Los uruguayos fueron a votar el domingo 26 de octubre para elegir nuevo Presidente. Ningún candidato obtuvo mayoría absoluta y habrá por tanto una segunda vuelta entre el cabeza de cartel oficialista Tabaré Vázquez (de la coalición de izquierda Frente Amplio) y el aspirante Luis Lacalle Pou (del centroderechista Partido Nacional). Pese a que habrá que esperar al desenlace, los frenteamplistas tuvieron buenas razones para festejar tras el cierre de urnas porque, si bien las encuestas acertaron en que habría balotaje, se equivocaron al otorgar menos apoyo del finalmente obtenido por su líder.
El ex presidente Tabaré Vázquez (74 años) dejó la Presidencia en 2009 con un porcentaje de aprobación que rondaba el 75 %, el mayor en la historia del país, y hasta hace un año nadie dudaba que lograría un holgado triunfo: Vázquez “ganaría caminando”. Sin embargo, en los últimos cuatro meses las encuestas registraron que el diputado nacionalista, Luis Lacalle Pou (41 años), acortaba rápidamente la distancia que le separaba del favorito, hasta el punto que las últimas proyecciones sugerían que los votos unidos de los fundacionales Partido Nacional y Partido Colorado superarían a los del Frente Amplio de cara a una segunda vuelta. No fue así. El candidato oficialista obtuvo el 47,8 %, más que los dos partidos de oposición juntos, aventajando de lejos al nacionalista, con 30,9 % (el Partido Colorado y el Partido Independiente obtuvieron un 12,9 % y 3,1 % de los votos, respectivamente).
También las elecciones legislativas se anunciaban especialmente reñidas. Las encuestas dudaban que la coalición de izquierda pudiera conservar la mayoría que ostenta en el Parlamento desde 2004, y ello enfrentaría a un hipotético nuevo gobierno de izquierda con un poder legislativo adverso. No obstante, la ventaja obtenida por el Frente Amplio el domingo le asegura la ansiada mayoría en la Cámara de Representantes y, de ganar el balotaje el 30 de noviembre, obtendría también el control de la Cámara de Senadores.
Los resultados del domingo dejan pues el gobierno en bandeja para el candidato frenteamplista. A falta de la confirmación en el plazo de un mes, las cuentas no le cuadran a Lacalle Pou para ser Presidente: ni siquiera sumando a sus votos los del Partido Colorado y del Partido Independiente alcanzaría los necesarios para superar a Vázquez. Para que el Frente Amplio pierda las elecciones sería necesario un cataclismo, poco probable en el sistema electoral uruguayo que se caracteriza por su estabilidad. Las cifras del Frente Amplio son prácticamente idénticas a las de las elecciones pasadas (entonces un 47,96 %), de las cuales salió vencedor en segunda vuelta el actual presidente José Mujica. A Vázquez le alcanzará con no perder votos durante un mes para alzarse con la victoria, pero además tiene grandes posibilidades de sumar votantes de otros partidos, tanto de izquierda como de centro y derecha. Lacalle Pou, en cambio, deberá hacer auténticos malabares para restarle votantes de izquierda al candidato frenteamplista, sobre todo cuando ya se sabe que el rival se ha asegurado la mayoría parlamentaria. Sin ir más lejos, su padre, Luis Alberto Lacalle, no lo consiguió en 2009 cuando compitió en condiciones similares contra José Mujica.
Un nuevo triunfo del Frente Amplio tendría una gran importancia histórica, ya que ningún partido había podido nunca antes ganar tres elecciones sucesivas, ni mantener la mayoría parlamentaria durante tres períodos consecutivos. Los resultados demuestran que el Frente Amplio no ha sufrido el habitual desgaste que conlleva gobernar. Además de políticas progresistas ampliamente elogiadas en el plano internacional, aunque no compartidas por todo el electorado, los diez años frenteamplistas arrojan éxitos económicos innegables, como haber sacado de la pobreza a casi un tercio de la población y alcanzar las cifras de desempleo más bajas de la historia (6 %). A pesar de estos logros importantes, el Gobierno saliente no ha sabido abordar reformas graves y complejas que el país necesita urgentemente, sobre todo en materia de educación, seguridad y administración pública.
De ganar Vázquez en segunda vuelta, ha prometido llevar a cabo una reforma estructural de la educación y profundizar las actuales políticas sociales. Su victoria aseguraría la continuación del modelo económico de los últimos períodos que tan buenos resultados ha dado al compaginar la economía de mercado con una fuerte inversión social. La designación del moderado vicepresidente Danilo Astori como ministro de Economía prevendría de un posible ‘giro a la izquierda’, si bien la nueva composición de la bancada frenteamplista presionará para ahondar con mayor énfasis en la distribución de la riqueza. Mucho más cuestionada es su decisión de mantener en el cargo al actual ministro del Interior, Eduardo Bonomi, cuya gestión de la seguridad ha sido fuertemente criticada por la oposición e, incluso, por su propio electorado.
La orientación real de un improbable gobierno encabezado por Lacalle Pou es más difícil de pronosticar, pues el candidato no basó su campaña electoral en el anuncio de medidas concretas, sino en un estilo propio de gobierno: ‘por la positiva’. El eslogan hace referencia a un gobierno ni de derechas ni de izquierdas, sino basado en el diálogo y la eficacia, que no apuntaría a refundar el país, sino a reconocer los logros del Frente Amplio e intentar mejorar aquello que no va bien. Bajo su mandato podría esperarse la continuación de las políticas sociales más populares del actual gobierno, así como de la política macroeconómica ortodoxa, si bien acentuando el ajuste fiscal y reduciendo fuertemente el gasto público.
Para finalizar, debe destacarse la civilidad del proceso electoral uruguayo. En una sociedad que se enorgullece de su cultura democrática y en la que el conflicto y el antagonismo político tienen poca aceptación, no son redituables las acusaciones de fraude y corrupción que suelen caracterizar los procesos electorales de la región. La campaña electoral uruguaya volvió a desarrollarse en un ambiente de respeto entre los dirigentes políticos, sin insultos ni declaraciones catastrofistas. Lo que los uruguayos vivieron el domingo pasado fue una verdadera fiesta democrática