Los holandeses votan mañana 6 de abril en un extraño referéndum que puede generar otra crisis institucional en Europa: sobre el Acuerdo de Asociación Ucrania-UE, suscrito en 2014 y actualmente en aplicación provisional parcial. Las encuestas han ido variando del triunfo claro del “no” –fruto de la ira de los votantes, del creciente escepticismo sobre esta Europa y del recelo al posible ingreso de Ucrania en la UE, al ver en este acuerdo un primer paso– a un empate, aunque una semana antes del voto, la mitad de los ciudadanos no tenía aún una opinión formada. El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, ha alertado que un rechazo holandés “podría abrir las puertas a una crisis continental”. Putin debe estar sonriendo para sus adentros, Juncker probablemente exagera, pero si gana el “no”, se puede generar otra crisis institucional, y un precedente complicado.
¿Por qué Ucrania? Para empezar porque es la primera oportunidad que captaron al vuelo los euroescépticos holandeses de someter algo a referéndum con la nueva ley de 2015, aprobada cuatro semanas antes de la ratificación parlamentaria del acuerdo con Ucrania. Se ha encargado de promover esta consulta la web satírica GeenStijl, apoyada por dos organizaciones euroescépticas: el Foro para la Democracia y el Comité de Ciudadanos de la UE. Y, detrás, los partidos Socialista (a no confundir con el Laborista, en coalición en el gobierno con los Liberales), para la Libertad (de Geert Wilders) y otros, incluido el Partido por los Animales. De hecho, fueron estos promotores los que llevaron en 2014 al Parlamento una iniciativa para que toda transferencia de soberanía a la UE se sometiera a un referéndum al considerar que los votantes holandeses habían perdido capacidad de influencia en la Unión.
Lo que hizo el parlamento, como bien explica Simon Otjes, es adoptar una nueva ley de referendos consultivos que permite convocar una consulta con 300.000 firmas (10.000 firmas en cuatro semanas tras la proclamación de la ley y el resto seis semanas después, de un total de 12,5 millones de electores). Esta es su primera aplicación, y el acuerdo con Ucrania su primera ocasión. En la era de las redes sociales, lograron 427.000 firmas en seis semanas con una aplicación informática para recabarlas, imprimirlas y someterlas en tiempo debido al Consejo Electoral Holandés. Para que el resultado sea válido, tiene que participar un 30% del censo como mínimo (lo que no está aún garantizado en este caso, pues una encuesta de febrero señalaba entonces que la mitad del electorado no era consciente de esta consulta), y aprobarse con más de un 50% de los votos.
El referéndum es suspensivo, es decir que deja en suspenso la aplicación de la ley en cuestión hasta que se produzca la votación. Y aunque el resultado no sea de obligado cumplimiento, sino consultivo, el Parlamento –que ya aprobó el Acuerdo con Ucrania en 2015, sólo pendiente por parte de los Países Bajos de comunicar su ratificación– ya ha afirmado que respetará el resultado. El gobierno de coalición presidido por Mark Rutte, del partido de centro-derecha VVD, si bien partidario de la ratificación, no se ha mostrado muy activo o entusiasta en esta campaña en la que ve poco que ganar, con elecciones el año próximo, como recuerda Rem Korteweg en un análisis en el CER. Los promotores del referéndum se quejan de que Bruselas no les ha hecho caso y han comenzado a aplicar el acuerdo en parte (en lo que es competencia exclusiva de la Comisión Europea) desde finales de 2014, aunque desde el pasado 1 de enero también de su parte principal, la Profunda y Completa Zona de Libre de Comercio. Pero el freno de los holandeses sería un duro golpe para el nuevo presidente ucraniano Petro Poroshenko, y un triunfo para Putin y Rusia.
Naturalmente, otros euroescépticos, como el británico Nigel Farage del Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP), apoyan el “no” en esta consulta holandesa, y si triunfa el rechazo alimentará el rechazo a Europa en otros países. No hay que olvidar que la non-nata Constitución Europea (Tratado Constitucional Europeo) cayó en dos referendos en 2005 en dos países fundadores de las Comunidades Europeas: uno en Francia, y el otro, justamente, en los Países Bajos (por un 61,6% aunque el 85% de los parlamentarios lo habían aprobado). En este caso se trata de imponer la idea de que los avances europeos hay que controlarlos desde abajo, no desde arriba. También pesa un cierto recelo a que este acuerdo sea un primer paso para el ingreso de Ucrania en la UE, cuando ésta sufre de un cansancio de ampliación, a lo que se añade los retrocesos democráticos que se están viviendo en algunos nuevos miembros del Este de la UE, como Polonia, la República Checa y Hungría.
Además, en el ánimo de muchos holandeses puede pesar el hecho de que en el derribo en la zona de Donetsk del vuelo MH17 de Malaysian Airlines de Ámsterdam a Kuala Lumpur, en julio de 2014, fallecieron 193 de sus ciudadanos de un total de 298 pasajeros y miembros de la tripulación. Si bien no está claro quién disparó, si los rebeldes pro-Kiev o los pro-Moscú en el Este de Ucrania. Pero detrás de este referéndum hay diversas valoraciones de las relaciones con Rusia.
Si triunfa el “no” a este acuerdo, habrá que buscar una solución: renegociando el acuerdo en algunos puntos, un cierto opt-out para los Países Bajos, u otra fórmula que ya se está barajando en Bruselas. Se puede abrir un nuevo conflicto institucional, que puede dejar a Ucrania aún más a la intemperie.
Independientemente del resultado, esta consulta, en una Europa presa de una fiebre referendaria, sienta en sí un precedente para someter a la opinión directa de la ciudadanía holandesa otros acuerdos importantes como el de UE-Canadá (ya rubricado), o el acuerdo exterior más importante que nunca haya negociado la UE, si es que llega a buen puerto: el famoso TTIP (siglas en inglés del Acuerdo Transatlántico de Comercio e Inversión). Más complicaciones de gobernanza para esta UE ya de por sí complicada.