El pasado día 27 de abril, el Real Instituto Elcano presentó en la Casa Árabe, con la colaboración de la Universidad Complutense de Madrid, sendos estudios sobre los efectos de la inversión extranjera en Marruecos y Argelia.
Los documentos, que han sido elaborados por los investigadores Iliana Olivié, Aitor Pérez y Manuel Gracia Santos, cobran especial relevancia si tenemos en cuenta que se centran en dos estados mediterráneos de importancia estratégica para España y Europa, dados los vínculos geográficos e históricos que nos unen. Hemos de recordar que, hasta su independencia en 1956, el territorio marroquí estuvo dividido entre Francia y España, y otro tanto sucede con Argelia, colonia francesa hasta 1962. Al mismo tiempo, se trata de un buen momento para evaluar las repercusiones que la Primavera Árabe ha tenido en el Magreb occidental y hacer balance del modo en que las revueltas del mundo árabe han podido afectar a la inversión extranjera en Marruecos y Argelia.
Respecto a lo segundo, el prestigioso economista marroquí Lahcen Oulhaj comenzó su intervención señalando que era una “contradicción de términos” hablar de una Primavera Árabe. En su opinión, es posible que en un primer momento las protestas tuvieran un barniz democrático y fueran la expresión sincera de un anhelo de libertad e igualdad. Sin embargo, sostiene, conforme ha ido pasando el tiempo la iniciativa de la revuelta ha sido capitalizada por Arabia Saudí y Qatar, quienes desde un wahhabismo doctrinario han financiado a los Hermanos Musulmanes y promocionado el salafismo en la región. Así pues, para Oulhaj la Primavera Árabe “ha tornado en un invierno islamista”.
En cualquier caso, los gobiernos de Marruecos y Argelia, a excepción de algunas protestas aisladas, como la que representa el movimiento 20 de Febrero marroquí, han conseguido mantenerse a salvo de las revueltas que derribaron a otros líderes regionales como Mubarak, Gadafi o Ben Alí. En ocasiones, como señaló el profesor Gonzalo Escribano, la economía nacional está pagando un precio muy alto por contener las protestas: Argelia, por ejemplo, está realizando un esfuerzo expansivo que requiere un gasto público de hasta el 50%. El hecho de que el país sea un exportador de gas y petróleo, así como el elevado precio que han registrado los hidrocarburos en los últimos años, han contribuido a equilibrar la balanza de pagos argelina y le han permitido afrontar la crisis internacional desde una cierta comodidad. No obstante, las autoridades del país buscan superar la dependencia de las exportaciones energéticas, lo cual ha llevado, en la última década, a iniciar una apertura al capital extranjero. El documento ‘¿Más allá del hidrocarburo? Modalidades de inversión extranjera y sus efectos en el desarrollo de Argelia’ explica cómo el boom de las commodities ha saneado las cuentas públicas y la balanza de pagos argelinas. A pesar de la tendencia aperturista, la recepción de inversión extranjera se ve lastrada por la escasa diversificación sectorial de una economía altamente concentrada en el sector hidrocarburífero, así como por el intervencionismo público. El gobierno está tratando de combatir estas debilidades y, tal y como pusieron de manifiesto los redactores del documento con el análisis de una desaladora de agua, una empresa de cableado para construcción y una fábrica de fertilizantes, ya es posible detectar los cambios positivos introducidos por la inversión extranjera y la diversificación sectorial impulsadas. Estas políticas están redundando en beneficio de la productividad (con el consiguiente impacto en el equilibrio de la balanza de pagos), en el alza de los salarios, la prestación de bienes y servicios, la transferencia tecnológica o la promoción de cambios estructurales.
Otro tanto sucede con Marruecos, que, si bien no dispone de los recursos energéticos de los que sí goza Argelia, ha mostrado, desde que adoptara el plan de ajuste estructural del FMI en 1983, una mayor diversificación y apertura a la inversión extranjera que su vecina. El reto para el país alauí es reducir el peso de una agricultura que actualmente subemplea a un 42% de la población pero solo representa el 14% del PIB. El bajo nivel de productividad hizo que Lahcen Oulhaj se refiriera a esta situación como “paro disfrazado” y urgiera a la necesidad de revertirla. A este respecto, si bien la inversión extranjera puede contribuir al desarrollo de la agroindustria, las empresas se topan con los obstáculos regulatorios que desfiscalizan la agricultura y desincentivan el cambio estructural. El documento sobre Marruecos describía, desde el punto de vista del desarrollo local, tres inversiones españolas de muy distinta naturaleza: una finca de almendras, una empresa de servicios de residuos y una fábrica de tejidos. Con ellas, se ilustraban distintos efectos económicos de la inversión extranjera y cómo estos cumplían las expectativas de los diferentes planes de desarrollo del país, unos centrados en la privatización y la internacionalización de la economía y otros en el cambio estructural (ninguno de ellos en las demandas sociales específicas expresadas durante la primavera árabe).
Para concluir, podemos subrayar la importancia de fomentar la inversión desde España y Europa en países como Argelia y Marruecos. En un escenario de crisis como la que se vive en el viejo continente, los vecinos del norte de África representan una ventana de oportunidad para el futuro. Por otro lado, desde la óptica de los países del Magreb, impulsar la inversión europea constituye una buena estrategia para la modernización y el crecimiento, especialmente en un contexto en que han visto reducirse las remesas de dinero procedentes de trabajadores residentes en Europa y ante la incertidumbre que supone la dependencia económica del gas y el petróleo, en el caso argelino.