El presidente de EEUU Donald J. Trump ha dado a la Unión Europea (UE) un mes más de plazo, hasta principios de junio, para imponer los aranceles que anunció sobre las importaciones europeas de acero y aluminio argumentando que suponían una amenaza para su seguridad nacional. Permite así que continúen las intensas negociaciones de las últimas semanas, en las que la UE intenta obtener una excepción permanente a estos aranceles mientras que EEUU pretende que su amenaza proteccionista le permita obtener concesiones comerciales en otros ámbitos.
En realidad, ambos colosos comerciales están jugando al conocido como “juego del gallina”, en el que van hacia un choque frontal a menos que uno de los dos se aparte primero. Y, de momento, ninguno de los dos parece que vaya a pestañar porque la correlación de fuerzas está muy igualada, algo que no pasaba entre EEUU y Corea del Sur (donde la estrategia de amenazas norteamericana ha funcionado), y que tampoco ocurre entre EEUU, Canadá y México, donde la Administración Trump seguramente terminará renegociando el TLCAN (o NAFTA, por sus siglas en inglés) siempre que no pida lo imposible.
A la UE no le gustan las tácticas de matón de patio de colegio de Trump, pero estaría dispuesta a hablar del tema que más preocupa a EEUU en materia comercial: su déficit comercial bilateral, que está causado, en gran medida, por las exportaciones de coches de alta gama alemanes, que entran al mercado americano con un arancel más bajo que el que tienen los coches estadounidenses vendidos en la UE. Sin embargo, la Unión ha dejado claro que no negociará bajo amenazas. Considera que afirmar que las importaciones europeas de acero y aluminio europeas constituyen un riesgo para la seguridad nacional estadounidense cuando los países de la UE siempre han sido aliados militares y socios geoestratégicos de EEUU es ridículo, y está dispuesta a contraatacar comercialmente si EEUU no cambia de actitud. Por su parte, EEUU, que está obsesionado con reducir sus déficit comerciales bilaterales con todos aquellos países con los que son abultados (Alemania, China, México, Japón o Corea del Sur, entre otros), teme que sin la presión de las amenazas, la UE no quiera sentarse a negociar. Y aspira a explotar las contradicciones internas de la UE, donde Alemania estaría más dispuesta a ceder dado su perfil exportador, mientras que Francia, que tiene menos que perder, no está dispuesta a hacerlo.
En el trasfondo de esta disputa comercial, que en última instancia no es de una cuantía demasiado relevante (las importaciones de acero y aluminio son sólo el 2% de todas las importaciones de EEUU), hay dos elementos de mucho mayor calado: la viabilidad de la Organización Mundial de Comercio (OMC) y cómo lidiar comercialmente con China. En el primer tema la UE y EEUU tienen posiciones completamente opuestas. Los norteamericanos llevan ya un año boicoteando la institución al bloquear la nominación de jueces para su mecanismo de resolución de diferencias, negarse a aceptar avance alguno en las negociaciones multilaterales que tuvieron lugar en la cumbre de Buenos Aires del pasado diciembre y, finalmente, intentando forzar a la institución a pronunciarse sobre si el proteccionismo se puede justificar por dudosas razones de seguridad nacional. Por su parte, la UE, que es quien posiblemente tenga mayor interés en mantener el sistema multilateral de comercio basado en reglas, está intentando recabar apoyos para defender a la institución, articulando nuevas coaliciones de países proclives a mantener sus mercados abiertos (recientemente ha cerrado la actualización de su acuerdo de libre comercio con México, que se suma a los alcanzados con Japón y Canadá, y al que espera obtener con el Mercosur en los próximos meses) y diseñando una estrategia de represalias contra EEUU que, en caso de producirse, se mantenga dentro de la legalidad OMC y no la debilite ni la deslegitime.
En cuanto a China, la situación es más complicada. EEUU ha anunciado aranceles unilaterales contra productos chinos por un valor de 50.000 millones de dólares. Y los justifica alegando que las empresas chinas roban la propiedad intelectual de las innovaciones norteamericanas. Este nuevo capítulo de la guerra comercial, al que China ya ha respondido con potenciales aranceles equivalentes y que, de materializarse, tendría un impacto económico mundial mucho más devastador que el tema de los aranceles sobre el aluminio y el acero, sitúa a la UE en una posición incómoda. Por una parte, está de acuerdo con presionar a China para que cambie su política, pero, por otra, no está de acuerdo con la táctica estadounidense de hacerlo al margen de la OMC. Esto supone que el tándem transatlántico, que podría tener una influencia mucho mayor sobre China, queda debilitado por la estrategia unilateralista agresiva de EEUU.
Todavía es pronto para saber cómo se resolverá la situación. Es posible que el conflicto comercial se termine diluyendo, aunque son tantas sus aristas que, a día de hoy, este escenario tiene una probabilidad baja. Lo que sí parece claro es que la confianza entre EEUU y la UE se ha visto seriamente dañada por la estrategia comercial de Trump. Y esa confianza será difícil de reconstruir.