Tras años de tratarla de “socio estratégico”, la Comisión Europea, en un documento de estrategia, formalmente apoyado por el Consejo Europeo, ha calificado a China de “competidor económico” y de “rival sistémico”. Se ha quitado el velo de lo que Emmanuel Macron ha llamado la “ingenuidad europea” hacia China, aunque no por ello esté la UE más unida ante el coloso asiático. En buena parte esa supuesta naiveté vino impulsada por una visión deformada de la historia mundial respecto al retorno de China y Asia, desde principios de siglo por la codicia del acceso a un enorme y pujante mercado, y a partir de la crisis de 2008 por la necesidad de buscar financiación e inversiones, cuando China era el país más dispuesto. La adquisición por la china Midea de la empresa robótica puntera alemana Kuka hizo caer ese velo, antes de la llegada de Trump a la Casa Blanca. La UE ha adoptado ahora un sistema de supervisión de las adquisiciones extracomunitarias de empresas estratégicas europeas, dirigido esencialmente contra China.
Junto a la presión de EEUU, también han contribuido a la caída de ese velo los errores de comunicación del presidente Xi Jinping. Pues, en efecto, al separarse del cauto y discreto camino marcado por Deng Xiao Ping, primero (“esconde tus fuerzas; espera tu momento”) y posteriormente por Hu Jintao y Wen Jiabao hasta 2013, con su idea del “ascenso pacífico”, Xi ha desvelado demasiado abiertamente su enfoque. Por ejemplo, con la publicación de la estrategia China 2035 para que su país se sitúe a la cabeza tecnológica en el mundo, un texto que no estaba destinado a tal publicidad. Y desde hace ya más de cinco años, con la iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda (BRI, Belt and Road Initiative en inglés), el gran proyecto geopolítico y geoeconómico de conectividad e infraestructuras intercontinental (con ramificaciones en América Latina y África). La BRI ha despertado la codicia de los países receptores de sus préstamos –que no donaciones–, y de los posibles contratistas, pero también temor y resquemor en muchas partes, desde Washington a Indonesia. La BRI es, esencialmente, una estrategia para Euroasia. Los puertos del Mediterráneo son objeto del interés chino y sus capitales, desde El Pireo en Grecia a Sines en Portugal, para como indica Bruno Maçaes, del Hudson Institute, abaratar sus transportes, rivalizar con las rutas del norte de Europa y reconfigurar el comercio interno en el Viejo Continente. El plan europeo de respuesta, la Estrategia para conectar Europa y Asia, es mucho más modesto.
Ahora bien, ¿ha cerrado la UE, una actitud, siquiera una visión, común hacia China? Pese a las apariencias, no se puede afirmar. Los países europeos y la UE necesitan a China, incluido su mercado y su tecnología. Y China necesita a la UE por motivos similares y para equilibrar a EEUU. Muchos europeos van a acudir en orden disperso a la segunda cumbre de la BRI en Pekín a finales de mes. Aún hay competencia por contratos. Pekín gusta de tratar bilateralmente con los diversos europeos, pues sabe que así introduce mejor sus cuñas. A este respecto, las últimas visitas de Xi Jinping son significativas, tras los cortejos a la Europa central y del Este: al sur de Europa. Italia, sumida en dificultades económicas, se ha separado de la línea general que intentan imponer a la UE París y Berlín (a la que se ha unido Madrid) y ha firmado un acuerdo sobre la BRI. Es el decimotercer Estado de la UE que lo hace, pero el primero del G7. Para el actual gobierno italiano es también una manera de mostrarse desafiante frente a la UE, y concretamente frente a Alemania.
Al recibir la semana pasada en París –otra etapa importante– al presidente chino, Macron ha querido enviar una señal de unidad europea invitando al presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, y a la canciller alemana, Angela Merkel, a un diálogo con Xi Jinping sobre multilateralismo y apertura comercial recíproca, que probablemente revista mayor importancia simbólica que la próxima cumbre UE-China el 9 de abril en Bruselas con el primer ministro, Li Keqiang. Pero en la declaración bilateral de la reunión entre Macron y Xi, suscrita por dos miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, Francia se ha “olvidado” de toda mención a la UE. Por no hablar de que los europeos ya no sacan casi el tema de los derechos humanos con China. Los valores, la UE se los queda esencialmente hacia dentro. Y aún.
La relación de la UE con China está también mediada por la de Pekín y Washington, llena de aristas. La UE teme el enfrentamiento comercial y tecnológico entre EEUU y China. Pero también que un posible acuerdo comercial entre las dos grandes potencias económicas vaya en detrimento de Europa. En materia de 5ª generación de telefonía móvil, la 5G, muchas compañías europeas están pilladas por una tecnología china (esencialmente de Huawei y ZTE) mejor y más barata, en la que ya han invertido mucho y que permitirá llegar antes a esta nueva gran explosión de comunicaciones, esta vez más para las cosas. EEUU, con un argumento de seguridad, presiona para que los europeos desistan de estos suministros chinos y adopten los suyos (en parte también europeos con Nokia y Ericsson). La Comisión quiere una respuesta unida, y pide verificaciones nacionales de los posibles peligros de seguridad y un plan europeo en menos de cuatro meses. ¿Estará Europa en posición de poder elegir, en términos geopolíticos y tecnológicos? Se verá.
Más allá de la visión oficial, definida en una estrategia, esta vez, destinada a su publicación y difusión, Pekín ve a la UE debilitada por muchos factores, pese a los llamamientos de Macron a una “soberanía europea”, incluida la soberanía digital. No obstante, en 2018, la mayor parte de las inversiones chinas en el extranjero en industria y tecnologías de la información y la comunicación (TICs) han ido a Europa, también porque se les han cerrado puertas en EEUU. Puede que el velo de la ingenuidad europea haya caído, pero la realidad de la interdependencia sigue siendo fuerte. Aunque hay que saber y poder gestionarla.