Marruecos y España atraviesan un excelente momento en sus relaciones bilaterales. Este es el mensaje que ambos países han querido transmitir con la reciente visita del Rey Juan Carlos al vecino del sur. El viaje del monarca ha tenido varios objetivos, tanto a nivel político como simbólico. Por un lado, ha existido una voluntad mutua de escenificar el carácter extraordinario de la visita oficial en cada acto y detalle. Así lo demuestran su duración (cuatro días), el hecho poco habitual de que se desarrollara en pleno mes de Ramadán por deseo del monarca anfitrión y la composición sin precedentes del séquito que acompañó al Rey de España.
Además de cinco ministros del Gobierno, la delegación española incluía nueve ex ministros de Asuntos Exteriores de todos los partidos que han gobernado en democracia y casi una treintena de grandes empresarios, así como agentes económicos y representantes del ámbito cultural y universitario. La agenda de actos oficiales y encuentros destacó por su intensidad y no faltó el simbolismo en el intercambio de obsequios: por parte española, copias de manuscritos árabes de Patrimonio Nacional; y por parte marroquí, la llave de oro de la ciudad de Rabat, entregada por primera vez a un jefe de Estado extranjero.
La voluntad de destacar el carácter extraordinario de la visita real fue evidente en todo momento, así como las efusivas muestras de cercanía y amistad. Así quedó patente en las declaraciones de apoyo hechas por el Rey y el ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel García-Margallo, a las reformas emprendidas en Marruecos, país al que el jefe del Estado español describió como “un ejemplo muy valioso de apertura y de estabilidad”.
El contexto interno, bilateral e internacional en que se enmarcó la visita del Rey Juan Carlos a Marruecos explica la intensidad del momento por el que atraviesan las relaciones hispano-marroquíes. A nivel interno, ambos países se enfrentan a una situación socioeconómica comprometida, con un potencial de aumento de los conflictos sociales y de erosión de la política “convencional”. En España, la intensa crisis económica está forzando a empresas y profesionales a buscar mercados y oportunidades en el exterior, mientras que en Marruecos existe la necesidad de mostrar que el desigual proceso de reformas iniciado hace más de una década da resultados y contribuye al desarrollo del país.
Es común referirse a la “luna de miel” que atraviesan actualmente las relaciones bilaterales entre España y Marruecos, sobre todo en el ámbito económico. Según las estadísticas oficiales, el año pasado España se convirtió en el principal proveedor de Marruecos, por primera vez desde la independencia de este país en 1956, y por delante de Francia. El importante aumento de la presencia de empresas españolas (principalmente pymes) y de los flujos comerciales ha hecho que Marruecos se convierta en el primer cliente de España en África y el segundo a nivel mundial fuera de la UE, sólo superado por EEUU.
A los intercambios hispano-marroquíes legales hay que sumar el contrabando (o “comercio atípico”) que se realiza a través de Ceuta y Melilla, y cuyo volumen se estima que rondaría el 30% de las exportaciones legales de España a Marruecos (estas ascendieron a más de 5.200 millones de euros en 2012). El auge de las exportaciones españolas arrojó el año pasado un superávit comercial récord con Marruecos de más de 2.300 millones de euros. Sin embargo, las inversiones españolas allí son bajas en términos relativos, y quedan en un segundo puesto por detrás de las que realiza Francia (el 17% del stock de inversiones extranjeras en Marruecos son españolas frente al 49% que representan las francesas).
Mientras que numerosas inversiones españolas en el vecino del sur son realizadas por pymes, varias de las principales multinacionales españolas están ausentes o han reducido su presencia en Marruecos. Eso es algo que se ha intentado cambiar con la reciente visita del Rey Juan Carlos y que se plasmó en la celebración de un foro empresarial hispano-marroquí con la presencia de grandes empresas españolas. La búsqueda de nuevas oportunidades en Marruecos se produce en un momento en que ese país está diversificando su lista de socios comerciales más allá de los países de la UE, con una creciente presencia de EEUU, los países del Golfo, China, Rusia, Turquía y países del África subsahariana, entre otros.
Según el Foro Económico Mundial, Marruecos está en un proceso de mejora gradual de su competitividad y del clima de negocios. A su vez, la UE ha iniciado recientemente la negociación de un Acuerdo de Libre Comercio Amplio y Profundo con Marruecos, que sería el primero con un país árabe. Desde el Gobierno marroquí se están anunciando proyectos de infraestructuras, viviendas, turismo, energías renovables, agricultura e industria que podrían tener atractivo para empresas españolas. A pesar de los anuncios oficiales y del apoyo de gobiernos e instituciones internacionales, las autoridades de Rabat se enfrentan al desafío de acelerar el ritmo del desarrollo socioeconómico y al mismo tiempo mantener la estabilidad en un contexto de transformaciones internas y regionales aceleradas.
En Marruecos existe un riesgo real de que aumente el malestar social si no mejoran las condiciones de vida de una manera visible. Tanto la renta per cápita (actualmente inferior a 3.000 dólares anuales), como las insuficientes tasas de crecimiento (2,7% en 2012) y los niveles de desigualdad son fuentes potenciales de conflicto. Se hace necesario que el modelo de desarrollo impulsado en Marruecos alcance un crecimiento mayor y más inclusivo, reduzca las desigualdades de renta, mejore los servicios sociales y, sobre todo, combata el desempleo y el subempleo que afectan seriamente a las expectativas vitales de la juventud.
En la actualidad Marruecos se sitúa en el puesto 130 de los 187 países incluidos en el Índice de Desarrollo Humano del PNUD, por detrás de países vecinos como Túnez y Libia (en los puestos 94 y 64, respectivamente). Si fallan las políticas de inclusión económica y de reducción de las desigualdades y del desempleo juvenil, se corre el riesgo de que el aumento de las relaciones económicas y comerciales entre Marruecos y el exterior contribuya a intensificar las tensiones sociales, puesto que aumentaría la desigualdad en el reparto de la riqueza creada. Por ello, el Gobierno español debe insistir y contribuir al éxito de las políticas de inclusión económica no sólo en Marruecos, sino a ambos lados del Estrecho.
El Mediterráneo occidental se enfrenta a varias crisis simultáneas en sus dos orillas. Por un lado, el sur de Europa arrastra varios años de crisis económica con un creciente coste social y desgaste de sus sistemas políticos. Por otro lado, en las sociedades del Magreb y de Oriente Medio se están manifestando los primeros síntomas de una profunda transformación social, acompañada de una gradual pérdida del miedo a cuestionar los sistemas de gobierno que son vistos como un impedimento a la hora de alcanzar mayores niveles de desarrollo humano.
A pesar de los altibajos en las relaciones hispano-marroquíes, éstas han estado marcadas por una estabilidad relativa en las instituciones y mecanismos de toma de decisión. Aunque ahora no se vea como algo probable, no cabe descartar que los cambios económicos y sociales que puedan producir las actuales crisis en el Mediterráneo occidental tengan como resultado la modificación de esa estabilidad institucional y social. La aparición de “cisnes negros” –acontecimientos inesperados de gran impacto que después de ocurridos se racionalizan en retrospectiva– en torno al Estrecho de Gibraltar puede tener unos efectos profundos en la seguridad y estabilidad de los países de la zona.
Entre Marruecos y España existe un gran potencial económico que puede ser mutuamente beneficioso, y cuya ampliación a otros países vecinos podría contribuir a la prosperidad regional. No obstante, también existe la necesidad de normalizar una relación que aún tiene numerosas aristas, cuya aparición periódica enturbia la relación y genera dinámicas negativas en las opiniones públicas de ambos países. Hay que aprovechar la buena sintonía bilateral para abordar los contenciosos que requieren de buena voluntad política para su resolución (la delimitación de aguas territoriales, la situación de Ceuta y Melilla y la búsqueda de una solución justa y constructiva al conflicto del Sáhara Occidental, entre otros).
Un objetivo de la política exterior española debería ser evitar la vuelta a la trayectoria “pendular” que han seguido las relaciones hispano-marroquíes tradicionalmente, con la sucesión de etapas de alta tensión y de excelente sintonía. El actual Gobierno español parece haber logrado mantener buenas relaciones tanto con Marruecos como con Argelia al mismo tiempo, algo que en el pasado parecía incompatible. Si esa tendencia se mantiene en el tiempo, España puede contribuir al acercamiento entre los países del Magreb con el fin de avanzar en los procesos de integración regional que están congelados desde hace dos décadas por la falta de voluntad política.
Ha podido quedar una sensación de que la reciente visita del Rey Juan Carlos a Marruecos ha tenido un marcado carácter económico para España y político para Marruecos. Sería beneficioso para ambos países que la combinación de sus intereses económicos y políticos tuviera como objetivo la mejora de las oportunidades para sus respectivas sociedades. Unos mayores intercambios comerciales y económicos implican una mayor capacidad de influir en las políticas, pero también una mayor exposición a vulnerabilidades. El abandono de las “dependencias mutuas negativas” entre España y Marruecos debería ser el resultado de las buenas intenciones expresadas durante los recientes encuentros de alto nivel celebrados en Rabat. De su consecución depende el éxito de la apuesta por el acercamiento entre ambos países.