A menudo, especialmente desde el Norte o a veces desde una cierta prensa más bien británica o norteamericana, se mete a ambos países en el mismo saco. Pero Italia –que cuenta con un excelente embajador en Madrid, Stefano Sannino– y España no sólo son muy diferentes, sino que se han distanciado. Más aún con los últimos cambios políticos en ambos países. Europa anda preocupada por Italia porque puede poner en peligro el proyecto europeo, con la llegada de un gobierno de coalición entre dos populismos antieuropeos, aunque desde ángulos diferentes con efectos concurrentes. Eso no ha ocurrido en España, donde hay un amplio consenso europeo y donde el nuevo gobierno de Pedro Sánchez se presenta como incluso más europeísta –y es de esperar que más activo y presente en este frente– que el anterior de Mariano Rajoy. La conjunción del giro italiano y del Brexit puede ser una oportunidad para España de recuperar una presencia y una influencia perdida en la UE. Y una oportunidad para la UE de recuperar una España propositiva.
Pese a su mediterraneidad, las diferencias entre Italia y España son profundas, y se enraízan en sus sociedades, que han vivido la crisis y la recuperación de manera distinta (aunque con más carga de profundidad en España). Tres millones de “ninis” (jóvenes de entre 16 y 29 años que ni trabajan ni estudian) en Italia. En España han bajado a unos 400.000. La opinión pública de Italia, país fundador de la hoy UE, ha dejado de ser mayoritariamente europeísta. En España el europeísmo se está recuperando en la sociedad. Según el último Eurobarómetro (especial a un año de las elecciones europeas), a la pregunta de si la pertenencia de su país a la UE es algo bueno, un 68% de los españoles (y un 65% de los portugueses) contestan afirmativamente, pero sólo lo hacen un 39% de los italianos, lo que explica muchas cosas.
Otra diferencia: en España hay un ascenso político y profesional de las mujeres que se ha plasmado en un gobierno más que paritario en el que muchas mujeres ocupan carteras clave, y en el nombramiento de una directora al frente del primer periódico del país. En Italia, en el gobierno presidido por Giuseppe Conte, de 18 ministros sólo cinco son mujeres. El ministro de la Familia, Lorenzo Fontana (Liga Norte) ya ha indicado que va a modificar la ley del aborto y de las uniones civiles para ir contra el colectivo LGTB.
Italia tiene un partido populista de extrema izquierda (aunque con retrancas derechistas en materia, por ejemplo, de inmigración), el Movimiento 5 Estrellas (M5S), antieuropeo, y otro de ultraderecha, la Liga Norte (o Liga a secas), eurófobo. En España no hay un partido significativo de extrema derecha, por razones que se han explicado. Y el de izquierdas, Podemos, no se declara ya antieuropeo. Hay, además, una clara distancia entre Italia y España respecto a la inmigración y a la cuestión de los refugiados como está reflejando el caso del Aquarius.
¿Estabilidad política? España tiene año y medio, por lo menos, por delante antes de unas nuevas elecciones. En Italia, no hay nada seguro. Sí, está el tema del independentismo catalán, ante el que el anterior gobierno español recibió el apoyo diplomático del resto de los socios comunitarios, aunque discretamente pidieran encauzar el problema con diálogo político. España perdió en imagen al no haber sabido explicarse bien en Europa, no sólo a los otros gobiernos sino a la opinión pública. Quizá esto cambie bajo el impulso del nuevo ministro de Asuntos Exteriores, Josep Borrell.
Italia sufre de un preocupante retraso en la adopción de las nuevas tecnologías por parte de las empresas y del sector público. Baste pensar, en lo visible, lo que cuesta encontrar un cajero automático en Roma, o lo que se tarda en instalar una conexión por fibra a Internet. El último ranking de preparación a la tecnología de The Economist Intelligence Unit (Technological Readiness Ranking) sitúa a España en el puesto 23 (de los 82 países analizados), demasiado atrás, pero a Italia en el 27. Ambos países andan bajos en términos de inversión en I+D.
Hay diferencias en términos de población (59,9 millones en Italia, frente a 45,9 millones en España). Están casi empatados en términos del Índice de Desarrollo Humano de la ONU. El tamaño de la economía española es dos tercios el de la italiana. Pero no es sólo por este tamaño por lo que preocupa Italia a Europa, sino por su sector bancario, aún pendiente de una reforma en profundidad, a diferencia del español, y por el volumen y la estructura de su deuda, que en caso de problemas pueden resultar muy desestabilizadores. La deuda pública italiana, el 131% del PIB, es en términos absolutos –2,3 billones de euros– la cuarta mayor del mundo. La española es un 98% de su PIB. En el caso italiano, un 36% de los bonos –686.000 millones de euros– está en manos extranjeras y en marzo de 2018, como recordaba Martin Wolf, el Banco Central italiano debía a sus socios, especialmente al Deutsche Bundesbank –de ahí algunos temores alemanes– 443.000 millones en el llamado sistema de “Target 2”. La reforma fiscal que se plantea el nuevo gobierno italiano –con un tipo único de IRPF– puede resultar desestabilizadora para las cuentas públicas. España sigue en la senda de la ortodoxia macroeconómica del área euro, aunque se plantee nuevas prioridades dentro de ella. En términos de crecimiento de la economía, Bloomberg pronostica que Italia no superará el 1% en 2019, es decir, la mitad que Alemania y casi un tercio que España.
El presidente italiano, Sergio Mattarella, arriesgando en términos institucionales, trazó una línea roja al vetar al eurófobo economista Paolo Savona como ministro de Hacienda del Gobierno del M5S y la Liga (ha quedado como ministro de Asuntos Europeos). Europa, al menos para los del euro, es una garantía frente a los experimentos o los desmanes. Aunque dentro de este marco hay margen de maniobra, como está demostrando António Costa en un Portugal que ha recuperado brío. No obstante, hay muchas cosas en las que la eurozona tendría que avanzar. Con esta Italia, sin embargo, va a ser más difícil.