le Pen lo hará aún más. Con la previsible victoria del primero, muchos en Europa respiran tranquilos. Para quien dude de que ésta es la confrontación baste recordar las palabras de la dirigente del Frente Nacional en esta campaña: “La elección ‘globalista’ es una cara, representada por todos mis competidores, que busca destruir nuestro gran equilibrio económico y social, lo que significa la abolición de todas las fronteras, económicas y físicas. La patriótica es la otra, que sitúa la defensa de la nación en el corazón de cualquier decisión pública”. También Macron ha intentado huir del binomio izquierda/derecha para presentarse como algo progresista y nuevo. El sistema tradicional de partidos en Francia ha sido dinamitado. Ha renacido el centro y la extrema derecha. Es también lo nuevo frente a lo viejo, pese a que el FN, con sus mejores resultados, tiene ya historia a sus espaldas. El mapa de estas elecciones pone de manifiesto dos Francias, con París claramente en la primera.
Aunque significativamente no lo haya hecho como ganadora de la primera, que Le Pen haya pasado a la segunda vuelta indica –junto a otros factores como el buen resultado del izquierdista Jean-Luc Mélenchon y su Francia Insumisa– que algo profundo está sucediendo en las entrañas de la sociedad francesa. No sólo porque el Frente Nacional haya logrado banalizarse y pueda sumar entre un 30% y un 40% el 7 de mayo, sino porque estas elecciones, como otras en otros países, incluido EEUU, ponen frente a frente una Francia que asciende frente otra que desciende. Esta última es la Francia rural, la desclasada, la que está en crisis industrial, la de una parte de los jóvenes que no encuentran empleo, la de la anti-inmigración y la anti-Europa.
El rotundo fracaso de los socialistas, que pertenecen a una de las familias políticas que han construido esta Europa, tendrá repercusiones más allá de Francia. Los militantes del PS, al optar por Benoît Hamon como candidato, se habían alejado de los electores (como en el Reino Unido, y veremos si en España). Y el “efecto Mélenchon” indica que algo serio está ocurriendo en la izquierda, en detrimento de la socialdemocracia. La derecha –los Republicanos no tienen empacho en llamarse a sí mismos así– ha aguantado mejor, pero se abre en su seno una dura pelea sobre su futuro. Por primera vez en la 5ª República, ni un socialista ni un Republicano (heredero del gaullismo) estará en la segunda vuelta de unas presidenciales.
Esta es una carrera electoral a cinco vueltas para Francia. A las dos vueltas presidenciales seguirán las dos de las legislativas en junio, para las que Macron no cuenta con un partido sino de momento con un movimiento, En Marche! Es verdad que estas elecciones han destrozado a los partidos tradicionales y que siempre que las legislativas han ido inmediatamente después de unas presidenciales, el ganador de estas últimas ha arrasado y ganado una mayoría en el Parlamento. Pero estamos en arenas movedizas y puede pasar que el presidente modernizador que representa Macron se vea atado de manos en una cohabitación de nuevo cuño, y ate así a Europa.
La quinta vuelta son las elecciones alemanas, en otoño, pues marcarán el margen de maniobra de la UE, especialmente de la Eurozona, y por tanto de Francia. No parece, por las declaraciones tanto de Angela Merkel como de Martin Schulz, que ese margen vaya a ampliarse significativamente. En esa quinta vuelta ya no cuentan las elecciones británicas, irrelevantes ya para Europa, aunque pueden incidir también sobre el futuro de la socialdemocracia si el laborismo con Jeremy Corbyn sufre una humillante derrota y si la única oposición que verdaderamente quede en pie frente a los conservadores y Theresa May acaba siendo la de los nacionalistas (ahora independentistas) escoceses.
Francia va a salir de este trance electoral con una victoria de la visión abierta, dispuesta a una refundación de la UE con el límite, que muestran estas elecciones, de que no será posible ninguna reforma de los tratados que se haya de someter a referéndum. Francia tiene heridas abiertas. ¿Logrará cicatrizarlas Macron y avanzar en unas reformas que se han demorado durante demasiado tiempo? Esa es la gran cuestión, el conflicto de intereses entre el populismo nacionalista y la tecnocracia liberal, como lo presenta Carlo Invernizzi Accetti. Su resolución, su superación, nada fácil de lograr por Macron, es la que hará a Francia fiable en una Europa en profunda transformación. Pues para reconstruir Europa se necesita reconstruir Francia. Y viceversa.