Corren malas noticias en el vecindario. Durante muchos años, lo que ocurría por debajo de la fina línea de países del norte de África no nos preocupaba porque entendíamos que les correspondía a ellos ocuparse de su patio trasero y la despreocupación nos permitía focalizar nuestra atención en problemas de seguridad y defensa extraregionales.
En los últimos años, y sin apenas darnos cuenta –salvo por la crisis migratoria de 2005 o por las reivindicaciones periódicas de Marruecos sobre territorios españoles–, se han asentado en la región los yihadistas de al-Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI), los contrabandistas locales han ido estableciendo redes eficientes de tráficos ilícitos, la presión migratoria hacia Europa sigue buscando el punto de entrada más débil y la globalización delictiva ha llevado el secuestro de personas y buques a zonas que parecían inmunes al contagio. A partir de 2011, y de los focos pioneros del Sahara Occidental y Túnez, las movilizaciones sociales o las rebeliones armadas han alterado el statu quo y derribado el muro de contención que representaban los antiguos regímenes. La “primavera árabe” ha empujado las fichas del dominó y mientras algunas han caído, otras se tambalean y ninguna de las que están de pie tiene seguro que no vaya a verse arrastrada por la caída de las demás.
Siguen existiendo dudas sobre si el impacto de los cambios en la zona afectará positiva o negativamente a nuestros intereses diplomáticos y económicos, pero los efectos sobre la seguridad y la defensa son claramente negativos y con tendencia a empeorar. Por un lado, la entrada de armas y combatientes procedentes de Libia no sólo ha propiciado la caída de un régimen democrático en Mali, sino que ha creado un agujero negro –de casi un millón de kilómetros cuadrados– en la región por ahora independiente de Azawad. A diferencia del pasado, los países de la región no podrán reconducir la situación porque sus interlocutores tuareg –liderados por el Movimiento Nacional para la Liberación del Azawad (MLNA)– se han visto desplazados por los más islamizados de Ansar al-Din vinculados a AQMI. El vacío de poder, el desplazamiento masivo de la población y la falta de salidas económicas facilitan la radicalización y el efecto llamada a yihadistas que encontrarán el apoyo de las redes de contrabando y delincuencia para desestabilizar los países limítrofes y acercarse a Europa para hacer lo propio.
El Consejo de Seguridad acaba de reconocer que la secesión del norte de Mali, la actuación de milicias armadas y combatientes extranjeros y las actividades terroristas o criminales de AQMI constituyen, entre otros factores, una amenaza a la paz y a la seguridad regional pero no puede ir más allá de autorizar el uso de la fuerza (capítulo VII) a la Comunidad Económica de Estados del África Occidental, la Unión Africana o quien se atreva a poner en marcha una misión de estabilización (Resolución 2056/2012). El ministro de Asuntos Exteriores francés, Laurent Fabius, ha jaleado la organización de esa misión y expresado la disposición francesa a considerar la colaboración militar siempre que los actores regionales vayan por delante (el anterior presidente francés, Nicolás Sarkozy, también quería prevenir la creación de un Estado terrorista pero ni los países vecinos ni él movilizaron sus fuerzas para evitarlo en abril de 2012).
La UE es también consciente de la dimensión del problema y elaboró en 2011 su Estrategia para la Seguridad y el Desarrollo del Sahel, pero desde entonces sólo ha podido lanzar –en julio de 2012– una misión de asistencia técnica (EUCAP Sahel Níger) para potenciar la capacidad de Níger para luchar contra el terrorismo, el crimen organizado y el control del territorio. Una misión similar a la fallida de Guinea-Bissau (EU SSR Guinea-Bissau), y muy limitada, para conseguir que las fuerzas de seguridad de ese país y las de los vecinos puedan revertir la situación de inseguridad creada en Azawad. La colaboración de estos países parece dudosa porque los del norte de África bastante tienen con dedicar sus fuerzas armadas y de seguridad a controlar la situación interna y los del Sahel y Golfo de Guinea carecen de las estructuras de fuerzas adecuadas para hacerlo, cuando no son un factor de desestabilización, corrupción o inseguridad nacional o regional.
A la espera de que las iniciativas multilaterales funcionen, otros actores como EEUU, Francia y el Reino Unido desarrollan tareas de seguridad asociada a sus intereses particulares de seguridad, por lo que será necesario sondearles a ellos y a los países de la región sobre las posibilidades de una colaboración bilateral que nos ayude a defender nuestros intereses en la zona. Ningún aliado ni organización comparte con España los problemas de seguridad mencionados y esperan que les protejamos de los riesgos terroristas, migratorios y criminales tal y como nosotros esperábamos que lo hicieran Marruecos, Argelia o Libia. La experiencia de Perejil ya demostró la renuencia de la OTAN y de la UE a apoyar nuestros intereses nacionales frente a Marruecos y la experiencia en Libia ha demostrado la falta de solidaridad migratoria en la UE cuando los flujos se dirigen a un país.
El patio trasero del norte de África parece cada vez más nuestro… y sólo nuestro.