Europeos, a las cosas

Europeos, a las cosas. Banderas de la UE en Finlandia. Foto: FutureAtlas.com / Flickr. Blog Elcano
Banderas de la UE en Finlandia. Foto: FutureAtlas.com / Flickr (CC BY 2.0).
Europeos, a las cosas. Banderas de la UE en Finlandia. Foto: FutureAtlas.com / Flickr. Blog Elcano
Banderas de la UE en Finlandia. Foto: FutureAtlas.com / Flickr (CC BY 2.0).

El riesgo de des-europeización es patente. El Brexit ha puesto a la Unión Europea frente a su propio espejo, con una imagen llena de óxidos, fisuras y agujeros. Esta vez la UE tiene que decidir no tanto lo que quiere ser, sino lo que quiere hacer, consigo misma además de con el Reino Unido. No es tiempo de nominalismos, de hablar de una Europa federal, menos aún de unos Estados Unidos de Europa, ni de un ejército europeo. Unión es un buen término para este objeto político no identificado que seguimos inventando. Incluso podría ser bueno dejar de hablar de ciudadanía europea, término impulsado en su día desde España pero que despierta recelos en muchos países. Mejor es llenar la idea de nuevos programas y medidas concretos. Dejar a un lado la beatería europea puede ser una forma de progresar. Como apuntó hace un tiempo el ex ministro francés Hubert Védrine, nada sospechoso de antieuropeo,

“para salvar el proyecto europeo, hay que liberarlo del dogma europeísta”.

La UE y sus gobiernos deben centrarse en medidas concretas para la recuperación de una parte importante de sus clases medias venidas a menos con la crisis desde 2008 (y desde antes), y con ciertos aspectos de la globalización. Ésta se vendió como un juego de suma positiva en el que todos ganaban, y en que la UE tenía un papel esencial para la protección y mejora de su ciudadanía. No ha sido así. Hay ganadores y perdedores de la globalización y de la crisis en Europa y en otros lugares (como EEUU). Joseph Stiglitz habla de la necesidad de “domesticar” la globalización. La respuesta no puede ser más proteccionismo en comercio, inversiones o flujos humanos, en un mundo mucho más integrado, aunque en esta pendiente estamos ya, como muestra el rechazo del gobierno socialista francés y de los socialdemócratas alemanes al TTIP, al Acuerdo de Comercio e Inversiones entre la Unión Europea y Estados Unidos. El riesgo de un regreso a un “momento 1913”, por no hablar de “momento 1933”, aunque sea sin las guerras posteriores, es real.

Los líderes europeos que se reunirán en Bratislava el 16 de septiembre, sin el Reino Unido, para decidir el camino a seguir por Europa tras el referéndum sobre el Brexit, deben dejarse de grandes palabras y responder a los problemas concretos que tienen los ciudadanos europeos. Un anticipo lo hemos tenido en la reunión de Renzi, Merkel y Hollande el pasado 22 de agosto en el portaaviones Garibaldi, en el Tirreno: pocas ideas. Y desgraciadamente sin España ni Polonia. Ya ni siquiera hay un “núcleo europeo”. Por su parte, los países de Visegrado (República Checa, Hungría, Polonia y Eslovaquia) quieren aprovechar la coyuntura para una revisión a la baja de la integración europea, aunque se han beneficiado intensamente de ella. Y, por lo que parece, la gira europea de la canciller Angela Merkel ha resultado infructuosa debido esencialmente a la cuestión de los refugiados que lo contamina todo, incluso la política interna alemana, aún más ahora con el cambio en los socialdemócratas al respecto.

Reforzar la seguridad interior y exterior de la UE es esencial. Cunde el miedo ante el terrorismo yihadista, lo que hace cerrarse a algunas sociedades, a lo que se añade el temor en el Este de Europa ante el aliento del oso ruso, que está jugando peligrosamente. Pero hay que combatir el terrorismo y las causas del terrorismo, como en su día dijo acertadamente Blair. Para ello es importante que la UE y sus Estados miembros hagan más hacia adentro y por su entorno: por coordinar sus servicios de inteligencia y policías sí, pero también por poner fin a la guerra de Siria, en la medida de lo posible, y por desarrollar su vecindad, en el Este y en el Sur. Si no se lucha, no contra los refugiados y la inmigración irregular (temas separados) sino, de nuevo, contra sus causas, poco se logrará. También la UE debe reforzar la democracia de sus instituciones y de sus Estados, en vez de debilitarla.

La segunda idea fuerza planteada en el Garibaldi y en la gira de Merkel es impulsar el crecimiento económico en toda la UE (no solo en la Eurozona). Reforzando el Plan Juncker de grandes infraestructuras, ampliándolo dos años, hasta 2019 y a 315.000 millones de euros (pero casi todo privado, con la UE aportando garantías) puede ayudar, pero se necesita mucho más.

La UE debe abordar a escala europea la lucha contra el desempleo estructural en el Sur, y contra lo que puede ser una nueva brecha: la de la innovación, que estudia el centro Bruegel en un excelente informe. Es necesario un plan de formación de jóvenes y no tan jóvenes para reintegrarlos al mercado de trabajo, lo que implica no sólo reforzar el programa Erasmus, sino ampliarlo, de verdad y con eficacia, a la Formación Profesional, condición necesaria para impulsar una auténtica movilidad laboral en la Unión, algo que los alemanes, interesados en atraer talento ante el envejecimiento de su población, parecen dispuestos a financiar, pero que puede beneficiar a todos. Claro que se necesita también que Alemania revise su posición de superávit comercial y fiscal, pues empieza a resultar insostenible para los demás. Y revisar la reducción de ingresos que ha llevado a esa caída de las clases medias en buena parte de Europa, para empezar en su Sur.

La UE debería revisar a fondo su presupuesto –casi hacer un ejercicio de “presupuesto cero” (es decir, revisar desde la base todas las partidas)–, para dotar estas nuevas prioridades, y rebajar herencias obsoletas del pasado (como una parte de la política agrícola). También, aunque ha empezado (por ejemplo con la sanción de 13.000 millones de euros contra Apple por impago de impuesto en Irlanda, en contra del criterio de Dublín) lograr avances para evitar la evasión y la elusión de impuestos de grandes empresas y particulares, aunque en esto casos como los de Irlanda y Luxemburgo lo dificultan. Todo para los 27/28 (pues los británicos aún están en la UE). Aunque también haya que completar la Eurozona.

El mensaje de Merkel de que “la UE no está acabada” es pobre cuando se necesita no una gran definición que puede provocar rechazos, mas sí una narrativa atractiva, que socave a los pesimistas y a los populistas. Es verdad que será difícil lograr nada con profundidad antes de las elecciones francesas, alemanas, holandesas y checas de 2017, tras las cuales algunos propugnan una nueva Messina, como la que en 1955 –tras el fracaso de la Comunidad Europea de Defensa– llevó al Tratado de Roma de 1957. Pero hoy por hoy, como Ortega y Gasset reclamaba en 1939 a los argentinos, hay que pedirles a los líderes europeos: “A las cosas”.