El profesor Antonio Spadaro, director de la revista La Civiltà Cattolica, la más antigua de Italia, ha publicado Il nuovo mondo de Francesco. Come il Vaticano sta cambiando il mondo (Marsilio Editori, Roma, 2018), una obra colectiva con la participación de diversos especialistas en áreas geopolíticas. Spadaro subraya que la labor del papa Francisco no puede encasillarse en las categorías clásicas de la diplomacia, y tampoco debe restringirse a expresiones de buenos sentimientos, carentes de interés para la mayoría de los analistas políticos. Por el contrario, la diplomacia papal es la manifestación del más sano de los realismos: el que lleva a hablar con todas las partes implicadas, sin mostrar preferencia por ninguna, para seguir tendiendo puentes en la construcción de la paz y la justicia. No es el realismo del cálculo, o del cinismo, practicado por gobernantes en distintas épocas de la historia. Es una diplomacia realista que busca sanar heridas sin excluir a nadie. En consecuencia, no es una diplomacia maniquea, con una concepción ideologizada de la religión que adopta rasgos apocalípticos. No corresponde a la idea de una Cristiandad a la defensiva que espera un inminente fin de los tiempos. Esto sería mundanidad, una obrar conforme a las categorías del mundo, por emplear unos términos ignacianos favoritos del pontífice jesuita.
Según Antonio Spadaro, el poder político no puede revestirse de sacralidad ni tampoco ser visto como una encarnación diabólica. Esta percepción maniquea de la política excluye el diálogo con todas las partes, propio de la diplomacia papal, lo que tiene el efecto de convertir a Francisco en un líder creíble incluso para los no católicos y los no cristianos. Su diplomacia pone en práctica la cultura del encuentro, a la que se refería Jorge Mario Bergoglio en su etapa de arzobispo de Buenos Aires y que fue reiterada en la exhortación apostólica Evangelii Gaudium. Esta diplomacia poco “diplomática” se desarrolla en distintas zonas geográficas. Nos detendremos en dos de ellas, que aparecen en el citado libro.
“Precisamente, ahora, en este nuestro mundo atormentado y herido, es necesario volver a aquella solidaridad de hecho, a la misma generosidad concreta que siguió al segundo conflicto mundial… Los proyectos de los padres fundadores, mensajeros de la paz y profetas del futuro, no han sido superados: inspiran, hoy más que nunca, a construir puentes y derribar muros” . Discurso de recepción del Premio Carlomagno, 6 de mayo de 2016.
En infinidad de discursos, políticos o de otro signo, no han faltado referencias al alma europea, a los padres fundadores o a las raíces de Europa. Este tipo de discursos, pronunciados a veces en sedes institucionales, suelen ser abundantes en la nostalgia por un tiempo ido, y a menudo se caracterizan por la falta de propuestas para el futuro. Sin embargo, el papa Francisco, ha resaltado que Robert Schuman, Konrad Adenauer, Alcide De Gasperi o Paul-Henri Spaak eran políticos con una mirada hacia el futuro, no estaban apegados al corto plazo y tampoco encerrados en sí mismos. Francisco relaciona como términos similares la solidaridad y la integración, y no es casual que la Declaración Schuman emplee la expresión “solidaridad de hecho”. La solidaridad es el modo de hacer las cosas, el modo de construir la historia. El problema, según ha destacado el pontífice, es que algunos confunden la solidaridad con la limosna, cuando, en realidad, consiste en la generación de oportunidades para que los europeos, y no solo ellos, puedan desarrollar su vida con dignidad. Llegados a este punto, aflora el espinoso tema de la inmigración, que muchos en Europa ven con desconfianza. La actitud del papa al respecto sería considerada como sentimental o carente de realismo. Sin embargo, el verdadero realismo es el de Francisco, tal y como se destaca en el libro, mientras muchos responsables políticos se refugian en una estéril y retórica ideología, que a menudo está cerca de los límites de la utopía. Esa ideología no tiene tiempo de mirar a los refugiados de la isla de Lesbos, mientras el papa ha caminado entre familias enteras atrapadas en una tierra de nadie, donde la solidaridad de hecho se transforma en un concepto vacío. Francisco ha puesto una vez más en práctica su convencimiento de que “la realidad es superior a la idea”, y ha seguido proclamando un sensato consejo: “Creo que el peor consejero para los países que tienden a cerrar las fronteras es el miedo, y el mejor consejero es la prudencia”.
“Construir una nación nos lleva a pensarnos siempre en relación con otros, saliendo de la lógica de enemigo para pasar a la lógica de la recíproca subsidiaridad, dando lo mejor de nosotros”. Discurso ante el Congreso de EEUU, 24 de septiembre de 2015.
Estas palabras del papa Francisco se pronunciaron mucho antes de la victoria del presidente Trump, pero son parte esencial del mensaje de este pontificado. Fueron proclamadas en la sede del poder legislativo de una nación que se construyó con la inmigración, pero no a todos los norteamericanos les entusiasman. Y es que Il nuovo mondo de Francesco no oculta una realidad: el mensaje de un pontificado centrado en la misericordia y el discernimiento, y sobre un cristianismo sensible a las desigualdades e injusticias económicas y sociales, encuentra oposición en EEUU, donde los católicos presentan una variedad de orígenes y sensibilidades. Para empezar, este mensaje es entendido como la negación del vínculo entre la nación y la religión, propio no solo del protestantismo sino también de un catolicismo político y cultural desarrollado en el último medio siglo, caracterizado por las guerras culturales, un combate en el que Francisco no aparecerá en primera línea, pues no es de los que dan preferencia al diagnóstico sobre la medicina. En este sentido los críticos califican a Francisco de populista, lo que da lugar a una paradoja: el pontífice es percibido como un populista casi extremista, y Donald Trump, etiquetado habitualmente con esta denominación, termina por ser un populista moderado. Asistimos así al distanciamiento del papado por parte de unos católicos americanos, que quieren creer que Trump es un político “pro vida” (pro life) y que piensan que el Vaticano no critica lo suficiente al liberalismo secularista del partido Demócrata. A este respecto, Antonio Spadaro, editor del libro sobre la diplomacia papal, se ha ganado numerosas críticas en medios católicos norteamericanos por afirmar la existencia de una alianza ecuménica político-religiosa entre evangélicos y católicos. Desde esta perspectiva de bloque, se podría presentar a Trump como un nuevo Constantinoy a poco que se piense, Vladimir Putin sería otro tanto por los cristianos ortodoxos rusos.
Europa y EEUU son tan solo dos áreas de la diplomacia del papa Francisco, una diplomacia que, según Lucio Caracciolo, director de la revista de geopolítica Limes, reúne las tres perspectivas del explorador de un nuevo mundo, un nuevo Fernando de Magallanes: la de quien mira al centro desde las periferias, la del hijo de inmigrantes y la del jefe de la Iglesia católica.