La Estrategia Global Europea de 2016 hace referencia a la existencia de un “espacio atlántico ampliado”, que comprendería los continentes europeo, africano y americano, y promete el establecimiento de asociaciones “más intensas” entre la UE y América Latina. Sin embargo, y a pesar de su dinamismo demográfico, su peso económico y los muchos lazos históricos y culturales que la unen a Europa, América Latina ha sido hasta ahora el eslabón más débil de la política exterior y de seguridad de la UE.
¿Debe uno tomarse en serio los cantos de sirena de la Estrategia Global Europea respecto a la necesidad de reforzar los vínculos entre la UE y América Latina? ¿Hasta qué punto es incluso deseable para la UE destinar muchas más energías de las actuales a sus relaciones con los países latinoamericanos, dada la ola de incertidumbre e inestabilidad que azota a Europa y a su vecindario inmediato, y la escasez de recursos destinados por los europeos a la política exterior?
Cualquier reflexión sobre las oportunidades y riesgos que una mayor implicación en América Latina ofrece a la UE debe situarse en su debido contexto histórico y geopolítico, y debe tener en cuenta una serie de ideas fuerza.
La primera es el hecho de que Europa y los países de América Latina y del Caribe (ALC) están unidos por fuertes vínculos de carácter orgánico, avalados por el hecho de que ambas regiones comparten lenguas, marcos jurídicos, sistemas de valores, estructuras institucionales e identidades comunes. Estos vínculos orgánicos e historia común facilitarían enormemente la cooperación y el diálogo entre ambas regiones. Si bien no hay que menospreciar la existencia de numerosos obstáculos para una mayor cooperación política entre ambas regiones, cabe señalar el carácter más bien contingente de dichos obstáculos, frente al carácter orgánico de los vínculos que unen a Europa y América Latina. En este sentido, es importante resaltar la idea de que América Latina constituye una parte indispensable de la civilización occidental y europea. Así, al igual que desde la antigüedad hasta 1492, la península ibérica era Finisterre, ese Extremo Occidente lo constituye hoy Latinoamérica.1
La segunda es que América Latina, en tanto que tierra de oportunidad, constituye una fuente de profundidad y perspectiva estratégica para Europa y para Occidente. Esta es una idea clave, a la que debería prestarse más atención en Europa y en el resto de Occidente. Dicha idea cobraría más relevancia si cabe en un mundo caracterizado por lo que algunos expertos en Relaciones Internacionales han denominado “el auge del resto” (the rise of the rest);2 un fenómeno que se supone amenaza la supuesta supremacía global de la que el Occidente norte-atlántico ha venido disfrutando en los últimos siglos, tanto en el plano normativo como en el material. Europa debe, por tanto, apreciar a América Latina como un activo estratégico, no sólo a la hora de preservar y promocionar valores comunes, de carácter universal (como la libertad, la democracia o un mundo basado en normas), o ante posibles amenazas o desafíos de carácter no territorial en ámbitos como el cíber-espacio, el espacio o relacionadas con el medio ambiente, sino también a la hora de afrontar desafíos territoriales de índole propiamente geopolítica.
En este sentido, la tercera idea fuerza estaría relacionada con las oportunidades que ofrece la cooperación entre Europa y América Latina a la hora de desarrollar los recursos de la cuenca atlántica, un área que ofrece un enorme potencial demográfico, económico, energético y medioambiental, a menudo ignorados por los cantos de sirena que anuncian que el futuro no está en el Atlántico sino en el Pacífico. El futuro no está determinado: europeos y latinoamericanos se deben a sí mismos construir un futuro en el que el mundo atlántico (su mundo entroncado) continúe ocupando un papel central.
La cuarta es el hecho de que la creciente importancia geopolítica, geoeconómica y estratégica del espacio Asia-Pacífico no hace sino resaltar el potencial de América Latina, y el valor que esta región tiene para Europa y para Occidente, dada su condición de región “pacífica”. Dicha condición está avalada por un pasado rico en intercambios económicos, culturales y diplomáticos entre América Latina y la región Asia-Pacífico. En este sentido, la expedición de Magallanes y Elcano y el subsiguiente sistema de convoyes del imperio español conocido como “El Galeón de Manila” atestiguan una historia de más de 250 años de intercambios entre el Extremo Oriente e Hispanoamérica (y, por tal conducto, Europa) de oeste a este a través del Pacífico, destacando la centralidad de México y Perú en lo que algunos expertos consideran como el primer proceso de globalización de la historia.
Tras la reciente celebración del 60º aniversario del Tratado de Roma, la UE no parece estar pasando por su mejor momento. Los últimos años han sido testigos de una serie de reveses para la estabilidad europea y para la UE en particular, incluyendo la crisis económica y financiera de 2008 (que ha generado una serie de dudas respecto a la sostenibilidad y el futuro del euro), la anexión rusa de Crimea, la creciente inestabilidad en Oriente Medio y el Norte de África, el auge de tendencias populistas en varios estados miembros, el rebrote del terrorismo en suelo europeo, o la decisión del Reino Unido de abandonar de la UE. Estas crisis se han sucedido bajo un trasfondo de cambio estructural en el contexto internacional, protagonizado por el auge de Asia y el progresivo desplazamiento del centro de gravedad geo-económico y geo-político mundial del Atlántico (donde ha estado en los últimos 500 años) al Pacífico, de Europa hacia Asia. Se plantean, por tanto, dudas acerca del futuro económico y político de Europa, así como en torno al desarrollo de la política exterior y de seguridad de la UE.
Ante semejante contexto, América Latina, hasta ahora considerado como el eslabón más débil de la política exterior europea, se presentaría como una tierra de oportunidades. Por un lado, como tierra de oportunidad económica para los europeos. Por el otro, una mayor cooperación entre Europa y América Latina será clave para reivindicar la importancia de un espacio atlántico ampliado, y para explotar el potencial económico, demográfico y energético y medioambiental de dicho espacio. Finalmente, Latinoamérica ofrece a Europa un punto de entrada adicional al mundo del Pacífico, como ya lo hiciera antaño para los antepasados iberoamericanos. En este sentido, los lazos históricos, políticos y culturales que unen a Europa con las Américas, ofrecen a la UE una serie de ventajas competitivas a la hora de reforzar su papel en la región, y de estrechar sus vínculos con los países de ese crisol. España debe, dentro de la UE, actuar como punta de lanza en esa relación por su impronta histórica que, a pesar de todo, sigue en nuestros días.
1 Alain Rouquié (1987), Amérique latine. Introduction à l’Extrême-Occident, Editions du Seuil, París; traducción al español (1989), Editorial Siglo XXI, México DF y Buenos Aires.
2 Fareed Zakaria (2011), The Post-American World Rise of the Rest, W.W. Norton & Company Inc.