Esta vez la inmigración no es la (principal) causa del auge de la derecha europea

Paso fronterizo italo-esloveno de Plešivo-Plessiva.
Paso fronterizo italo-esloveno de Plešivo-Plessiva. Foto: Gugganij / Wikimedia Commons (CC BY-SA 4.0)

Según se acerca la celebración de las elecciones europeas, los sondeos apuntan cada vez con mayor insistencia hacia un considerable ascenso tanto de los partidos adscritos a los Conservadores y Reformistas como de los agrupados en Identidad y Democracia (o lo que es lo mismo, los dos grupos más a la derecha del espectro político comunitario), dando continuidad a una tendencia paulatina pero ininterrumpida iniciada hace décadas. No obstante, en esta ocasión la variación en la correlación de fuerzas podría llegar al punto de que, por primera vez en la historia del Parlamento Europeo, no fuera descartable una alternativa de tintes euroescépticos a la “Gran Coalición” de populares, socialistas y liberales sobre la que tradicionalmente se han sustentado los acuerdos en Bruselas. Y aunque el relato predominante señala al rechazo a la inmigración como el principal motivo de este auge, algunos apuntes sobre la reciente evolución de la opinión pública europea arrojan bastantes dudas acerca de su influencia en este último ciclo electoral.

La grave crisis migratoria acaecida a mediados de la pasada década, que provocó en 2015 la llegada de más de un millón de inmigrantes irregulares y solicitantes de asilo a territorio comunitario, se tradujo en que ese mismo año más de la mitad de los europeos considerara esta cuestión como uno de los dos principales asuntos a los que se enfrentaba la Unión Europea (UE), muy por encima del terrorismo y la situación económica. De hecho, todavía hoy el 71% de los europeos se consideran en mayor o menor medida insatisfechos con la gestión de dicha crisis, no resultando sorprendente que dicha insatisfacción se dispare por encima del 80% en aquellos países que la experimentaron de manera dramática en primera línea como Chipre, Malta y Grecia.[1] Sin embargo, una vez pasado lo peor de la crisis, el porcentaje de europeos que seguía mencionando la inmigración como uno de los principales problemas a nivel comunitario fue cayendo lentamente, dando paso a partir de 2020 a otras preocupaciones más acuciantes como la salud pública, la inflación y la invasión rusa de Ucrania.

Asimismo, focalizando el análisis en los últimos cinco años se confirma la idea de que el rechazo al fenómeno migratorio apenas ha experimentado cambios en este periodo. En esta línea, la percepción negativa de los inmigrantes extracomunitarios permanece alta pero inmóvil, con menos gente en desacuerdo con que contribuyen positivamente a su país. Y si bien el rechazo a un sistema común europeo de asilo (recientemente acordado tras años de negociaciones) refleja un ligero crecimiento, tal circunstancia no impide una mayor predisposición a que los respectivos países ayuden a los refugiados.  

En este contexto de contención de la preocupación por el fenómeno migratorio se enmarcaría el hecho de que, mientras en 2019 los europeos abogaban por que esta cuestión fuera el tercer tema de debate en la campaña de las elecciones europeas[2], sólo por detrás de la economía y el desempleo juvenil, en 2024 la relevancia de la inmigración y asilo ha caído a la séptima posición, claramente por detrás de asuntos como la pobreza, la salud pública y la defensa. De tal manera que, mientras hace cinco años era la temática prioritaria en Italia, República Checa, Hungría y Malta, en la actualidad sólo sigue siéndolo en la pequeña isla mediterránea, a la que se le ha unido Chipre.      

Un último dato que apuntalaría la hipótesis de una menor relevancia de la política migratoria en el auge de estos grupos parlamentarios es que, mientras tres de los países que más eurodiputados aportarían a este crecimiento serían los Países Bajos, Portugal y España, en los que no se aprecia un avance significativo del rechazo a la inmigración y éste se mantiene por debajo (o muy por debajo como en el caso de nuestro país) de la media comunitaria; en otros países mucho más reacios como República Checa, Eslovaquia, Bulgaria, Estonia y Letonia no conseguirían arañar ningún escaño adicional. De hecho, ni siquiera la derecha alternativa húngara, de las más reticentes a la entrada de inmigrantes y actualmente no inscrita en ningún grupo parlamentario, vería aumentada su representación.    

Así pues, a la espera de conocer los resultados electorales el próximo 9 de junio, el actual clima de opinión de los europeos invita a pensar que si bien el rechazo a la inmigración ha sido históricamente uno de los principales sustratos (si no el principal) del creciente apoyo a estas opciones políticas, en el previsible avance de estos últimos cinco años es probable que tengan más peso otras posturas. Ya sea la oposición a las regulaciones comunitarias en materia agraria o medioambiental, enmarcadas en un resquemor creciente del mundo rural hacia las ciudades, que se visualizó con crudeza en el bloqueo por parte de centenares de tractores del barrio europeo de Bruselas el pasado mes de febrero; la percepción de una mayor desigualdad postpandémica, en la que la brecha digital sigue penalizando a los trabajadores manuales; o el rechazo a la respuesta comunitaria a los conflictos en Ucrania y Gaza (en un sentido u otro, pues la visión de Rusia e Israel por parte de estos partidos es heterogénea). O quizás, puede que simplemente se acaben imponiendo las coyunturas políticas nacionales, en las que últimamente el clima de guerra cultural parece impregnarlo todo.


[1] Eurobarómetro Parlamento Europeo, primavera 2024.

[2] Eurobarómetro Parlamento Europeo, primavera 2019.