La UE se encuentra en pleno debate sobre el futuro de la financiación de la investigación (I+D). El informe Lamy ha evaluado los resultados de su programa estrella, Horizonte 2020, dotado con casi 80 mil millones de euros para el período 2013-2020. Para el próximo Programa Marco (el noveno aún sin nombre comercial) el Parlamento y la Comisión han pedido aumentar el presupuesto de forma considerable, se habla de 120 e incluso 160 mil millones de euros. Según el comité presidido por Pascal Lamy, que ha defendido una posición complaciente con la Comisión –de “evolución” en lugar de “revolución”–, el programa arroja buenos resultados en excelencia y en cierta incorporación de las Pymes y la industria, pero aún son muy mejorables las cifras en el impacto esperado; es decir, en traducir el conocimiento en riqueza y empleo.
Un actor fundamental en esa transferencia de conocimiento son los llamados Research and Technology Organizations (RTOs), redes u organizaciones público-privadas que funcionan como intermediarios entre el mundo de la ciencia básica y el del mercado. Las economías más dinámicas y diversificadas en Europa se han dotado de dichas estructuras que conectan el laboratorio con la empresa y promueven la investigación aplicada. Son organizaciones con una filosofía que trata de equilibrar la visión a largo plazo y el riesgo asumido con los resultados presentes y los beneficios de las empresas. Nos encontramos así ante un cambio de paradigma en la investigación científica, en esa apropiación social del conocimiento que anticipan los expertos y en un reto esencial para la industria europea, presionada por la competencia con China y Estados Unidos.
Quizás sea conveniente también evaluar el presente, el aquí y el ahora, para detectar aquello que difícilmente podrá cambiar la lluvia de millones que se anuncia desde Bruselas o la promesa vacua de un futuro innovador. Además de inversión, se necesitarán políticas inteligentes y diseños institucionales que, además de resolver el déficit estructural en las economías europeas, permitan una convergencia real de los sistemas de innovación. Una de las claves será no sólo alinear las prioridades, sino también integrar las estructuras o equiparar al menos las capacidades nacionales. Para ello es clave aprender de las lecciones aprendidas. Existe aún mucho camino para acortar las diferencias entre países que han generado ecosistemas de empresas innovadoras y RTOs con gran apoyo público, pero sin grandes interferencias ni control político. Son ejemplos modélicos TNO en Países Bajos, Fraunhofer-Gesellschaft en Alemania o VTT en Finlandia. En estas estructuras el Estado suele financiar el 30% de la estructura básica, y sin dicha financiación basal es imposible tener capacidades a largo plazo. El resto de la financiación proviene de contratos público-privados competitivos, como los europeos, y de prestación de servicios a la industria.
En España por primera vez se ha contemplado en los presupuestos generales la creación de una Red Cervera de transferencia tecnológica siguiendo el modelo de la red de institutos Fraunhofer alemán. La idea, aunque bien intencionada, choca con la fragmentación del modelo español con mayor protagonismo de las Comunidades Autónomas. En el País Vasco y la Comunidad Valenciana existen TECNALIA Research & Innovation y REDIT respectivamente, con características organizativas propias basadas en tejidos productivos también diferenciados, que han permitido cierto dinamismo en la innovación industrial. Sin embargo, la idea de una red nacional dista en recursos del modelo de la prestigiosa red alemana, fundada en 1949, con más de dos mil millones de euros de presupuesto y 25 mil trabajadores. También los alemanes aprendieron de los errores (clientelismo, excesivo control político, falta de adaptación y flexibilidad, excesiva burocracia) Su evolución hacia un modelo orientado a satisfacer la competitividad de la industria alemana no estuvo exento de vaivenes políticos ni retrocesos. Hoy, sin embargo, se asienta en un trabajo de muchas décadas, en la continuidad de las políticas y de las prácticas, lo que ha generado una visión y estrategia compartidas.
En la European Association of Technology Organizations (EARTO), hay registradas 97 RTOs localizados en 24 Estados Miembros. Sin embargo, existe un gran desequilibrio en las capacidades y tamaño de dichas organizaciones. Todas asumen una cierta visión compartida, la de generar servicios a la industria basados en conocimiento, estar orientadas a la resolución de retos sociales y asumir el riesgo de la innovación industrial. Todas compiten en sistemas de innovación muy diferentes. Y el maná europeo no cae igual para todos los centros de investigación ni todas las empresas innovadoras. Para algunos representa parte de su supervivencia, mientras que, en otros países con una decidida financiación nacional, significa solo la guinda de su estrategia. Participar en Europa no es casus belli sino un valor añadido que les da acceso a redes europeas o a talento.
Haciendo un símil con el debate en el mundo del fútbol sobre el llamado “doping financiero” que practican algunos clubes con recursos ajenos al negocio –la expresión fue acuñada por Arsène Wenger, entrenador del Arsenal cuando, perdió la Premier de 2005 a manos del Chelsea del oligarca Román Abramóvich–, podríamos preguntarnos, de forma muy provocadora, ¿existe doping financiero en el I+D en Europa? Quizás la Unión Europea debería plantearse el diseño de políticas que incentiven el cambio estructural y cultural de algunos sistemas de innovación. Una suerte de disciplina financiera o ayudas condicionadas que vinculen la financiación europea en investigación a ciertos objetivos estructurales. De otro modo no impediremos la perversión de tener algunos sistemas de innovación nacionales subsidiados con fondos europeos sin servir al tejido productivo ni a las sociedades que los sustentan.