Dado que, más allá de algunas protestas puntuales, ninguno de los principales participantes en las elecciones legislativas (además de locales y regionales) celebradas en Marruecos el pasado día 8 ha cuestionado frontalmente los resultados, habrá que asumir que lo ocurrido es la expresión real de la voluntad popular. Con una participación que no ha llegado al 51% del electorado (42% en 2016) resulta tan llamativa la debacle del Partido Justicia y Desarrollo (PJD), de perfil islamista y primera fuerza parlamentaria desde 2011, como la concentración del voto alrededor de partidos “de palacio”, con la Reagrupación Nacional de Independientes (RNI, con 97 escaños) y el Partido de la Autenticidad y Modernidad (PAM, con 87) en cabeza.
Para explicar esos resultados se puede echar mano de la nueva ley electoral, aprobada el pasado marzo, que apuesta por un sistema que dificulta aún más que cualquier partido pueda pasar del centenar de escaños (de un total de 395), y que prima el voto rural (contando con que el PJD es, sobre todo, una fuerza urbana). Eso ha dado como resultado un parlamento más diverso y fragmentado, en el que es cierto que se asegura una mayor cuota de mujeres y de diputados por debajo de los cuarenta años, pero también lo es que se complica la estabilidad de cualquier coalición gubernamental. También cabe aducir que el desgaste producido por la tarea de gobierno y el escaso carisma de su primer ministro, el ya dimitido Saadedin el Otmani, hacían prever una caída en el apoyo a los islamistas del PJD, aunque nunca desde los 125 escaños que tenía a los 13 actuales. Y, por supuesto, el impacto de la COVID-19 también ha contado en ese pésimo resultado, así como la adopción de medidas difícilmente entendibles para sus simpatizantes y militantes, como el arrinconamiento de su líder principal, Abdelilá Benkirán, la aprobación de la ley que permite el uso terapéutico del cannabis o, menos aún, la normalización de relaciones con Israel.
El contrapunto más destacado frente a ese innegable desplome es el avance del RNI, desde los 37 escaños y cuatro ministerios con los que contaba hasta ahora, hasta los 97 y la presidencia del gabinete ministerial. No deja de resultar asombroso que un partido formado fundamentalmente por empresarios, altos funcionarios del Estado y tecnócratas, junto a notables locales, activistas de la sociedad civil e intelectuales, que ha formado parte de todos los gabinetes ministeriales desde 1996, y que cuenta con un líder, Aziz Ajanuch, empresario multimillonario y ministro de agricultura y pesca desde 2007, parezca haber convencido a los votantes- con el lema electoral: “te mereces lo mejor”- de que el RNI puede ser el partido del cambio. De momento ya ha recibido el encargo de Mohamed VI de formar un nuevo gobierno, necesariamente de coalición, en el que a buen seguro también estará el PAM, liderado por Ali Fuad al Himma, igualmente amigo personal del rey y uno de sus principales consejeros.
De este modo, la conclusión fundamental de la jornada electoral es que el principal beneficiado es el propio monarca marroquí y, por extensión, el majzén cortesano que lo ampara y a través del que reina y gobierna. Ahora contará con amigos personales al frente de un gobierno que hay que entender más como un ejecutor de las decisiones reales que como un decisor último sobre el rumbo del país. Ajanuch está mucho más empeñado en los asuntos ligados a los negocios y a la mejora del bienestar nacional (como método prioritario para “comprar” la paz social), que en las necesarias reformas políticas y el avance de los derechos que hagan de Marruecos una monarquía realmente parlamentaria. En definitiva, palacio contará con un gabinete menos ideologizado y exigente, más dispuesto a amoldarse al limitado marco político vigente.
Queda por ver, por un lado, cómo va a digerir el PJD no solo la derrota, sino la sensación de haber servido de mero legitimador de un sistema que deseaba transformar a su imagen y semejanza (una experiencia por la que ya pasó en su día, con el mismo resultado, la Unión Socialista de Fuerzas Populares, hoy con 34 escaños), para quedarse ahora convertido en una fuerza marginal; sin olvidar la poderosa sombra del Movimiento Justicia y Espiritualidad que desde hace años se atreve a cuestionar la monarquía y el liderazgo religioso del rey. Por otro, pronto se comprobará en qué quedan las promesas electorales de Ajanuch, pensando en las enormes dificultades de la economía marroquí para cumplir con la creación de un millón de puestos de trabajo, la extensión del seguro médico a toda la población, elevar el salario a los docentes o garantizar una pensión digna a todos los mayores.