El 1 de octubre la provincia canadiense de Quebec (Québec) celebró elecciones en las que Coalition Avenir Québec (CAQ), un partido autonomista de centroderecha que nunca había gobernado, consiguió una rotunda victoria: 74 escaños sobre un total de 125 (el 37,42% del voto que por efecto del sistema electoral mayoritario se multiplican en un parlamento regional que oficialmente se llama Asamblea Nacional). El federalista Partido Liberal (PLQ), fuerza hegemónica que ha gobernando 13 de los últimos 15 años, obtuvo únicamente 31 escaños (el 24,82% del voto, lo que supone un retroceso de 17 puntos con respecto a 2014). La otra gran formación política de la provincia, el independentista Parti Québécois (PQ), reunió el 17,06% de los apoyos, quedando relegado a 10 escaños, un número idéntico al obtenido por el ascendente y también soberanista Québec Solidaire (QS) que llegó al 16,10% de los votos.
La campaña electoral constituyó un hito en la historia reciente pues, por primera vez desde los años 70, no giró en torno a las cuestiones de soberanía, sino sobre políticas públicas como el medioambiente, la educación y el funcionamiento del sistema sanitario. La renuncia del PQ, liderado por Jean-François Lisée, a incluir en el programa una nueva consulta sobre la independencia, que en su caso sólo se plantearía más adelante, fue determinante para quedar en un segundo plano. Lisée, un antiguo asesor de los históricos líderes nacionalistas Parizeau y Bouchard, parecía haber interiorizado la postura de este último que, tras la derrota de 1995, se mostró partidario de aplazar un nuevo referéndum hasta que se alcanzaran las “condiciones ganadoras” necesarias para materializar la independencia. No obstante, la cuestión identitaria resurgió en los primeros días de campaña, proyectándose sobre el fenómeno migratorio. El líder de la CAQ, y flamante nuevo primer ministro, François Legault, propuso reducir la cuota de inmigrantes que recibe la provincia y expulsar a aquellos que no aprobaran un examen de francés y valores quebequeses pues consideraba que, de lo contario, se pondría en peligro la condición francófona y laica de Quebec.
“Una importante novedad de esta campaña ha sido la celebración, por primera vez en la historia, de un debate en inglés en una provincia cuya única lengua oficial es el francés”
La polémica en torno a la inmigración fue aprovechada por el resto de partidos para atacar duramente a una CAQ que partía como favorita en las encuestas. Se criticaba a su líder por ignorar que el marco constitucional, pese a los amplios poderes que otorga a la provincia en la materia, sigue reservando la expulsión como competencia exclusiva del gobierno federal. El tercer debate televisado fue decisivo para el devenir de la campaña. Legault, en un ejercicio de honradez, reconoció su falta de conocimientos sobre la política migratoria y adoptó un tono conciliador y amable con el que pretendía mostrarse como el referente del cambio político en la provincia. El dirigente caquiste volvió entonces a tomar la iniciativa presentando su pasado como empresario como garantía de continuidad del crecimiento económico ante el hasta ahora primer ministro liberal Philippe Couillard, quien, lastrado por sus políticas de austeridad, quedó a la defensiva e incapaz de dejar atrás su fama de líder frío y falto de empatía.
Otra importante novedad de esta campaña ha sido la celebración, por primera vez en la historia, de un debate en inglés en una provincia cuya única lengua oficial es el francés. Este desarrollo ha venido a evidenciar el carácter integrador de Quebec, en claro contraste con Nuevo Brunswick, la única provincia bilingüe de Canadá, que celebró elecciones una semana antes sin ningún debate en francés dada la negativa de uno de los candidatos.
Pese a que los sondeos pronosticaban un resultado ajustado entre la CAQ y el PLQ, que dejaría la gobernabilidad en manos del PQ, los votantes optaron finalmente por dar un mandato mayoritario al primero. En términos territoriales la isla de Montreal y su corona metropolitana, donde viven más angloparlantes, continúa siendo pese a todo un bastión liberal, mientras las zonas rurales y la ciudad de Quebec (capital provincial), que son más conservadoras y donde el electorado francófono es clara mayoría, han apoyado abrumadoramente al autonomista Legault en perjuicio del PQ. Lo cierto es que estas elecciones han supuesto un triunfo de los nuevos partidos (CAQ y QS) frente a las dos formaciones tradicionales que se han alternado de forma pendular al frente de la provincia sacando gran partido a la dicotomía entre federación o independencia.
“El declive electoral del PQ, cosechando su peor resultado después de las primeras elecciones a las que concurrió en 1970, reabre el debate sobre el futuro del movimiento independentista en Quebec”
El declive electoral del PQ, cosechando su peor resultado después de las primeras elecciones a las que concurrió en 1970 y perdiendo el estatus de partido con grupo parlamentario en la Asamblea Nacional, reabre el debate sobre el futuro del movimiento independentista en Quebec. Estos malos resultados electorales no pueden achacarse exclusivamente a la renuncia a perseguir la causa soberanista en el corto plazo, que quizá haya desencantado a sus votantes tradicionales por renunciar a la idea vehicular desde la creación del partido, sino que se explican por otros varios factores. A menudo, especialmente entre observadores foráneos, se suele achacar la tendencia a la baja del soberanismo a las medidas puestas en marcha por el gobierno federal tras el referéndum de 1995, notablemente el Dictamen sobre la Secesión solicitado al Tribunal Supremo y la posterior Ley de Claridad. Sin embargo, aunque estos dos hitos han tenido su impacto desincentivando la opción secesionista, el relevo generacional y la progresiva transformación de la sociedad quebequesa parecen haber ejercido una mayor influencia.
La causa independentista ha sido el proyecto de una generación, la baby-boomer integrada por aquellos nacidos entre el fin de la Segunda Guerra Mundial y comienzos de los 60. Aquellos que crecieron en pleno despertar de la identidad nacional Québécois, que revindicaba el francés como lengua propia de Quebec y deseaba la creación de una clase empresarial francófona que pusiera fin al domino anglófono de la economía. A diferencia de sus padres, los hijos de estos no tienen problemas con una identidad dual quebequesa-canadiense, primando valores como la defensa del medio ambiente, la igualdad de género y la mejora del sistema educativo sobre la identidad nacional. En cierto modo, el movimiento soberanista ha sido víctima de su propio éxito, pues su impulso ha sido decisivo tanto a la hora de convertir a Quebec en una sociedad plenamente francófona tras la aprobación de la Carta de la Lengua Francesa en 1977 como de asegurar el despertar económico de Quebec tras la Revolución Tranquila. La pertenencia a Canadá ha pasado, a ojos de las nuevas generaciones, de ser una amenaza a una oportunidad, especialmente dados los beneficios del bilingüismo en una sociedad cada vez más globalizada.
Otro factor que ha contribuido al declive del PQ es la competición por el electorado progresista. En las últimas dos décadas, esta formación ha ido dejando atrás poco a poco sus postulados socialdemócratas con el objetivo de contentar a los poderes económicos, siempre recelosos de la inestabilidad económica que generaría un nuevo referéndum. Este viraje ha sido aprovechado por el nuevo y más izquierdista QS para reivindicarse como una formación anticapitalista que prioriza el medioambiente y la igualdad social por encima de cualquier otra consideración, cosechando un apoyo mayoritario entre el electorado joven.
“Sería prematuro dar al movimiento soberanista por derrotado pues el apoyo al mismo se mantiene estable en torno a un 35%”
A pesar de todo, sería prematuro dar al movimiento soberanista por derrotado pues el apoyo al mismo se mantiene estable en torno a un 35%, aunque ahora repartido entre dos formaciones. El tiempo dirá si esta reconfiguración del espacio electoral soberanista es temporal o si el electorado continúa primando las políticas públicas sobre la identidad nacional.
La postergación de la soberanía a un segundo plano no sólo ha restado apoyos al PQ, sino que también ha tenido consecuencias para el federalista PLQ. Tradicionalmente, esta formación ha aprovechado la polarización en torno a la independencia como factor de atracción del electorado contrario a la misma. Al desaparecer esta cuestión de la campaña, los liberales han perdido capacidad de movilización, hasta el extremo de ser derrotados por primera vez desde 1976 en circunscripciones del Outaouais, una región fronteriza con Ottawa donde residen multitud de funcionarios federales. El declive del PQ también podría afectar indirectamente a las relaciones entre Quebec y el gobierno federal, pues la reducción del riesgo de secesión desincentiva a éste a realizar concesiones políticas ante las demandas de mayor autonomía que la CAQ pretende formular.
El vuelco electoral que depararon los resultados se ha llevado por delante a la vieja guardia de la provincia, abriendo procesos de interinidad tanto en el PQ como en los liberales tras la dimisión de sus líderes. Ambas formaciones han expresado su voluntad de rearmarse ideológicamente con la finalidad de presentar una propuesta electoral atractiva dentro de cuatro años. Este proceso será especialmente relevante en el caso del PQ pues debe decidir si abandona definitivamente la vía soberanista o decide retomarla explorando, de nuevo, un acuerdo de colaboración con QS como le reclaman sus bases con el objetivo de cohesionar el espacio soberanista y evitar la penalización del sistema mayoritario al dividir el voto.
En cualquier caso, el resultado electoral abre ahora mismo la puerta a una nueva dinámica donde la competición electoral deje de girar en torno al eje soberanía-federalismo que ha dividido a la sociedad quebequesa durante 50 años, regresando al tradicional izquierda-derecha. Este cambio supondría poner fin a una época de alternancia entre el PQ y el PLQ en torno a la question nationale, consolidando un tetrapartidismo donde la mayoría parece concebir la apuesta por la independencia como algo del pasado, apostando por construir un Quebec más fuerte dentro de Canadá.