En los últimos tiempos se ha puesto de moda hablar del «milagro» de la exportación española. Con ello se alude al fuerte crecimiento que ha experimentado la exportación en los últimos años, convirtiéndose en un motor clave del crecimiento económico.
Entre 2009 y 2017 la cifra de exportaciones, en euros, ha crecido cerca de un 75%. Como señala uno de los economistas que ha escrito recientemente sobre el tema, Rafael Myro, de la Universidad Complutense, “desde 2011, las exportaciones españolas de bienes y servicios han crecido en volumen a una tasa media anual del 4,6”.
Un grupo de economistas que han publicado recientemente un trabajo sobre la exportación española (Almunia, Antràs, López-Rodríguez y Morales), destacan que la participación de las exportaciones españolas en las exportaciones de los países de la zona euro creció de manera importante entre 2008 y 2013. Luis Garicano y Cristina Cruz se basaron en este trabajo para el artículo que publicaron hace algunas semanas en El País, precisamente con el título de «El milagro exportador español».
¿Existen razones para hablar de un milagro de la exportación española?
Los determinantes de la exportación
Los modelos que intentan explicar los determinantes de las exportaciones de un país han considerado tradicionalmente dos factores. En primer lugar, la demanda exterior, que se puede aproximar por las importaciones de los clientes de ese país.
En segundo lugar, la competitividad-precio, que depende del tipo de cambio de la moneda y de los precios de los productos.
Desde hace algún tiempo se ha incorporado un tercer factor explicativo de la evolución de las exportaciones: la demanda doméstica. La idea es que existe una correlación negativa entre la demanda doméstica y las exportaciones. Cuando cae la demanda doméstica, según esta explicación, las empresas realizan un mayor esfuerzo de exportación para compensar la caída de sus ventas.
Los estudios apuntan a que la influencia de la competitividad-precio se ha reducido en los últimos tiempos, como señala otro importante estudio sobre la función de las exportaciones españolas, de Elvira Prades y Coral García, del Servicio de Estudios del Banco de España. La explicación puede estar en la creciente inclusión de la economía española en las cadenas globales de valor, que hace que sea más difícil, y costoso, sustituir suministros de bienes entre unos y otros suministradores, de forma que la demanda se vuelve más inelástica en relación con el precio.
El papel de la demanda nacional
En paralelo, se otorga una importancia mayor al papel de la demanda doméstica. Según el estudio citado de Almunia, Antràs y otros, la caída en la demanda nacional explicaría cerca de un 75% del aumento de las exportaciones españolas en el periodo 2009-2013.
Intuitivamente esta relación es fácil de entender: las empresas intentan vender en los mercados internacionales lo que dejan de vender en el mercado nacional.
Ahora bien, el dinamismo de las exportaciones españolas se ha mantenido en los últimos años, cuando el crecimiento económico y la demanda nacional se han recuperado.
Existe pues una aparente asimetría en la relación entre exportaciones y demanda doméstica. En mi opinión hay dos explicaciones fundamentales de esta asimetría. Por un lado, las empresas que han abordado mercados exteriores han invertido dinero –en formación y contratación de empleados, estudios de mercado, establecimiento de oficinas o fábricas en el exterior, etc.– y no quieren desaprovechar estas inversiones.
La segunda explicación es que las empresas que han salido a los mercados exteriores han asumido las ventajas de la internacionalización. No me refiero sólo a que la internacionalización supone un aumento de facturación, beneficios, empleo, así como una diversificación de mercados, reduciendo así los riesgos de depender exclusivamente de un solo mercado como el doméstico.
La internacionalización trae también ventajas en términos de innovación y competitividad. Las empresas que operan en los mercados internacionales aprenden de sus competidores, acceden a recursos más baratos, producen en localizaciones más ventajosas, en lo que podríamos llamar un “círculo virtuoso de la internacionalización”. Las empresas que salen fuera “aprenden” que la internacionalización favorece su competitividad.
Por mi experiencia me atrevería a decir que este segundo factor es fundamental.
Entre 2011 y 2015 viví en Países Bajos, en donde desempeñé el puesto de Consejero Comercial de la Embajada de España. Durante esta época tuve ocasión de entrevistarme con numerosas empresas españolas. En una gran mayoría de ellas el discurso que escuché de manera regular era muy similar. Por un lado, la exportación suponía para estas empresas un 70, un 80, o incluso un 100% de su facturación. Por otro lado, una gran mayoría de las empresas reconocía que sin los mercados exteriores su supervivencia habría sido muy difícil, o imposible. Para estas empresas estaba muy claro que la internacionalización es imprescindible.
¿Existe pues un milagro de la exportación española?
Si por milagro entendemos simplemente un inexplicable crecimiento de la exportación, entonces quizá sí podría hablarse de un milagro.
Ahora bien, detrás de este fuerte crecimiento de las exportaciones se encuentran factores reales. Fundamentalmente, la asunción por las empresas españolas de las ventajas –múltiples– de la internacionalización, y de la necesidad de internacionalizarse.
Cabe mencionar a este respecto el fuerte incremento que ha experimentado el número de exportadores regulares, es decir, aquellas empresas que no exportan de manera esporádica sino de manera regular (se define a los exportadores regulares como aquellos que han exportado en los últimos cuatro años consecutivos). Entre 2012 y 2017 los exportadores regulares han pasado de 38.373 a 50.562, es decir han crecido un 32% en sólo cinco años.
Como conclusión final, sólo queda esperar que estas tendencias positivas de los últimos años se consoliden y se mantengan en el futuro. Queda mucho camino por delante: la internacionalización de las empresas españolas debe avanzar mucho más.