La situación en Mali sigue deteriorándose. Los combatientes salafistas, que se preparaban para resistir un ataque de fuerzas africanas, han pasado a la ofensiva, obligando a Francia a realizar una intervención militar: la operación Serval. Esta operación es distinta de la misión internacional de apoyo a Mali (MISMA o AFISMA en sus acrónimos franceses e ingleses) conducida por las fuerzas armadas de los países de la Comunidad de Estados de África Occidental y de la misión europea de adiestramiento (EUTM Mali) a las fuerzas malienses que colaborarán con la anterior a recuperar el norte de Mali. La operación también se diferencia por su carácter bilateral, ya que se realiza unilateralmente por Francia a petición del gobierno de Mali y sus principales aliados europeos y estadounidenses han sido informados pero no participan directamente.
A la hora de intervenir, hay tres opciones posibles: (1) la lucha contra el terrorismo (AQMI, Ansar Dine y MUYAO); (2) la reintegración territorial; y (3) la sostenibilidad de Mali como Estado viable. Cada Estado afectado tendrá que evaluar cuál de las tres opciones satisface mejor a sus intereses nacionales. La operación militar Serval corresponde a la opción contraterrorista y aunque ahora el objetivo es evitar el avance salafista hacia Bamako, las tropas francesas y las que les apoyen tienen que prepararse para sostener una larga guerra contra el terrorismo en la zona. Y al igual que ha ocurrido en Afganistán, sólo los países que vean sus intereses nacionales en riesgo intervendrán directamente en operaciones contra el terrorismo mientras que otros sólo apoyarán indirectamente a los anteriores (el Reino Unido y EEUU se han apresurado a facilitar apoyo logístico y de inteligencia a la operación Serval).
La génesis de las otras dos misiones internacionales previstas, AFISMA y EUTM-Mali, revela las divergencias de visiones y contribuciones de los países de la zona y de fuera de ella, así como las reticencias al diseño, liderazgo y viabilidad de las mismas. Las respuestas varían porque aunque todos los actores occidentales comparten la preocupación de que el norte de Mali se convierta en un santuario salafista a las puertas de Europa, a partir de ahí, cada país realiza su propio análisis de riesgos para ver qué intereses particulares se ven afectados, cuál de las opciones de respuesta es aconsejable y si le conviene actuar individual o multilateralmente. España y los países europeos comparten con Francia el riesgo de que la presión salafista desestabilice a Argelia, Marruecos y Mauritania y que su consolidación fomente atentados terroristas en suelo europeo. Sin embargo, no comparten los intereses postcoloniales de Francia que le obligan a preservar su legado histórico y defender sus intereses económicos y geoestratégicos en Mali y en toda la zona al norte y sur del Sahel. Sin embargo, los países europeos más alejados de África no comparten en igual medida los riesgos que representan los tráficos ilícitos organizados por las mafias criminales sahelianas que dirigen a las fronteras españolas flujos crecientes de inmigrantes, drogas y contrabandos de todo tipo.
Si el análisis de riesgos anterior es correcto, la respuesta española debe orientarse más a prevenir el terrorismo y los tráficos ilícitos que a reconstruir el Estado maliense. En la lucha contra el terrorismo tendrá que coordinarse más estrechamente con Francia y EEUU aunque no puede descartar llevar a cabo acciones individuales. En la lucha contra los efectos combinados del terrorismo y los tráficos ilícitos tendrá que incrementar su cooperación bilateral con las fuerzas de seguridad y defensa de Argelia, Marruecos y Mauritania. Protegiendo sus fronteras y cooperando con ellas es como mejor protegeremos nuestros intereses de seguridad frente al terrorismo y al crimen organizado. Para contribuir a la estabilidad regional, deberá aumentar su apoyo diplomático, económico o técnico a las misiones internacionales que se pongan en marcha. Son compromisos que no podemos desatender, aunque sus posibilidades de éxito sean limitadas, si España quiere apelar a la solidaridad internacional en la defensa de sus intereses de seguridad menos compartidos.
Por lo tanto, la respuesta no debe articularse desde un enfoque militar: participar o no en una nueva misión internacional, sino desde un enfoque integral, considerando todos los instrumentos del Estado. Tampoco puede articularse una respuesta coyuntural, porque la situación de inseguridad se va a prolongar en el tiempo. Sin embargo, España no dispone todavía de una estrategia integral sobre la zona que le permita jugar bien sus cartas y sacar rendimiento a sus instrumentos. Cada ministerio y agencia desarrolla sus políticas de cooperación como siempre pero su esfuerzo se diluye por la basculación argelina o marroquí de los gobiernos que se suceden y no parece que la crisis maliense haya suscitado hasta ahora la necesidad de una revisión e integración de esas políticas (la Reunión de Alto Nivel Hispano-Argelina, que ha tenido lugar en Argel el pasado10 de enero de 2013, no estuvo dedicada monográficamente a la situación ni se adoptó ningún acuerdo de seguridad o defensa asociado a la situación en Mali).
La seguridad entre el Estrecho y el Sahel ya no volverá a ser como antes y se necesita planificar una política que oriente la acción del gobierno a medio y largo plazo y prevenga a la opinión pública de los riesgos emergentes y de los esfuerzos a realizar en una zona como el Sahel que ha pasado de ser el patio trasero de otros a ser nuestro propio patio trasero.