Europa, la UE, no va tan mal como a menudo se presenta. Pero se están produciendo desajustes institucionales que pueden acabar en crisis. Las elecciones al Parlamento Europeo han registrado una participación del 51%, ocho puntos más que las anteriores, deteniendo un declive constante desde 1979, en parte gracias a la amenaza de una extrema derecha eurófoba que, aunque importante, no ha logrado una posición de influencia real. En torno a ella se ha establecido un cierto cordón sanitario en el Parlamento. También los partidos tradicionales han sufrido una merma, como es lógico en unas sociedades fragmentadas. La selección de los cargos para las principales instituciones –a expensas de la inminente ratificación de la próxima presidenta de la Comisión por la Eurocámara– han restablecido algunos equilibrios en favor del Consejo Europeo, es decir, de los gobiernos, en una Unión que lo es de Estados y de pueblos, pero no deja de resultar problemático.
El sistema de los spitzenkandidaten no está previsto en los tratados, aunque tampoco prohibido. Aspiraba a designar al frente de la Comisión Europea un cabeza de lista (nacional) en las elecciones. Tenía algo de falsedad democrática, especialmente en época de fragmentación de los electorados, al menos mientras no haya listas pan-europeas al Parlamento, que los gobiernos rechazan. ¿Quién en España, por ejemplo, conocía realmente al alemán Manfred Werner, por el Partido Popular Europeo, que, como bien apreció el presidente francés, Emmanuel Macron, no daba la talla política ni tenía experiencia ejecutiva? Tampoco había un candidato con mayoría clara en el nuevo Parlamento Europeo.
El Consejo Europeo, no sin dificultades, se ha decidido por la alemana Ursula von der Leyen, desconocida para la mayoría de la ciudadanía europea. Aún la tiene que ratificar el Parlamento Europeo, capitaneado por el socialista italiano David-Maria Sassoli (Italia nunca acaba de hundirse). Llegados a este punto, realmente, ya no hay alternativa viable a Von der Leyen, y si el Parlamento Europeo la rechaza –pueden ser decisivos los Verdes en ascenso, que se han quedado al margen de este juego de sillas– entonces se abrirá una crisis institucional de calado. Aunque, claro, el grado de apoyo que consiga von der Leyen –sobre todo si necesita votos de la extrema derecha para su confirmación– pesará en la credibilidad de esta europeísta convencida que apuesta por una defensa europea que tardará en generar una cierta “autonomía estratégica”.
El sistema de los cabezas de listas había cambiado los equilibrios institucionales y escorado aún más a la Comisión Europea hacia el Parlamento y en contra del Consejo. No está de más restablecerlos, aunque siempre se corre el riesgo de caer en lo intergubernamental y alejarse de lo comunitario. También parece positivo –aunque con un exceso de conservadores– que al frente del Banco Central Europeo, el otro gran centro de poder real en la UE, se sitúe Christine Lagarde, pese a no provenir del mundo de la banca, ni privada ni central, aunque sí del FMI, una institución que en la crisis financiera ha cobrado una nueva importancia a la hora de los rescates europeos. Es decir, que todo esto no le es ajeno. La elección del liberal belga Charles Michel al frente del Consejo Europeo parece una decisión razonable –aunque es el segundo belga en tal posición– para seguir impulsando más integración europea, aunque no sea para esos Estados Unidos de Europa por los que llegó a abogar Von der Leyen.
Una alemana y una francesa al frente de estas dos instituciones centrales en la UE y originales en su diseño es importante. Estarán apoyadas por sus capitales, lo cual también ha pesado en otras etapas comunitarias, como la de Jaques Delors en Bruselas con François Mitterrand en París. Con el riesgo, sin embargo, de que el eje franco-alemán, necesario pero ya no suficiente, pese en exceso. No cabe olvidar que el Tratado de Aquisgrán suscrito el pasado 22 de enero por Emmanuel Macron y Angela Merkel para relanzar esta relación, dejaba en un lugar muy secundario a la UE. Aunque el par sea esencial para seguir con esta construcción, no hay que confundir lo franco-alemán con lo europeo.
La fuerza de esta próxima Comisión no se medirá sólo por su presidenta, sino también por la valía de muchos integrantes del colegio de comisarios. Retos y problemas para demostrarlo no le faltarán. Es una garantía que en la Comisión vayan a seguir estando el socialista holandés Frans Timmermans y la dinámica liberal danesa Margrethe Vestager, además del español Josep Borrell al mando de la difícil política común exterior y de defensa, en el limbo entre las tendencias comunitarias y las intergubernamentales. Von der Leyen tendrá que pensar en términos de colegio y de coaliciones más que de presidencialismo.
Dicho esto, las últimas decisiones han puesto en evidencia divisiones, ganadores y perdedores en el seno de la UE, para empezar entre el Consejo Europeo y un Parlamento que siente que ha perdido, tras años de venir ganando constantemente. Pero grave es la que separa a la parte occidental (término al que cada vez se alude más en Bruselas) de la UE de la oriental, la vieja Europa de la nueva, que ha quedado al margen de este reparto. Aunque el mayor peligro viene de la fragmentación interna de cada una de las sociedades europeas, lo que ya ha repercutido en la mayor fragmentación del Parlamento Europeo y de los sistemas políticos de muchos Estados miembros.