El auge de los partidos anti-europeos de extrema derecha (y en menor medida de los de extrema izquierda), supone seguramente el mayor reto que la Unión Europea ha enfrentado en su historia, y abre importantes dudas sobre el proceso de integración. Desde finales de los años cincuenta, el proyecto europeo ha servido para convertir a la Unión en un espacio de prosperidad y seguridad que iba integrando a cada vez más países y que parecía servir de modelo para el resto del mundo. Sin embargo, el reciente auge del euroescepticismo, que se ha plasmado nítidamente en el Brexit y que alimenta los discursos nacionalistas en casi todos los países de la Unión Europea, constituye una prueba de fuego para el futuro de Europa, un reto al que sus élites políticas (establishment) no saben cómo responder.
Aunque una eventual salida del Reino Unido de la Unión Europea supondría un duro golpe para la integración del continente al ser la primera vez que un país relevante diera un portazo al proyecto de integración, el Brexit no traería consigo el desmantelamiento de la Unión. Los británicos, que entraron en la Unión en 1973 y que siempre fueron reticentes ante las aspiraciones políticas de convertirla en unos Estados Unidos de Europa, nunca han formado parte del núcleo duro de la integración. Se han mantenido fuera del euro y del Tratado de Schengen y siempre entendieron la Unión como un proyecto eminentemente económico. Sin el Reino Unido, la Unión Europea perdería su tercera economía, una importante potencia nuclear, un asiento en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y un bastión en materia de innovación y excelencia académica. Sin embargo, podría sobrevivir.
El problema para la Unión es que países clave del euro puedan estar gobernados por líderes que aboguen por el cierre de fronteras o la salida de la unión monetaria, como hacen el Frente Nacional en Francia, Alternativa por Alemania o, en ocasiones, el Movimiento Cinco Estrellas italiano. Hay que tener presente que una cosa son las declaraciones políticas durante las campañas electorales y otra las políticas que se llevan a cabo una vez que se accede al poder (como bien demuestra el caso de Syriza en Grecia), pero no cabe duda de que la salida de Francia o Italia de la Unión Monetaria pondría en serio riesgo el proyecto europeo porque desataría una crisis económica de proporciones desconocidas, que sin duda tendría devastadoras consecuencias políticas.
En 2017 se celebrarán elecciones en Alemania, Francia y Holanda, y tal vez en Italia y Grecia. Estas citas electorales permitirán dilucidar tanto la cuantía del apoyo que obtienen los partidos anti europeístas como la viabilidad de sus propuestas en el caso de que ocupen cargos ejecutivos, en solitario o como socios parlamentarios en gobiernos de coalición.
El principal foco de riesgo será sin duda la elección presidencial en Francia. Una eventual victoria de Marine Le Pen podría desencadenar el pánico en los mercados y plantear serias dudas (aunque tal vez algo exageradas) sobre el futuro del euro y la Unión Europea. Iguales consecuencias, aunque de menor dimensión, podría tener una victoria del Movimiento Cinco Estrellas en Italia en el caso de que el país trasalpino celebrara elecciones en 2017 tras la dimisión de Mateo Renzi en diciembre de 2016.
Los alemanes también están llamados a las urnas, y tras el atentado terrorista de diciembre de 2016 y su gestión de la crisis de los refugiados durante los últimos años, la victoria de Merkel ya no está asegurada. En todo caso, aunque se espera que Alternativa por Alemania, el partido anti-euro de extrema derecha, entre por primera vez en el Bundestag con más del 15% de los votos, no es probable que Alemania vaya a convertirse en un foco de incertidumbre económica ni política. Sin embargo, la fragmentación de su Parlamento podría dificultar acuerdos para avanzar en la unión bancaria y fiscal que la zona euro sigue necesitando completar, y que serían también torpedeados por una eventual victoria del Partido de la Libertad liderado por Geert Wilders en Holanda. En este contexto, España aparece como un bastión de estabilidad. A pesar de que el Partido Popular gobierna en minoría y no es descartable un adelanto electoral, ninguno de los partidos del arco parlamentario supone una amenaza para el proyecto europeo como la que representan líderes como Le Pen en Francia o Wilders en Holanda.
Más allá de cómo se gestione el Brexit y de cuáles sean los resultados electorales durante 2017, hay que señalar que la Unión Europea tienen una enorme capacidad para apaciguar los bajos instintos de los movimientos eurocríticos y eurofóbicos y de garantizar la supervivencia política del euro. Como ha demostrado el caso griego o como vemos en la moderación del discurso de Podemos desde que se consolidara como partido político, a la hora de la verdad, nadie ha estado dispuesto, por el momento, a pulsar el “botón nuclear” de la salida del euro o de la Unión Europea por las enormes incertidumbres económicas y políticas que ello generaría. Y, en los numerosos casos en los que estos partidos han ganado las elecciones a nivel local o regional, sus políticas no han hecho implosionar las instituciones ni han supuesto un riesgo para la democracia ni el estado de derecho. Sin embargo, nada garantiza que esto no vaya a cambiar.
En todo caso, siempre que los nuevos partidos respeten la democracia, la economía de mercado y el Estado del Bienestar, si tienen buenos resultados electorales, habrá que confiar en que en que apliquen políticas dentro del marco legal tanto de sus respectivos estados como de la Unión Europea. Mantenerlos en la oposición mediante cordones sanitarios no ha hecho más que aumentar su apoyo electoral, mientras que una vez que han ocupado puestos de responsabilidad (como en el caso de Los Finlandeses, antes llamados Verdaderos Finlandeses, o los Griegos Independientes (ANEL), que gobiernan en coalición en sus respectivos países) su apoyo electoral ha tendido a bajar, ya que el electorado se ha dado cuenta de que muchas de sus propuestas eran inviables.
En todo caso, también podría ocurrir, sobre todo en Francia, que la naturaleza del sistema electoral unida a la mejora de la economía, permitieran a los partidos tradicionales ir recuperando terreno. Lo que sí es razonable aventurar es que la Unión Europea no dará en los próximos años ningún gran salto adelante en la integración, sino que tendrá bastante con seguir manteniéndose a flote en un contexto en el que el nacionalismo seguirá haciéndose cada vez más fuerte si las políticas europeas no permiten a la ciudadanía volver a entusiasmarse con el proyecto europeo.