Llevo muchos años detrás de la globalización –ella siempre va por delante- tratando de saber a dónde se dirige, pero no hay forma. A pesar de mi celo, cada día me sorprende con algo inesperado y no tengo más remedio que reprocharme: ¡Es la globalización, estúpido!
Me lo digo cada vez que veo cómo van perdiendo poder quienes antes lo tenían y ahora pasa a mano de quienes no sé cómo lo usarán. Países, empresas e individuos emergentes que saltan por encima de los que ahora ¿se sumergen? ¿se desploman? en los ranking de influencia y poder que habían copado desde que se inventaron (vean, por ejemplo, los cambios que refleja el Índice Elcano de Presencia Global, IEPG). Se vivía bien con un mundo occidental y eurocéntrico pero me doy cuenta de que cada vez contamos menos y que el mundo que conocía se va perdiendo. ¡Es la globalización, estúpido!
También me rebelo cuando veo que el “orden” internacional que teníamos se desmorona sin que le releve el nuevo “orden” global. Estados Unidos renuncia al cargo de policía mundial pero China, Brasil, India o Rusia, que emergen para todo lo demás, no quieren verse envueltos en los conflictos que acarrea el liderazgo global (la Unión Europea tampoco y eso que salió del armario de la seguridad y defensa hace ya muchos años). No sé como abandonar conceptos como seguridad, orden y defensa que he estado usando toda mi vida y hablar de inseguridad, desorden e indefensión. ¡Es la globalización, estúpido!
Eso me digo cuando constato como el vértigo de la globalización va dejando descolgados a todos los que no pueden seguir su ritmo, a los que no quieren hacerlo e, incluso, a quienes creen que están al tanto del último trending topic. Mi capacidad de adaptación no deja de sorprenderme (no sé cuántas veces he cambiado ya de sistema operativo desde que usé los primeros ordenadores del mercado) pero como buen postmoderno empiezo a desconfiar de que los cambios constantes y rápidos –ya saben esa definición de la globalización como proceso acelerado de interacción entre todos los demás procesos- vayan a beneficiar a las personas físicas y no sólo a las jurídicas. ¡Es la globalización, estúpido!
Tanto cambio y tanta adaptación, tanta proactividad –conocer lo que va a pasar para actuar en consecuencia- tiene ventajas e inconvenientes. Trabajando para un think-tank y dedicado a explorar nuevas tendencias y adaptaciones, te das cuenta de la soledad que padecen los exploradores arriesgándose a conocer el más allá por el que otros no se interesan. La misma que debió sentir Juan Sebastián Elcano –de ahí el nombre del Real Instituto– que fue el primero en circunnavegar el mundo (en la época de la globalización habría tenido que hacerse internauta). Y es que a pesar de que muchos conocen la existencia de la globalización, muy pocos han tomado conciencia de que afecta a su vida cotidiana (globalismo). Mientras uno se reprocha continuamente por no acabar de captar todas sus implicaciones (¡es la globalización, estúpido!), otros viven sin pararse a pensar un momento en sus vidas en qué mundo viven, en qué está pasando más allá de su vista y cómo puede afectar a sus esperanzas y proyectos de vida. Confían en que todo siga –más o menos- igual que lo que han conocido, en que los cambios no les afecten para mal, en que alguien estará velando por ellos y que podrá hacer algo por evitarlo. Cuando vean que esto no es así, seguro que entre suspiro y suspiro se les escapa decir: ¡Es la globalización, estúpido!