En los últimos meses se ha intensificado la actividad diplomática para encontrar una solución definitiva al estatuto de Kosovo. Este nuevo impulso se debe a la reciente presentación de la Estrategia para los Balcanes Occidentales (Albania, Macedonia, Serbia, Montenegro, Kosovo, Bosnia y Herzegovina) de la Comisión Europea. La ofensiva diplomática supone una recuperación de antiguas ideas bajo la creciente influencia de Rusia, Turquía y China en la región. Se trata de presionar sobre los cinco países miembros de la UE que todavía no han reconocido Kosovo como Estado independiente (Grecia, Chipre, Rumania, Eslovaquia y España) para que lo hagan; de insistir en el cumplimiento de lo acordado entre Serbia y Kosovo en el Proceso de Bruselas de 2013, que fue saludado como un avance histórico pero que no se ha cumplido; y de reunir de nuevo, con la mediación de la UE, a los líderes políticos serbios y albano-kosovares para avanzar, por lo menos, en los aspectos técnicos del proceso (funcionamiento de aduanas, reconocimiento de títulos universitarios, sanidad, educación), que se produjo el pasado 26 de febrero.
Mientras los occidentales insisten en la “normalización de las relaciones entre Belgrado y Pristina” como condición principal impuesta a ambos gobiernos para la entrada en la Unión Europea, la propuesta de partición de Kosovo –un antiguo mantra de los nacionalistas serbios– ha regresado de modo no oficial a la mesa de negociaciones. Ahora bien, tanto la embajada de EEUU en Pristina como la Fuerza Internacional de Seguridad para Kosovo (KFOR, por sus siglas en inglés) y los representantes políticos europeos han declarado públicamente que no apoyarán la partición porque podría tener un efecto dominó en toda la región. Actualmente en Belgrado se barajan dos alternativas para la normalización de sus relaciones con Prístina. La primera, propuesta por los occidentales, es la del modelo de “las dos Alemanias”: aunque no se reconozcan mutuamente, ambos países son miembros de Naciones Unidas. La segunda, de la que hablan el presidente serbio Aleksandar Vučić y su ministro de exteriores Ivica Dačić, sería un acuerdo directo entre los gobiernos de Serbia y Kosovo. Según ellos, y sin usar la palabra “partición”, este acuerdo implicaría que “ninguna de las dos partes quede completamente satisfecha” porque un acuerdo no significa “que unos ganan todo y otros nada”.
La partición de Kosovo supondría un retroceso en la integración de la región en la UE. No es deseable, pero tampoco imposible. Es obvio que no hay avances en las negociaciones que desbloquearían el camino de los dos países hacia la UE. Que Kosovo nunca será reconocido como Estado independiente por la totalidad de los Estados miembros de la ONU. Que Rusia y China usarán su peso en el Consejo de Seguridad de la ONU para vetar la entrada de Kosovo en esta institución internacional, y de paso reafirmar su creciente influencia en los Balcanes. Y que para los serbios cada vez resulta menos convincente la perspectiva de la entrada en la UE como argumento para renunciar a una parte de su territorio, aunque lo hayan perdido a todos los efectos, salvo en el aspecto de jure de la Resolución 1244 del Consejo de Seguridad de la ONU (1999). Así que el futuro de Kosovo todavía depende de Serbia, por lo que un acuerdo directo entre las dos partes implicadas en el contencioso sigue siendo imprescindible.