Europa contra el dominio energético

Descarga de gas natural licuado (GNL) en el puerto de Fos-sur-Mer, en Francia. Un buque metanero especializado en el transporte de GNL está atracado en la terminal, con los brazos de carga conectados para la transferencia del gas. Tres trabajadores, equipados con equipo de protección, supervisan la transferencia de gas desde una de las líneas hacia las instalaciones. El entorno es industrial, con estructuras metálicas, tuberías y válvulas visibles a la luz del día. Dominio energético
Descarga de gas natural licuado (GNL) en el puerto de Fos-sur-Mer (Francia). Foto: Sylvain Thomas - EC Audiovisual Services / ©European Union, 2012

Europa conoce bien las consecuencias económicas de su dependencia de los hidrocarburos importados: dos crisis del petróleo en el siglo pasado y la reciente crisis del gas causada por Rusia. Aunque ésta sigue lastrando la economía europea, la Unión Europea (UE) ha reaccionado liberándose con bastante éxito de la posición dominante ejercida por Rusia en sus mercados de gas natural. La necesidad de nuevos suministros obligó a los importadores europeos a volcarse hacia el gas natural licuado (GNL) estadounidense. La relación transatlántica funcionó y los cargamentos de GNL de Estados Unidos (EEUU) permitieron salvar la difícil situación de los mercados europeos durante el invierno de 2022, incluyendo desviaciones desde otros destinos. Varios países europeos construyeron terminales de regasificación e instalaron otras flotantes y empezaron a recibir volúmenes crecientes de GNL estadounidense. Alemania, uno de los países que ha pagado un mayor coste económico por su excesiva dependencia del gas ruso, recibe ya casi todas sus importaciones de GNL de EEUU. Junto con la coordinación en la imposición de sanciones energéticas a Rusia, esta nueva interdependencia energética reforzó la relación trasatlántica y la seguridad energética europea al liberarla del dominio energético ruso y quebrar la estrategia del presidente Putin.

“La única vía europea para ganar competitividad no es la de un dominio energético que nuestra carencia de recursos nos niega, sino un despliegue acelerado de las energías renovables y de la descarbonización”.

Aunque el ritmo de sustitución del gas ruso pueda parecer lento (la propia Ucrania ha mantenido el tránsito del gas ruso durante casi tres años de guerra), los datos son rotundos. Las importaciones de gas ruso pasaron de representar alrededor del 45% de las importaciones europeas totales en el primer trimestre de 2021 a menos del 20% en el último trimestre de 2024. El posterior cierre del tránsito por Ucrania ha reducido ese porcentaje por debajo del 15%, gran parte GNL candidato a ser incluido en próximas rondas de sanciones europeas. En el mismo periodo, las importaciones europeas de gas estadounidense han pasado del 4% a casi el 17% del total, aunque en trimestres de inviernos anteriores se situaron por encima del 20%. El cierre del tránsito por Ucrania y la caída de los niveles de almacenamiento han disparado las importaciones europeas de GNL estadounidense casi a volúmenes récord este enero. En ese mes representaron casi el 60% de las importaciones de GNL de la UE, muy por encima de los porcentajes del 40-50% registrados desde el comienzo de la crisis europea del gas.

Para ser claros: la UE ha pasado de una posición dominante de Rusia del 45% de su mercado de gas a otra inferior del 20% por parte de EEUU. Pero ese 20% de GNL estadounidense es mucho más costoso que el gas ruso por la licuefacción y distancia recorrida, y tiende a marcar precios en los mercados marginalistas del gas y la electricidad europeos. A la influencia en precios se suman las presiones que el sector estadounidense lleva años ejerciendo sobre Europa para que firme contratos a largo plazo que financien su capacidad de GNL, a los que la UE ha venido resistiéndose con el doble argumento de que son incompatibles son sus objetivos de descarbonización y su política de competencia. Esas presiones se extendieron a la regulación europea sobre emisiones de metano, que afectará a las importaciones de GNL de la UE desde 2027.

Entonces llegó Trump, aunque nadie podrá decir que no se le veía venir de lejos. El dominio energético y la subordinación del clima fueron dos de los ejes de su primera presidencia y de su segunda campaña electoral, pero superaron las expectativas en el frenesí de sus primeras órdenes ejecutivas. La divergencia con la Administración precedente y las políticas europeas difícilmente puede ser mayor; la afección de los intereses económicos europeos, tampoco. La única vía europea para ganar competitividad no es la de un dominio energético que nuestra carencia de recursos nos niega, sino un despliegue acelerado de las energías renovables y de la descarbonización. Al presidente Trump las renovables y la descarbonización mejor ni mentárselas, así que la cooperación energética parece limitarse para él a aumentar las importaciones europeas de GNL, asunto sobre el cual lleva tiempo insistiendo para reducir el superávit comercial europeo con EEUU. La realidad es que Europa importa en los últimos años más gas estadounidense que nunca y probablemente ese patrón se mantendrá a corto y medio plazo, especialmente si finalmente hay sanciones europeas al gas ruso para eliminar las importaciones en 2027, como contempla el plan REPowerEU. Esas sanciones deberían aplicarse independientemente de que beneficien a las exportaciones de GNL de EEUU o de que interfieran en sus negociaciones con Rusia sobre Ucrania.

Las importaciones de gas representaron en 2024 entre el 5,4% y el 8% del déficit comercial estadounidense con la UE, según los respectivos criterios sobre los precios del gas importado que se empleen. No hay demanda de gas en la UE ni capacidad de producción y exportación en EEUU para cerrarlo, aunque sí para reducirlo. Desde una perspectiva de autonomía estratégica europea, mantener un 20-25% del suministro procedente de EEUU parece razonable, aunque ello suponga más de la mitad del suministro de GNL, pero aumentarlo mucho más allá y a muy largo plazo puede resultar problemático. Por razones de mercado, pues se espera que en los próximos años se añadan nuevas capacidades y se diversifique y relaje el mercado de GNL. Por política climática, dado que la demanda de gas europea irá cayendo conforme avance la electrificación y la penetración de renovables. Y por seguridad por diversificación del suministro, pues no pueden desplazarse los contratos existentes a largo plazo con Argelia, Azerbaiyán y Noruega, que representan el grueso de las importaciones de gas europeas y otorgan la flexibilidad y ventajas de coste propias de los gasoductos. Ni tampoco dañar las perspectivas de diversificación con otros suministradores de GNL, actuales o potenciales.

Tras su toma de posesión, Trump eliminó la moratoria impuesta por la Administración Biden a nuevas exportaciones de GNL, acompañando sus exigencias de más importaciones europeas con un compromiso para garantizar el suministro de GNL a Europa. No está claro qué tipos de garantía de suministro adicionales puede ofrecer. El comercio bilateral de GNL tiene lugar entre empresas privadas europeas y estadounidenses en un mercado flexible y, a diferencia de Rusia (resulta extraño empezar a hacer estas comparaciones), transparente y donde la influencia gubernamental es muy limitada. Esas empresas estadounidenses están entre los mayores contribuyentes a la campaña republicana y esperan disfrutar de una posición ventajosa, si no dominante, en los mercados europeos. Pero nada está escrito sobre esta desconcertante Administración, que no ha dudado en sorprender a su propio sector energético con aranceles de ida y vuelta a las importaciones de petróleo canadiense y mexicano, así como a las de acero y aleaciones necesarias para la industria del gas y el petróleo, además de tener que afrontar aranceles chinos a las exportaciones de GNL y petróleo estadounidenses por la guerra comercial.

Algunas voces europeas han propuesto sellar un acuerdo de libre comercio de gas con EEUU para garantizar el suministro de gas en Europa y evitar que el GNL se convierta en un instrumento de la guerra comercial. Pero la fiabilidad de la actual Administración estadounidense para ofrecer tales garantías parece escasa. Si es capaz de desconcertar a su propio sector con contradicciones flagrantes de política energética, qué no hará con sus socios internacionales ¿Puede considerarse fiable a un país cuya política energética es coordinada por algo denominado Consejo Nacional de Dominio Energético? México y Canadá ya saben de primera mano que no tras el baile arancelario a que han sido sometidos. Zelenski ha visto como su propuesta inicial de pacto mineral se volvía contra Ucrania por el planteamiento mercantilista y extractivista del presidente Trump, más “dominante” en fondo y formas televisadas que el de China de recursos por infraestructuras con la República Democrática del Congo. Aunque pueda considerársele un aprendiz en dominio energético comparado con Putin, Trump parece determinado a “make America energy dominant”.

Al igual que durante la primera presidencia Trump, la Comisión Europea ha intentado poner en valor sus importaciones de GNL. La presidenta von der Leyen avanzó rápidamente la disposición europea a comprar volúmenes adicionales. La Comisión acaba de plantear la posibilidad de que empresas europeas financien inversiones de GNL en terceros países, incluyendo EEUU, un modelo que Japón aplica con éxito y que se acompaña de contratos a largo plazo. Es probable que nada de esto baste para apaciguar al presidente Trump, que descuenta toda concesión previa a una negociación, ni satisfaga sus aspiraciones de dominio energético. Esperemos que a nadie en Europa se le ocurra proponerle un Gas Deal, so pena de tener que negociarlo con él y su vicepresidente en directo ante las cámaras del despacho oval. Trump podría plantear aumentos de las exportaciones de GNL desproporcionados e incompatibles con una mínima diversificación europea y exigencias colaterales imprevisibles e impensables hasta hace poco: la eliminación de las medidas ambientales europeas, una participación en los recursos minerales de Groenlandia o cualquier otro disparate que fuerce los términos de la negociación. La UE debe prepararse para afrontar sin concesiones previas el riesgo de abuso de posición dominante de un nuevo rival sin repetir los errores cometidos con Rusia. Como puso Robertson Davies en boca de uno de sus personajes: si comes con caníbales, no te quejes de la comida. Para Europa, una dieta baja en carbono parece más saludable.