Se cumplen los primeros 100 días con Donald Trump en la presidencia de EEUU. Todos los medios se afanan por publicar la lista con los éxitos y fracasos de la nueva Administración, pero el presidente ha menospreciado ese ficticio estándar para medirle al frente de la Casa Blanca.
No matter how much I accomplish during the ridiculous standard of the first 100 days, & it has been a lot (including S.C.), media will kill!
— Donald J. Trump (@realDonaldTrump) April 21, 2017
Algo que, sin embargo, no concuerda con los ímprobos esfuerzos que ha hecho en la última semana para sacar adelante iniciativas que pudieran engrosar esa lista de logros. Entre ellos, buscar un nuevo acuerdo para la reforma sanitaria –que no logrado– y anunciar los principales puntos de la esperada reforma fiscal –parca en detalles y con muchas dudas sobre cómo va a compensar la caída de la recaudación– .
Tampoco encaja con las actividades programadas en la Casa Blanca, entre ellas sesiones informativas, recepciones, un discurso y una web sobre esta marca de los 100 días. Lo que ha invertido Trump en tratar de dar sentido a este artificial periodo y aumentar su credibilidad es digno de mención. Incluso ha pedido a los que le apoyan que no crean en las posibles evaluaciones negativas, esperando así proteger este primer balance.
Porque Trump está profundamente preocupado por cómo va a ser juzgado. No sólo espera buenas palabras, sino que quiere los superlativos: el más exitoso presidente con sus órdenes ejecutivas –25– y proyectos de ley –28– ; el que ha logrado la mejor relación con los líderes internacionales que le han visitado; el que ha llevado a cabo más acciones en los primeros 100 días. Y todo, a pesar de que piensa que es una marca artificial y ridícula.
Le gusta el éxito, le importan las encuestas, y le preocupa mucho su imagen pública. ¿Por qué si no va a estar escuchando más a Kushner, Powell y Cohn, pareciendo algo más tradicional y moderado? Porque mira las encuestas, está siempre atento los comentarios en televisión y a las charlas en Washington y reacciona a ellas.
¿Qué se puede sacar en claro de estos 100 días? Su impaciencia y esa idea de que para tener éxito tiene que conseguir grandes cosas lo antes posible. Primero entendió mal cómo trabaja una presidencia, pensando que lograría el éxito con una inundación de órdenes ejecutivas, en vez de darse cuenta de lo que muchos presidentes ya saben: las órdenes ejecutivas son más efectivas al final de una Administración. Luego trató de lograr pronto un gran éxito legislativo con el proyecto de la reforma sanitaria, pero sufrió la humillación de verse obligado a retirarlo al no contar con la mayoría. Un paso que además fue devastador para la idea de que los republicanos, con mayoría en ambas cámaras y con la presidencia, podían sacar algo adelante. Además, si echara una vista atrás, vería que George W. Bush alcanzó su primer gran éxito legislativo –No Child Left Behind Act– un año después de asumir la presidencia, y Obama tardó 14 meses en sacar adelante su Obamacare.
¿Qué más hemos aprendido de Trump? Que la familia es lo primero. No hay más que ver quién está ganado terreno en la Casa Blanca: su hija y asesora Ivanka Trump y su yerno multi-tarea Jarey Kushner, con más competencias en política exterior que el propio Rex Tillerson. De ahí se deriva la preeminencia en las últimas semana de Gary Cohn y Dina Powell frente a la línea más dura de Jeff Sessions y Steve Bannon. Y si alguien se para a pensar en los posibles conflictos de intereses no sólo de Trump sino de su círculo familiar, se ponen los pelos de punta. ¿Y si lo hubiera hecho un presidente demócrata? Por otro lado, es cierto que ahora –quizás por el influjo familiar– la Casa Blanca está algo más asentada que hace un mes, pero continúan las intrigas, las luchas internas, y la sensación de que nadie pone orden, mientras se espera que la relación entre Bannon y Kushner sea algo más armoniosa.
Pero miremos los éxitos de la Administración. La confirmación de Neil Gorsuch como juez del Tribunal Supremo es sin duda su principal logro. También ha tenido relativo éxito en materia de inmigración. Aunque no ha construido el muro –que no quiere pagar el Congreso– y sus órdenes ejecutivas han sido paralizadas, ha logrado que el flujo migratorio se frene y ha creado cierta alarma en la comunidad hispana, que concuerda con lo prometió en la campaña. También cumplió con abandonar el TPP y ha dado los pasos para revisar el TLCAN. Ha debilitado al establishment y a la burocracia en Washington, y ha puesto numerosos interrogantes al legado de Obama. En un momento tan polarizado en EEUU muchos republicanos quieren ver el legado de Obama en peligro. Además, Trump ha conseguido mantener muy alta su popularidad entre la base republicana.
Y en política exterior, su círculo reivindica cierta coherencia tras el ataque contra una base militar siria y los cambios en su aproximación a la OTAN, a China y a Rusia. Sin duda Tillerson, McMaster y Mattis le han inyectado algo más de credibilidad, hasta el punto de que, si bien la política exterior no era inicialmente una prioridad, es donde la mayoría de los analistas ven sus principales éxitos en estos primeros 100 días. Pero Trump sigue teniendo aversión a la intervención, aunque le gusta la idea de proyectar fuerza sin poner en peligro la vida de los norteamericanos. Es más un confrontational style que una clara política o estrategia. Porque Trump es un táctico, y no piensa más allá del corto plazo. Esto, unido a su preocupante flexibilidad ideológica, y a falta de personal en la estructura de seguridad nacional, no es una buena combinación. Por ejemplo, que Matt Pottinger sea el único encargado de Asia en el Consejo de Seguridad Nacional no cuadra con la importancia de la región para los intereses de EEUU. La Administración no puede mover al país en la dirección que quiere sin un equipo, amplio y sólido, transmitiendo dentro y fuera muchas dudas sobre cómo reaccionaría ante una grave crisis con Corea del Norte o a un ataque terrorista.
Corea del Norte será, sin duda, su gran prueba de fuego, donde se medirá la verdadera capacidad de la Administración Trump. Y lamentablemente hay muchas dudas a pesar de que por primera vez Pekín están mandando de vuelta a Corea del Norte barcos con carbón, prácticamente lo único que exporta a China. ¿Un éxito de diplomacia norteamericana? Veremos.
Por último, lo que sí ha logrado Trump en estos primeros días es que el Partido Demócrata vire más a la izquierda. Los demócratas creen de verdad que la base que apoyó a Obama, y que no salió a votar en 2016, saldrá en 2018 y ganarán de nuevo la Cámara de Representantes. La encuestas dicen que no van mal encaminados.
Pero me quedo con Bob Gates para evaluar a Donald Trump. Gates afirma que la marca de un buen presidente es el temperamento. Las acusaciones a Obama de espiarle; la teoría conspiratoria sobre los 3 millones de votantes ilegales; los ataques a periodistas, jueces, y manifestantes; su obsesión por seguir atacando a Hillary después de haberle ganado hace meses; su felicitación a Erdoğan tras el referéndum constitucional; son una pequeña muestra del temperamento de Donald Trump ya como presidente. ¿Alguien le aprueba?