El anuncio de la mediación papal en el conflicto que opone en Venezuela al gobierno de Nicolás Maduro con la oposición agrupada en torno a la MUD (Mesa de Unidad Democrática) hizo brotar un irrefrenable chorro de optimismo. Son tantas las ganas fuera del país de que se evite una salida violenta y se alcance algún tipo de solución negociada, cualquiera vale, que enseguida las campañas repicaron alegría. Sin embargo, la rápida respuesta negativa a un diálogo de buena parte de los principales líderes de la MUD fue el equivalente a un jarro de agua fría arrojado sobre la intencionalidad pacificadora del Santo Padre.
Ante esta realidad poco apasionante conviene preguntarse si realmente hay algún margen de maniobra para que prospere el diálogo, cualquiera sea éste, entre los principales actores políticos venezolanos. A la vista del desarrollo de la coyuntura en el último año y de lo que recoge la relación histórica y siempre conflictiva entre gobierno y oposición, hay que ser cuanto menos cauto o absolutamente pesimista. Un reciente análisis de Rogelio Nuñez en Infolatam se hace eco de esta última postura, reseñando la imposible relación entre las partes desde 2002.
Si algo ha enseñado el pasado chavista a la oposición venezolana de su relación con el gobierno es a ser profundamente desconfiada y recelar de unas promesas que lo único que pretenden es ganar tiempo y maquillar una situación comprometida. Dicho de otra manera, Hugo Chávez se sentaba a negociar con sus detractores, y ahora Maduro hace lo mismo, únicamente cuando estaba en una posición muy delicada y rompía los canales establecidos una vez que se hubieran calmado las aguas.
El desarrollo de la coyuntura reciente tampoco conduce a demasiado optimismo. Más allá de los elementos más estructurales de la crisis venezolana (elevada inflación, desabastecimiento, alta inseguridad ciudadana, pobreza en ascenso, bajos precios del petróleo y menores ingresos fiscales), el clima político se ha degradado de forma acelerada tras la detención de Leopoldo López. Los dos últimos acontecimientos, el atraso sine die de las elecciones regionales programadas legalmente para fines de este año y, de mayor gravedad aún, la paralización del proceso de recogida de firmas para permitir celebrar de un referendum revocatorio antes del 10 de enero de 2017, que de realizarse y triunfar significaría la salida definitiva de Maduro del poder y la convocatoria de nuevas elecciones, agravaron aún más las cosas.
A esto se suma la actitud claramente agresiva e intransigente de muchos dirigentes de primera línea del chavismo, comenzando por Diosdado Cabello, que recuerdan de forma repetida que nadie va a “tumbar” a los legítimos representantes del pueblo. La idea de que “hemos llegado al poder para quedarnos” vuelve a ser omnipresente, especialmente entre aquellos que más miedo tienen a acabar con sus huesos en la calle en caso de ser desalojados del poder.
Las cosas tampoco son fáciles en la oposición, donde no hay una idea sino varias y muy diferentes de cómo acabar con el gobierno chavo-madurista y por tanto sobre si negociar o no con el oficialismo. Esto ya fue observado en los acontecimientos que dieron lugar al encarcelamiento de López, tras la implementación de la famosa “salida”, donde se enfrentaron distintas propuestas opositoras, incluyendo la de un diálogo constructivo con el gobierno. Hoy desde su prisión de Ramo Verde, López se niega a cualquier diálogo con el gobierno mientras no se convoque el revocatorio.
La misión mediadora de Unasur (Unión de Naciones Suramericanas) enviada por Ernesto Samper a Venezuela tampoco cosechó grandes éxitos. Para comenzar el ex presidente colombiano era visto por buena parte de la sociedad venezolana como una figura demasiado parcial y muy pro gubernamental. Lo mismo ocurrió con los ex presidentes Leonel Fernández, Martín Torrijos y José Luis Rodríguez Zapatero, que más allá de su pretendida neutralidad y de sus importantes esfuerzos fueron incapaces de encarrilar un diálogo entre las partes. Como sostuvo el Secretario General de la OEA, Luis Almagro, la labor de los ex presidentes terminó ayudando involuntariamente al gobierno en sus esfuerzos de postergar la celebración del referéndum más allá de lo tolerable.
Por tanto, a la vista del desarrollo de los acontecimientos y de la actitud francamente agresiva del chavismo, cualquier posibilidad de diálogo entre gobierno y oposición parece remota. El alineamiento del ministro de Defensa, y, aparentemente, de los militares en su conjunto tampoco ayuda. El reciente ataque de connotados oficialistas a la Asamblea Nacional no ha sido un buen gesto para pavimentar el camino de la negociación. La actitud papal de recibir a Maduro, en un acto claramente asimétrico con una oposición que de forma repetida venía pidiendo desde hace tiempo su mediación, no ha ayudado sino todo lo contrario a distender una situación que parece aproximarse de forma irreparable a un desenlace violento.