Era una campaña que se presentaba casi exclusivamente económica. Así lo avalaban todas las encuestas, que revelaban que para más del 50% de los norteamericanos la principal preocupación era el empleo y el déficit del país, y sólo para el 2%-3% la política exterior. Irán y la posibilidad de ataque israelí contra sus infraestructuras nucleares era el único asunto que temía el equipo de Obama. Muchos ruidos y por ahora pocas nueces, por lo menos de aquí a las elecciones del 6 de noviembre. Pero los recientes ataques contra las embajadas norteamericanas en buena parte del mundo árabe pueden devolver parte del protagonismo a la política exterior.
Hasta ahora, las convenciones republicana primero y demócrata después confirmaron la primacía económica. Pero la política exterior también ocupó un pequeño lugar, aunque sólo lo justo y en el lado demócrata. El discurso fue sencillo: se acabó Irak, Afganistán tiene fecha de caducidad, al-Qaeda está en la senda de la derrota, y ya es hora de volcar todos los esfuerzos para reconstruir la propia casa y dar un trabajo a todos aquellos soldados que vuelven después de tanto años y tantos esfuerzos. Todo eso y, por su supuesto, la muerte de Osama Bin Laden.
A diferencia de otras campañas, los demócratas se mostraron seguros en el papel de guardianes de la seguridad nacional, sobre todo porque las encuestas acreditan el apoyo a su política. Según un informe del Chicago Council, publicado el 11 de septiembre, si hace 11 años los norteamericanos estaban dispuestos a prestar toda su atención y dar todos los recursos a la lucha contra el terrorismo, hoy quieren que EEUU siga jugando un papel activo en los asuntos mundiales. Pero dadas las dificultades y los costes –en vidas y financieros– prefieren ser más selectivos a la hora de comprometerse con algo. Ha menguado su apoyo a las intervenciones militares y al mantenimiento de las bases en el exterior y, aunque Oriente Medio sigue siendo motivo de preocupación, no creen que Irak y Afganistán hayan ayudado a reducir las amenazas. Asia, por el contrario, se asocia a dinamismo y a desarrollo positivo, incluso a pesar de algunos potenciales peligros. Los independientes, que han crecido de forma importante entre el electorado, están mucho más inclinados que republicanos y demócratas a limitar el papel de EEUU en el exterior.
Sin embargo, los demócratas han abusado del eslogan “Bin Laden está muerto y General Motors está vivo”. Empezando porque han exagerado sobremanera sus logros. La retirada de tropas de Irak la empezó George W. Bush, aunque la Administración posterior negoció los puntos sobre el repliegue completo. Obama tampoco fue capaz de alcanzar un acuerdo con el gobierno iraquí para mantener tras la retirada a un pequeño grupo de fuerzas especiales y de apoyo. Nueve meses después, el gobierno de Bagdad está paralizado y el país está inmerso en una vorágine de violencia sectaria. En Afganistán –la guerra justa, la guerra por necesidad y no elegida– la situación no es menos alarmante, con un peligroso incremento de los ataques green on blue, en los que afganos con uniforme militar o policial atacan a los soldados extranjeros, incluso dentro de sus propias bases, provocando un gran desgaste entre las tropas. Al-Qaeda está debilitada pero se reinventa en otros frentes. Además, el “proceso de paz” está paralizado, las negociaciones con Irán no están exentas de críticas, y se pide a voces una solución para la alarmante situación en Siria.
Había margen para lanzar una ofensiva por parte republicana, pero no fue así. Acusado por Obama y su equipo de ser “nuevo en política exterior”, los demócratas se rieron de Mitt Romney por afirmar que Rusia es el principal enemigo de EEUU, como si estuviera en la Guerra Fría. También por cambiar de posición con frecuencia, ya sea con respecto a Irak, Afganistán o la intervención en Libia. Y le recordaron sus pocas dotes diplomáticas en su viaje al Reino Unido, en el que enfureció al aliado al poner en entredicho las medidas de seguridad de los Juegos.
Romney, por no decir, ni siquiera mencionó a los veteranos, algo impensable en un discurso de aceptación de la candidatura, y más viniendo de un republicano. Una metedura de pata a la altura de la de Obama, al no incluir en Charlotte ninguna referencia a Jerusalén como capital de Israel. Sólo Condolezza Rice hizo un discurso serio sobre política exterior. Abrió con lo ocurrido el 11-S y cómo cambió el mundo, y sin criticar explícitamente la gestión de Obama, expuso un panorama mundial inquietante, dejando claro que EEUU no puede desentenderse ni quedarse mudo ante lo que pasa en el mundo. Pero Rice no forma parte del equipo de Romney y no se la espera. Ella misma se ha descartado.
El candidato republicano quiso resarcirse de las críticas recibidas tras su discurso en la convención con un cuidado discurso en el aniversario del 11-S, pero tras su precipitada y torpe intervención después de las primeras noticias sobre el asalto en El Cairo, le volvieron a llover las críticas. De nuevo, Condolezza Rice fue el ejemplo de una respuesta adecuada.
La violencia antiamericana pone de manifiesto que el mundo aún está en ese período de transición del anti-americanismo al post-americanismo, es decir, un mundo en el que el momento unipolar de EEUU se queda atrás y da paso a otro en el que no existen tampoco otros poderes alternativos. Que la Primavera Árabe nada tuviera que ver con EEUU no ha impedido que resucitaran episodios antiamericanos en el momento más delicado: el 11-S y las elecciones presidenciales. Pero no sólo se trata de que los odios contra EEUU no se hayan disipado aún. Lo ocurrido en Bengasi y en El Cairo parece que tiene causas diferentes, como distintas fueron las reacciones de los dos gobiernos. Y más importante, que no sólo se trata de una conflictividad entre islam y Occidente, sino entre elementos dentro del propio islam.
El 12 de septiembre, en un discurso en Rose Garden para recordar la muerte del embajador Chris Stevens, el presidente Obama “olvidó” mencionar lo ocurrido en El Cairo y no advirtió sobre las posibles consecuencias a tales ataques. No es lo que se espera de él. Deberá, junto a su oponente, retomar y revisar su agenda de política exterior de cara a la campaña electoral.