En términos de política exterior, Barack Obama les está dando a los estadounidenses la que en el fondo quieren. Las encuestas de opinión, como la que recientemente publicaba The Wall Street Journal, muestran una ciudadanía deseosa de un cierto retraimiento de su país. Casi la mitad quiere que EEUU sea menos activo en el escenario mundial y sólo una quinta parte es de la opinión contraria. Y, sin embargo, la imagen de la política exterior de Obama está en su nivel más bajo, con un 38% de aprobación (justo cuando su imagen general se recupera algo). Quizá Robert Kagan acierte cuando considera que los estadounidenses quieren lo que Obama les ha dado pero no están orgullosos ni le están agradecidos por ello.
Ello ha llevado a largos editoriales sobre el tema en publicaciones anglófonas, como The New York Times y The Economist. En general prestan atención no sólo al contenido sino a la forma, a lo que algunos llaman la pusilanimidad de Obama, sus dudas, sus cavilaciones. En la política exterior de Obama cuenta no sólo su personalidad –fría y calculadora a pesar de las apariencias– sino también por el hecho de que EEUU sale, por política de Obama, de dos guerras que se habían hecho sumamente impopulares –Irak y Afganistán– y que el mundo se ha vuelto mucho más multipolar. Obama es el primer presidente de la multipolaridad, a diferencia de sus predecesores. Bush hijo fue el presidente de la unipolaridad –aunque fuera un espejismo, pues por detrás de esa apariencia el mundo estaba cambiando–, Clinton el de la globalización y Bush padre –a quién más se parece Obama en su enfoque– el del cambio de mundo.
En el mundo actual, EEUU sigue siendo la mayor potencia en todos los órdenes, aunque en alguna medida de PIB, China le pueda superar este mismo año. Pero nadie le iguala en capacidad comercial, financiera, cultural y –por supuesto– militar. Sigue siendo second to none (“segundo de nadie”). Pero incluso así, su capacidad para darle forma a su entorno se ha reducido. Y Obama lo ha entendido. Frente a las primaveras árabes ha tenido poco papel que jugar pese a sus declaraciones. Aún así ha querido que su secretario de Estado, John Kerry, volviera a intentarlo con israelíes y palestinos.
Ahora se le juzga por la manera en que está respondiendo a la ocupación de Crimea y la desestabilización de Ucrania por parte de Rusia. Pero al final de su reciente gira por algunos países asiáticos, dejó asentada una idea que ha sido muy comentada, al considerar: “Por qué todo el mundo es tan entusiasta de usar la fuerza militar justo cuando hemos atravesado una década de guerra a un coste enorme para nuestras tropas y nuestro presupuesto”. Y añadió: “¿Qué es lo que se piensan exactamente los críticos que se hubiera conseguido?”. Aunque los que de verdad abogan por un mayor activismo militar son pocos. Entre los republicanos, el senador John McCain, pero no otros como el “candidatable” Ron Paul.
Obama tiene que hacer frente a momentos muy complejos sin perder los estribos. El premio Nobel de la Paz que le distinguió al comienzo de su mandato fue prematuro. Pero ha actuado con bastante prudencia, y no ha sido ningún blando, como demostró con Libia, aunque fuera liderando desde atrás. Se ha convertido en un adicto de los drones en escenarios como Pakistán, Afganistán y Somalia.
Quizá el mayor logro de su presidencia ha sido evitar que una crisis económica, una recesión, se convirtiera en una depresión, y haber logrado impulsar, con la Reserva Federal, una recuperación, que también es imprescindible para los europeos. Pero es una recuperación que muchos ciudadanos no sienten, sobre todo los que por desesperación ya ni siquiera figuran en las listas del desempleo, o los que ven reducidos sus salarios. Y de ahí que muchos de los que rechazan el activismo exterior son los mismos que se sienten perdedores en una economía abierta en un mundo globalizado. Y que piden que se priorice lo de casa. Es lo que lleva a que las encuestas reflejen que el apoyo a la globalización decae entre los ciudadanos de menores ingresos y niveles de educación. Lo que puede llevar a dudas sobre el futuro del TTIP, la Asociación Transatlántica de Comercio e Inversiones que de llegar a buen puerto puede convertirse en uno de los mayores éxitos de la política exterior de Obama. Éste, tras el entusiasmo inicial, ha decepcionado a los europeos, también porque no ha logrado cerrar el centro de detención sin juicio en Guantánamo y por el espionaje por parte de la National Security Agency (NSA).
Obama no mira al mundo a través de un prisma ideológico, como los neoconservadores. Obama se ha arriesgado con Irán y puede lograr un acuerdo en julio para detener el avance de ese país hacia el arma nuclear, lo que sería un gran éxito. Mientras negocia, ha logrado frenar nuevas sanciones contra Teherán que pretendía adoptar una parte del Congreso.
Ha rehuido de las grandes estrategias. Es un pragmático al frente de la mayor potencia del mundo, lo que a menudo le granjea reticencias y críticas por exceso o por defecto fuera, aunque EEUU es más impotente en un mundo mucho más complejo. Frente a Rusia, a la que intentó acercarse en las fases anteriores de su mandato, está actuando con prudencia pues lo que está ocurriendo no tiene respuesta militar por parte de EEUU u Occidente, salvo para tranquilizar a los aliados que se sienten amenazados. Y a la vez que compite, gestiona bien las relaciones con China, el único rival de EEUU en el horizonte previsible. The New York Times concluía su editorial señalando que el balance de Obama en política exterior “no es tan malo como señalan sus críticos. Sólo que no es lo suficientemente bueno”. Aún tiene terreno que jugar.