La UE va acumulando crisis sin acabar de resolverlas. Un crecimiento económico débil; la crisis griega que sigue sin resolverse y ahora nubarrones en el sector financiero alemán; las perspectivas de un Brexit. Y, claro está, la crisis de los refugiados. Demasiadas para una Europa sin liderazgo.
Y no es que no haya líderes. David Cameron gobierna con mayoría absoluta en su país, aunque está en manos de los euroescépticos de su propio Partido Conservador: Viktor Orbán en Hungría; Jarosław Kaczyński en Polonia (controlando el gobierno con el mando a distancia). El problema con estos y otros líderes es que tienen otra idea de Europa, bastante anti, aunque no como para salirse, y no pueden liderarla. Mientras, los electorados se han fragmentado en muchos países de la UE, a veces de la mano del crecimiento de populismos antieuropeos. Los nórdicos, los Países Bajos y Bélgica, entre otros, ya estaban acostumbrados a esta atomización. Pero no España, Portugal, Irlanda o incluso Eslovaquia. Y en Francia; François Hollande es presa de sus propios problemas internos, y cuidado con Le Pen.
¿Y Angela Merkel, se dirá? La canciller alemana está en horas bajas debido justamente a su gestión de la crisis de los refugiados. Fundamentalmente en dos cuestiones: su actuación legal y moral al abrir en un primer momento las fronteras a los que huían en masa de Siria y otros países de la zona, no ha sido compartida por muchos de sus socios ni de sus compatriotas (o su socio bávaro de la CSU). Y lo ha pagado en las tres elecciones regionales del pasado domingo, en los que ha subido la opción anti-europea de la Alianza por Alemania (AfD). Segundo, en el último Consejo Europeo Merkel se puso a negociar bilateralmente con su homólogo turco Ahmet Davutoğlu un acuerdo sobre los refugiados que impuso (tendrán que volver sobre él el jueves y viernes próximo) a los otros 27 e incluso a la Comisión Europea.
Liderar no es mandar. El liderazgo europeo siempre ha sido colectivo. El mejor momento (es verdad que con una UE más pequeña) fue cuando coincidieron en el Consejo Europeo Kohl, Mitterrand, Thatcher y González, con, al frente de la Comisión, una personalidad fuerte y creativa como Jacques Delors. Justamente por ello, no se ha querido nunca más un presidente de la Comisión fuerte, ni ahora un presidente del Consejo Europeo –Donald Tusk no lo es–, aunque Jean-Claude Juncker sí plantea iniciativas interesantes, como europeizar –con una policía común– el control de las fronteras externas de la UE. Tampoco, después de Solana, se buscó un alto representante para la Política Exterior y de Seguridad con peso propio, aunque Federica Mogherini lo esté haciendo bastante bien. Y Mario Draghi, presidente del BCE, no es un líder, sino un buen técnico.
Liderar implica también tener visión. Y en estos momentos no hay visión de a dónde debe ir esta Europa. Esta crisis de liderazgo coincide con una crisis de la política que lleva tiempo larvándose: de la política europea –con una patente falta de democracia, en favor de la tecnocracia– y de las políticas nacionales en unas sociedades en mutación. Una política sin respuestas a los problemas actuales. Y el que De Gaulle llamaba el “federador externo” de Europa, EEUU, está en un cierto repliegue y metido en un complicado proceso electoral.
Europa está renunciando a sus principios fundacionales. Crecen los autoritarismos en los países del Este en la UE. El régimen de Recep Tayyip Erdoğan en Turquía refuerza su control sobre los medios de comunicación pero los dirigentes de la UE prefieren mirar para otro lado y ofrecer a Ankara acelerar las negociaciones de ingreso –que se han demorado demasiado– y facilitar la inmigración de los turcos, a cambio de que estos se queden con los refugiados (y dinero para gestionarlos) que entren a través de Grecia, aunque al final encontrarán otras rutas. Filippo Grandi, el nuevo alto comisionado de la agencia de la ONU para los refugiados (ACNUR), se ha mostrado muy preocupado en el Parlamento Europeo del acuerdo tentativo con Turquía por ser contrario a la legalidad internacional vigente para proteger a los refugiados. Es sobre el derecho, y no sobre la fuerza o el “ordeno y mando”, que se ha construido esta Unión en Europa. Si la UE empieza a incumplir hacia afuera, acabará incumpliendo hacia dentro. Y la insolidaridad hacia afuera en esta Unión es reflejo de la insolidaridad interna.