Se han cumplido 150 años del nacimiento del historiador y filósofo Élie Halévy (1870-1937), quien, según Nicolas Baverez, sería el eslabón perdido entre los dos grandes pensadores del liberalismo francés, Alexis de Tocqueville y Raymond Aron. Precisamente este último atribuyó a la influencia de Halévy su abandono de las ideas socialistas que había abrazado en su juventud. Su opción por el liberalismo no le permitiría aceptar desde entonces ningún socialismo que no fuera al mismo tiempo liberal, hoy podríamos decir socialdemócrata, una corriente más bien minoritaria en la década de 1930 porque era más intensa la atracción que ejercía la URSS estalinista sobre los partidos e intelectuales de izquierda. Halévy, profesor de Historia del socialismo en la Escuela Normal parisina, rechazaba todo socialismo que no fuera liberal ni democrático, y que tuviera acusados rasgos organizadores y jerárquicos.
Aron también leyó La era de las tiranías, una comunicación que Halévy presentó el 28 de noviembre de 1936 en la Sociedad Francesa de Filosofía. Allí nuestro autor presentó una tesis que todavía hoy puede resultar controvertida para algunos. Un cuarto de siglo antes de que Hannah Arendt publicara Los orígenes del totalitarismo, Élie Halévy exponía los rasgos coincidentes del comunismo, fascismo y nazismo, y hablaba de que se estaba viviendo una era de las tiranías. El término tiranía había sido cuidadosamente elegido por el autor. En su opinión, la palabra dictadura no expresaba la realidad de los hechos. Durante la república romana, en circunstancias excepcionales se establecía el régimen provisional de un dictador, pero esto no implicaba la supresión de todas las libertades. En efecto, a lo largo de la historia se han sucedido regímenes de este tipo, muchos de ellos ejercidos por hombre de uniforme que, tarde o temprano, debían de dar paso a los civiles. Las nuevas tiranías, por el contrario, habían venido para quedarse. Y tampoco estos regímenes antiliberales podrían ser calificados de despotismos, un término que hubiera encajado mejor en el Antiguo Régimen e incluso en esa versión “amable” representada por el despotismo ilustrado del siglo XVIII.
Halévy prefería la expresión “tiranía”, que definía como una forma de corrupción de la democracia que llevaba a la instauración de un poder personal, la confiscación de las libertades, la exaltación de las pasiones populares y la demagogia. Quienes construían sus análisis con los cimientos del materialismo histórico o del positivismo sociológico no podían estar de acuerdo con las tesis de Halévy. Pero esos fundamentos para el análisis de la política y de la historia no podían satisfacer a un profesor apasionado por la filosofía de Platón y erudito historiador de la Inglaterra del siglo XIX, donde se había consolidado un régimen parlamentario que, como tantos liberales franceses, hubiera querido para su país. Los estudios de Halévy se centraban, principalmente en el pasado, a modo de instrumento para descifrar el presente y reflexionar sobre el futuro. Fue un historiador profundamente interesado por la filosofía política, pues pretendía ir a la raíz de los hechos.
En un pensador liberal como Élie Halévy la tiranía guarda una estrecha relación con el aumento del poder del Estado. Estatalismo y tiranía resultan expresiones equivalentes. Según nuestro autor, la Primera Guerra Mundial y la Revolución de 1917 fueron los hitos que inauguraron la era de las tiranías, aunque asegura que existieron otros precedentes en la historia de la Francia contemporánea: el régimen jacobino que implantó el estado de sitio en 1793 fue la preparación para el cesarismo napoleónico de años posteriores; la revolución de 1848 abrió el camino para el cesarismo posterior de Napoleón III, aplaudido a la vez por los socialistas sansimonianos y la burguesía conservadora… Este enfoque contrasta con el mucho más extendido de que la burguesía se hizo en los dos casos con el poder para hacer frente a la revolución. En realidad, según Halévy, los dos Napoleones suponen un triunfo del estatalismo que para nuestro autor marca el inicio de toda tiranía. Sin embargo, lo esencial de su tesis es que al término de la guerra de 1914 empezaron a surgir o a consolidarse las tiranías en Europa. Algunos de los ideólogos de las nacientes tiranías habían tomado postura contra la derrota o la frustración surgida de la contienda. Pero tanto en Rusia, como en Alemania e Italia, todos coincidieron en instaurar un régimen de guerra en tiempos de paz, en el que la política era la continuación de la guerra por otros medios. El enemigo que derrotar no era el extranjero sino los propios compatriotas opuestos a la tiranía. En un caso surgió el llamado comunismo de guerra (1918-1920), y en los otros la progresiva proscripción de todos los adversarios políticos por medio de leyes habilitantes. Como señala Halévy en el caso de Rusia, un grupo de hombres armados decretó que ellos eran el Estado, aunque otro tanto podría haberse dicho del fascismo y del nazismo. El gobierno cayó en manos de una secta armada que se impuso en nombre del supuesto interés de todo el país. Del mesianismo se pasó a la violencia, y de la violencia a la tiranía. Y todo ello rodeado de un poderoso aparato de propaganda, encargado, en expresión de Halévy, de “la organización del entusiasmo”.
Élie Halévy era un lector habitual de Platón y sin duda conocía lo que dice el filósofo griego en el diálogo Gorgias: la tiranía nace de la anarquía. Pero también puede nacer del miedo. El miedo a los oligarcas, según Platón, lleva a que los ciudadanos apoyen la llegada de un tirano al poder. Escribirá también en el libro VII de La República que la tiranía es el peor de los sistemas posibles y nada tiene que ver con la monarquía de reyes filósofos que él preconizaba. En ese mismo libro describe una realidad, repetida constantemente a lo largo de todas las épocas, la de que el tirano vive en el miedo, está sometido a la angustia y termina por ser el más desgraciado de los hombres.
Halévy coincidió también con Tocqueville en la apreciación de que la tiranía puede aparecer también en un régimen de asamblea. La soberanía parlamentaria no está libre de la tentación de aprobar leyes que socaven los derechos y libertades fundamentales. Esto explica por qué el autor de La democracia en América era partidario del bicameralismo para Francia, pues fue testigo de estos acontecimientos tras la revolución de 1848. Luis Napoleón Bonaparte, presidente elegido por sufragio universal, daría tres años después un golpe de estado que lo convirtió en emperador.
Con su comunicación sobre las tiranías, Élie Halévy pretendía prevenir a las democracias liberales de su época acerca de las nuevas tiranías, unos regímenes belicosos consagrados a las guerras de clases y a las guerras nacionales. Es una advertencia para todos los tiempos: los partidos totalitarios son partidos de guerra civil, y solo entienden la política no como una competición entre adversarios sino como una lucha contra los enemigos. “O nosotros o ellos” es un lema combativo, implícito o no, que sirve para justificar a las tiranías.