Las recientes cifras de recesión en Italia y desaceleración en el último trimestre de 2018 en Alemania han hecho saltar las alarmas, aunque Francia y España hayan acelerado su crecimiento levemente. Es cierto que existen muchos riesgos, casi todos de carácter geopolítico que, de materializarse, tendrían un impacto negativo sobre la actividad económica. Y también que es difícil vislumbrar eventos que permitirían acelerar el crecimiento. Sin embargo, si analizamos estos riesgos con la cabeza fría y confiando en la racionalidad de gobiernos, empresas, consumidores y votantes, no es difícil concluir que no deberían materializarse.
El crecimiento para la zona euro, que el consenso estima alrededor del 1,4% para 2019 podría reducirse tanto por shocks externos –guerra comercial o frenazo de la economía china que genere un contagio global– como internos –un Brexit sin acuerdo o el crecimiento de las opciones políticas populistas, que podría plasmarse en las elecciones al Parlamento Europeo de mayo.
Tras la crisis del euro, los países del sur de Europa llevaron a cabo una profunda devaluación interna que les permitió salir de la intensa recesión gracias al fuerte tirón de las exportaciones. Como los países del norte ya tenían grandes superávits por cuenta corriente, el conjunto de la zona euro se ha vuelto en los últimos años mucho más dependiente del sector exterior que en el pasado (cerró el año pasado con un 3,2% del PIB de superávit por cuenta corriente). Este modelo de crecimiento tiene aspectos positivos, pero hace a los países europeos especialmente vulnerables a una caída de las exportaciones y, por tanto, a la guerra comercial que ha iniciado el presidente Trump. Aunque el pasado junio EEUU y la UE pactaron no continuar incrementando sus aranceles y abrir un proceso de liberalización comercial, es posible que en los próximos meses EEUU decida imponer aranceles sobre los automóviles europeos de forma unilateral (como ya hiciera con el acero y el aluminio) como forma de presionar a la UE para que, entre otras cosas, abra su sector agrícola y energético a los productos estadounidenses. Esto sería nefasto tanto para Alemania, el gran exportador de coches de alta gama europeo, como para los países que le suministran componentes. Asimismo, todavía no se sabe si la guerra comercial entre China y EEUU se intensificará y, si lo hace, cómo afectarán los aranceles a una economía china con cada vez más vulnerabilidades. Por el momento, todo parece indicar que se llegará a un acuerdo que hará posible que China reduzca algo sus exportaciones a EEUU y suavice sus prácticas de piratería sobre la propiedad intelectual extranjera. Esto permitiría a Trump cantar victoria en casa (aunque en realidad los cambios sean sobre todo cosméticos, como ya sucediera con el acuerdo con México y Canadá) al tiempo que disiparía el peligro de la guerra comercial. Por lo tanto, aunque sería mucho mejor que no se hubiera entrado en esta dinámica de confrontación que tanto perjudica a una gobernanza cooperativa de la globalización, lo más probable es que el impacto de la escalada proteccionista sobre el crecimiento en 2019 sea pequeño. De hecho, acaba de entrar en vigor el acuerdo de libre comercio entre la UE y Japón, el más ambicioso jamás firmado por la UE, lo que seguramente dará un empujón a las exportaciones europeas durante los próximos años.
En el campo interno, cada vez preocupa más que el 29 de marzo se produzca un Brexit caótico. Tras el rechazo del Parlamento británico al acuerdo de salida negociado por el gobierno de May con la Comisión Europea, la negativa británica a solicitar una extensión de las negociaciones o la cada vez menos probable opción de que se convoquen elecciones y/o un segundo referéndum que reviertan el Brexit, las probabilidades de una salida caótica del Reino Unido de la UE han aumentado. Sin embargo, lo más probable sigue siendo que se llegue a una solución in extremis, horas antes de la fecha límite, que permita evitar el caos y abra la puerta a un periodo transitorio de dos años en el que se pueda negociar con tranquilidad la relación futura. Ello pasa porque la misma mayoría del Parlamento británico que ha dado a May el mandato de renegociar el acuerdo de salida termine por aprovechar dicho acuerdo, que la UE ha dicho que no modificará, aunque sí podría ofrecer aclaraciones o mayores garantías en lo relativo a la declaración política sobre la relación futura o la frontera entre Irlanda o Irlanda del norte. En otras palabras, por muy irracional que esté siendo todo este proceso, tiene poco sentido que los británicos opten por un suicidio económico en marzo cuando pueden retrasarlo o evitarlo.
Por último, existe el riesgo de que los partidos populistas aumenten su poder en Europa, condenando a la eurozona a una italianización acelerada que aumente las primas de riesgo y reabra la crisis del euro. Las protestas de los chalecos amarillos en Francia, la aparición de Vox en España, la enorme popularidad de los gobiernos euro críticos en Italia, Polonia o Hungría, el propio Brexit, o la certeza de que los partidos extremistas aumentarán su peso en el Parlamento Europeo a partir de mayo, abonan esta tesis. Sin embargo, aunque esta dinámica es sin duda negativa para que la UE pueda avanzar en la cada vez más necesaria integración fiscal, militar y política, es muy poco probable que nos encontremos ante una ola de populismo imparable. Cada vez habrá más fragmentación en los parlamentos nacionales (y europeo), lo que obligará a llegar a acuerdos, y es muy probable que los necesarios avances en la gobernanza del euro vayan más despacio de lo que sería deseable. Sin embargo, las familias políticas demócrata cristiana, liberal y verde seguirán contando con mayorías que les permitirán gobernar en casi todos los países, así como elegir a una nueva Comisión Europea sin contratiempos. Y, en los casos en los que gobiernen los antisistema, ya sabemos que habrá ruido, tensión y enfrentamientos con la Comisión. Sin embargo, también sabemos que, como ningún gobierno quiere ir en contra de la opinión pública mayoritaria y plantear una salida del euro o de la UE (Le Pen o Salvini hablaban de ello hasta que se dieron cuenta de que con ese discurso tenían un techo electoral evidente) terminarán reculando.
En definitiva, aunque son muchos los riesgos de carácter político que podrían hacer descarrilar el débil crecimiento en la zona euro, lo más probable es que se vayan disipando a lo largo del año. Además, la continuidad de Mario Draghi al frente del BCE hasta finales de año asegurará unas condiciones monetarias muy laxas que sostendrán el crédito y favorecerán el crecimiento. La zona euro entrará en recesión en algún momento, pero nada indica que vaya a hacerlo de forma precipitada durante este año.